La Rosa Blanca

El tesoro de Eric

Cristian sonríe cuando la muchacha abre la entrada secreta a la cueva bajo el acantilado.  

-¿No será una trampa? -le pregunta con cierta desconfianza en la voz.  

-¿Por qué debería serlo? -responde ella intentado parecer segura.  

Él no responde, se limita, simplemente, a indicarla con un gesto que pase primero. La joven entra en la gruta seguida por los piratas. ¿Ha hecho bien en llevarlos hasta allí? ¿Cristian cumplirá su promesa? Pase lo que pase ya es tarde. No puede echarse atrás.  La comitiva llega hasta la orilla del lago donde les espera la vieja barca que había reparado con Daniel unos meses atrás.

-El barco de Eric está en el centro de la laguna –explica-, pero solo existe esta barca para llegar hasta allí.  

Edward se acerca hasta ella iluminando la barca con la luz de la vela que sostiene.  

-Es demasiado pequeña para pasar todos de una vez- observa -tal vez deberíamos haber traído las barcas hasta aquí. 

-Eso llamaría demasiado la atención, Edward -le recuerda su padre-. Iré yo con la muchacha hasta el barco. Los demás esperareis aquí a que regresemos -luego se gira hacia la joven-.  Por tu bien espero que no me hayas mentido -le amenaza en voz baja para que solo ella le escuche.

-¿Y si es una trampa? -le recuerda su hijo mayor. 

-¿Acaso no crees que sabría defenderme de una mocosa? -le pregunta su padre con una mirada que hace retroceder al joven. 

-Edward tiene razón -comenta Nicolás que no se fía ni un pelo de su padre-, ¿Por qué no vamos los cuatro mientras la tripulación examina el resto de la cueva?  

-Vaya -sonríe el capitán Nis-, mis hijos no parecen confiar en mí y mis habilidades –los dos jóvenes se miran buscando apoyo mutuo-. Está bien, así podré demostraros que la edad no me ha pasado factura aún -cede con desgana.  

Así, los cuatro suben a la barca y se acomodan como pueden en el poco espacio que tienen. La joven está nerviosa, no confía en la palabra del pirata y no podrá escapar del navío si él no quiere dejarla ir, ya que solo tienen esa barca para regresar a la orilla. Nicolás le acaricia la mano intentando darle seguridad, le ha prometido que la liberaría y lo piensa cumplir.  

-Así que este es el famoso barco de Eric Atnecan -murmura Cristian al llegar junto al navío. 

Los cuatro ocupantes de la barca suben a bordo de la embarcación semihundida. Cristian parece muy emocionado, pero Edward no quita el ojo de Ana con desconfianza. La oportunidad de escapar aún no ha llegado. 

-Contéstame a una pregunta, Ana –le pide el pirata en un tono que casi parece más una orden- ¿Solo sabias donde estaba el barco o has llegado a estar abordo antes? 

Ana agacha la mirada delatándose. No quiere responder, pero él puede ver claramente la respuesta en su gesto. 

-Entonces, tú me guiarás -sentencia con una sonrisa inquietante.  

La joven comienza a caminar por la cubierta en dirección a lo que debió ser el camarote de Eric. Lo mejor es acabar con eso cuanto antes. Ana se concentra en que pronto todo habrá acabado para no pensar en los esqueletos de roedores y las telarañas que habitan ene ese lugar. No puede flaquear delante de los piratas, ha de mantenerse firme y segura cueste lo que cueste.

  Una vez en el camarote, Cristian comienza a revolverlo todo en busca de alguna pista sobre el supuesto tesoro del desaparecido pirata. 

Tras unos minutos de revolverlo todo, un sobre llama su atención. Se trata de un papel amarillento casi oculto por una gruesa capa de polvo, tiene los bordes raídos y la letra descolorida, pero aún se pueden leer, no sin esfuerzo, “para Rosa” escrito con tinta negra. De su interior extrae una carta tan envejecida como el sobre que la contenía. Movido por la curiosidad el pirata se dispone a leerla.

-Eso es privado -le recrimina la joven.

-¿Quién va a impedir que lo lea? ¿Tú? -se ríe Cristian-. Pero si e sientes mejor, léela en voz alta tu misma.

 Ana toma el papel y, obediente, comienza a leer en voz alta el contenido del mismo.

                                                                                

Querida Rosa,  

                                            

Empiezo pidiéndote perdón. Soy un auténtico cobarde.  

Espero que me perdones por el disgusto que debió causarte mi desaparición esa noche. Más de una vez he pensado en llamar a tu puerta y confesarte la verdad, más aún cuando me enteré de la perdida de tu marido. Pero no pude hacerlo.  

Me he contentado con mantenerme en las sombras y ver a nuestro hijo y nuestra nieta crecer, pero siempre lejos de tu mirada.  

Espero que me perdones por no haber muerto en esa tormenta y no haber sido lo suficientemente valiente para confesarte que sobreviví.  

Quiero recordarte, aunque no creo que lo hayas olvidado, que solo tú eres la dueña de mi corazón. Tú, mi único y mayor tesoro, el único que conservo. Por eso perderte sería como morir.  

 No conservo más riquezas que el barco y lo que hay en él, e incluso eso es tuyo. Pero tampoco te serviría de mucho encallado en esta cueva sin salida.  

La tormenta lanzó a "La Rosa Blanca" contra el acantilado y, el barco fue a parar al interior de la cueva. Más tarde hubo un derrumbe y ya no puede sacarlo de aquí, no de una pieza. Aunque, por otro lado, esto me ha proporcionado un escondite durante todos estos años.  

La tripulación que sobrevivió al naufragio ya ha ido muriendo a lo largo de estos años. Pronto me uniré a ellos. Estoy enfermo y viejo, no existe remedio para eso.  

Te pido, una vez más, que me perdones, lo hice porque creía que así te protegía, que os protegía a todos.  

 No sé cómo despedir esa carta. En realidad, no quiero despedirme de ti, eso sería reconocer que nunca volveré a verte.  



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En el texto hay: romance, amor, piratas y tesoros

Editado: 04.10.2020

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