La Rosa Blanca

Celos

Diego había ido a ver a Peter a última hora de la tarde acompañado de su hijo.

-He estado hablando con Guillermo, aquí presente -le había explicado a su anfitrión-. Está dispuesto a ir en el lugar de Rosa.

-¿Ese es tu plan? ¿Mandar a Guillermo en lugar de mi madre? ¿Cómo va a rescatar a Ana él solo? -le había preguntado Peer con preocupación.

-Porque le recordará al capitán Nis que hicimos un trato y, el secuestro de Ana lo ha anulado -le había explicado el conde.

-¿Y si no quiere liberar a mi hija? -le había preguntado Peter.

-Entonces mandaré a mi guardia personal a detenerle. Estarán esperando a una distancia prudente.

Ahora Guillermo se encuentra de camino a la playa, solo, aunque el conde ha asegurado que su guardia le seguirá de lejos. Sin embargo, Peter duda de su eficacia frente a los piratas y espera nervioso las peores noticias posibles.

                                                                                                     

Cuando los dos jóvenes salen de la cueva, hace ya un buen rato que ha amanecido. Los dos amigos se ven obligados a parpadear varias veces para acostumbrarse al repentino exceso de luz. A lo lejos, en la playa, una figura contempla el acantilado. Se trata de Guillermo. El joven está solo. ¿qué habrá venido a hacer allí?  Más arriba, en el camino, demasiado lejos para ser de ayuda, esperan una docena de guardias. Ana los contempla negando con la cabeza. En realidad da lo mismo que estén como que no, no servirían de nada estando tan lejos.

El hijo del conde acude al encuentro de Ana en cuanto la ve.

-Oh, Ana, cuanto me alegro de que estés bien -comenta al reunirse con ellos-. ¿Cómo has escapado de los piratas?

-Aproveché que tuvieron un momento de distracción y salí corriendo -explica ella.

-¿Y te han dejado ir así sin más? ¿Están por la zona?

-Guillermo, agradece que no estén aquí, no podrías haberles vencido a todos. Y tus guardaespaldas no llegarían a tiempo para rescatarte estando allí arriba.

-No pensaba luchar contra ellos. He venido a negociar tu rescate, Ana. Pero veo que ya no hace falta.

-No, no hace falta. Como puedes ver me las se arreglar bien sola.

-Tan bien no te las debes arreglar si te habían secuestrado -le recuerda él.

-Y tú te crees invencible para haber venido hasta aquí sin refuerzos -se defiende ella.

-No eres quien para decirme lo que tengo que hacer –le grita ofendido.  

-Era solo una observación -puntualiza la joven clavando sus ojos marrones en los de él, desafiante.  

-Pues guárdate tus observaciones para ti –le sugiere en tono amenazante-. Ahora vámonos antes de que aparezca alguno de esos asquerosos piratas. 

-Los piratas no son asquerosos –le responde ella sin moverse del sitio. 

-¿Te han lavado el cerebro en tan solo veinticuatro horas con ellos?  

-No lo han necesitado. 

-¿Entonces dices que son bondadosos y educados? -pregunta el en tono burlón. Ella agacha la mirada abochornada-. Vámonos ya, el tiempo es oro –la apremia agarrándola del brazo con más fuerza de la necesaria y tirando de ella hacia el límite de la playa. 

-Eh, me haces daño -se queja Ana intentando seguirle el paso, pero él no la sujeta menos fuerte por ello. 

-Déjala en paz, Guillermo -interviene Daniel cortándole el paso.

El hijo del conde le mira sorprendido. No ha recaído en su presencia hasta ese momento.

-El que faltaba –murmura Guillermo molesto e intenta desviarse de su camino. Pero arrastrar a su prometida le supone un gran esfuerzo, y no consigue ir muy lejos. Resignado se detiene para encararle.

- ¿No deberías estar con los pescadores? -le pregunta Guillermo con aire de superioridad-. Tú presencia aquí es innecesaria. Ana ya ha sido rescatada con éxito. 

-Oh, no dudo de tu valentía Guillermo –le responde el chico en tono irónico saltándose a posta las debidas formalidades con las que debería tratar al hijo de un conde-. Aunque no precisamente con tu ayuda -añade-Además, siendo ese el caso, creo que la señorita puede subir la playa sin ayuda, puesto que ha llegado hasta aquí sin ella. 

-No te metas donde no te llaman, pescador. Nunca he criticado tu relación con Ana –miente-, pero si quieres seguir viéndola, vete. 

-Tú no eres nadie para decidir a quién puedo ver o no –chilla la joven enfadada. Pellizca el brazo de él con fuerza, logrando así que la suelte, bastante molesto por ello. Sin embargo, él no se limita solo a liberar su brazo, con el otro le suelta una fuerte bofetada en la cara que la hace retroceder un paso.

-Estas tratando con tu futuro marido. Aprende a comportarte como una buena señorita -le recrimina furioso.

 Ana se lleva una mano a la roja mejilla para masajearla, pues el golpe le ha dolido. 

Daniel no logra controlarse. No soporta ver como ese creído trata a su amiga de una forma tan ruin. Por eso le da un puñetazo en la cara antes de que Guillermo pueda reaccionar.  

-Se acabó. Los dos habéis acabado con mi paciencia –grita Guillermo lanzándose contra Daniel.  

El muchacho no puede hacer otra cosa más que retroceder para intentar salir de su camino.  

Ana mira preocupada la escena, luego a los hombres a caballo que esperan más arriba, en el camino. No parecen muy dispuestos a intervenir. Hasta cierto punto eso es un alivio, pero le gustaría poder separarles antes de que alguno salga mal parado.  

La joven busca a su alrededor algo que le sirva de arma para atacar a Guillermo, pero solo hay arena.  

Los chicos se han enzarzado en una pelea con puños y dientes, en la que seguramente, su amigo será quien salga perdiendo, pues conociendo a Guillermo, no duda que hará trampas y a la menor oportunidad usará su espada para atravesar al pobre Daniel.  



#2179 en Otros
#137 en Aventura
#5539 en Novela romántica

En el texto hay: romance, amor, piratas y tesoros

Editado: 04.10.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.