Donde los pequeños detalles salen a flote.
Cuatro años después
Sentado sobre el sofá de terciopelo rojo, con una pierna recargada sobre otra y la taza de té caliente que llevaba a sus labios, Stefan miraba de reojo por la ventana.
Vale estaba afuera, recargada en el barandal que daba a las escaleras. Le pareció ver que inclinaba ligeramente la cabeza. Seguramente estaba tarareando una de sus tantas canciones.
Sonrió un poco.
Desvió su vista y siguió escuchando a su madre. Esta no dejaba de parlotear de lo bien que se había portado los últimos años y que, por ello, merecía un mejor trato.
Lo mismo de siempre.
Stefan había aprendido a dejarle hablar y hablar y hablar. Luego le tocaría a él intercambiar un par de palabras y despedirse con la frase: “Lo pensaré y el Concejo también”.
Aunque en el fondo ambos sabían que eso no iba a pasar. Viandra estaba siendo demasiado paciente o eso consideraba Stefan.
Usaría esa paciencia un poco más para visitarla muy de vez en cuando.
Viandra no tendría por qué quejarse. Ya no vivía la vida en lujos y libertades, pero tampoco estaba en una cárcel. Encerrada en una habitación, que, a ojos de Valentina, era demasiado buena como para ser una prisión, Viandra pasaba el resto de sus días encerrada entre paredes tapizadas, castigada por sus crímenes contra su hijo.
Orquestar un atentado en contra del heredero, aliarse con familias traidoras y usar sin permiso el sello de la casa real eran motivos suficientes para encerrarla de por vida.
Y, sin embargo, Stefan seguía teniendo un poco de afecto hacia su madre, por eso iba a visitarla en muy pocas ocasiones. Al salir de ahí, recordaba porque estaba encerrada y no merecía la libertad.
—Entonces, ¿no crees que merezco un poco de misericordia? —dijo su madre y Stefan le miró con esos ojos verdes apagados en su presencia.
Bajó la taza y la dejó sobre el plato.
—Eso lo determina el Concejo —repitió por cuarta vez.
—Pero tú eres el heredero.
—Sí. Lo soy —afirmó el príncipe con firmeza. Viandra comprendió la insinuación.
—Y yo soy tu madre —añadió en un intento fallido de dulzura.
—Lo sé. Es por esa razón que el escrutinio fue demasiado grande —contestó sereno.
Viandra le observó atenta. Ese gesto analítico lo había heredado de ella, logrando pulirlo mejor que su madre.
Miró de reojo por la ventana. Valentina ahora se encontraba con el rostro oculto entre los brazos mientras se recargaba en el barandal. Sabía que seguramente estaba aburrida. Un discreto soplido de burla salió del príncipe.
—¿Has pensado en quien será tu consorte? —preguntó Viandra volviendo a traer su atención a la habitación—. No sería lindo que pudiera ayudarles con los preparativos y…
—No, no lo he pensado y no está en planes por ahora. Antes quiero arreglar el desorden que tú y mi padre dejaron —interrumpió Stefan y eso provocó que el gesto de Viandra se tensará.
—El tiempo pasa rápido, sería bueno tener un heredero pronto.
—Todavía no recibo la corona. No hay urgencia.
—Pero…
—Y, de todos modos, si yo no me casó, esta mi hermana y su futuro esposo. Estoy seguro que ellos si tendrán hijos —afirmó con una sonrisa tierna y perdida en las galletas.
Viandra, en cambio, levantó la barbilla y entrecerró los ojos. Odiaba a esa niña, la otra hija de su exesposo, que, en contra de su voluntad, Stefan la reconoció como segunda princesa de Rosnia.
Pese a estar encerrada en la abadía, las noticias eran fuertes y consiguió enterarse de las novedades alrededor de la princesa Stella; estuvo obligada a comprometerse con el entonces heredero del reino de Saltori, Donovan Lastroke, pero después de que saliera a la luz la psicopatía del príncipe, se canceló su compromiso y el segundo príncipe, Dorian Lastroke, —otra víctima de su hermano—, se volvió un refugiado en Rosnia, a quien más tarde, Stefan le ofreció un puesto como duque de Dessen.
Aun así, Viandra seguía odiando a la princesa y la consideraba parte de sus desgracias.
—Esa niña no es digna de la corona —espetó Viandra y Stefan tomó otro sorbo de su té.
—Esa niña es mi hermana, y te pediré que la trates como lo que es; La segunda princesa del reino —aclaró dejando de nuevo su taza sobre la mesa—. Mi hermana y los hijos que tenga son tan príncipes como ella y yo. Mientras yo no desee casarme, mis sobrinos serán los nuevos herederos. —Luego se levantó y se colocó su sacó, dejando a su madre con la boca abierta. Está quería decir algo, pero Stefan se le adelantó—: Y ya que estamos hablando de ella, debo irme. Hoy es será una noche importante.
—Hijo. ¡Espera! No puedes hablar enserio.
—Lo hago. Nos vemos, madre —respondió dándose la vuelta.
Viandra se levantó de inmediato y le señaló por detrás.
—¿Stefan De Vires, prefieres a esa niña ilegitima, antes que a tu madre?