Palabras que resuenan en la mente.
Valentina solo había ido a una boda en su vida, y esa era la de su hermana mayor, Ariana. Recordaba que la música flotaba por todo el gran salón y que, llegado el momento del vals, ella y otro de sus hermanos habían sido los encargados de amenizar con una melodía suave y romántica.
En ese entonces se sentía plena y feliz de ser considerada para un momento tan especial. Varios años después, jamás imaginó que le pedirían de nuevo cantar en una ocasión tan íntima.
Temía no estar a la altura de lo que alguna vez fue su mejor etapa, pero ver los rostros complacidos de los invitados —y, sobre todo, de Stella y de Dorian— le resultó reconfortante.
Las luces, suaves y tibias, se reflejaban en el jardín, iluminando los rostros alegres de los invitados que brindaban por la nueva unión real. Entre las flores blancas y los manteles de encaje, la princesa Stella reía con la naturalidad que siempre había tenido, tomada del brazo de Dorian.
De vez en cuando se escapaban para tener un momento a solas, donde el ahora duque de Dessen la consentía con suaves caricias y tiernos besos. Luego volvían con los invitados, muy felices de celebrar su unión.
Stefan los observaba desde su rincón, con una copa en la mano y una sonrisa genuina. Por primera vez en mucho tiempo, sentía paz. Ver a su media hermana así de enamorada, feliz, libre de la carga de los secretos y las sombras del pasado, le hacía creer que el amor también podía ser algo bueno.
Simón, sentado a su lado, notó el brillo en su mirada y soltó un suspiro entre divertido y enternecido.
—Mírate, pareces padre orgulloso.
Stefan alzó una ceja, sin apartar los ojos de la pista.
—Solo soy un hermano complacido por la felicidad de su hermana —dijo, y después bebió de su copa—. Si Eddy estuviera aquí, seguramente haría lo mismo que yo.
—Seguramente no dejaría de bailar con la mitad de los invitados —corrigió Simón, y luego añadió con ironía—. No como tú, que pareces un heredero que no sabe bailar.
El príncipe apenas giró la cabeza.
—¿De verdad quieres que te recuerde quién aprobó las clases de danza obligatoria?
—No, su alteza. Retiro lo dicho.
Ambos rieron con discreción, y durante unos segundos el ambiente pareció más liviano.
—Pero deberías salir a bailar.
—No voy a salir a bailar. Me gusta estar aquí, observando los movimientos de todos.
—¿Entonces no piensas invitar a nadie a bailar, su alteza?
Una voz femenina se acercó a ellos.
Stefan se volvió para encontrarse con la princesa Farah, primera princesa del reino de Fairspren y prima del novio. Su porte era elegante y su sonrisa amable. La saludó con una ligera reverencia.
—No lo tenía contemplado —confesó el príncipe.
—Entonces yo lo invitaré. Sería un honor si me concede una pieza —dijo ella con cortesía.
El príncipe dudó un segundo. Sus ojos se desviaron solo un momento al escenario. Cierta guardaespaldas seguía cantando con fervor.
—Le encantará. Solo es muy tímido —intervino Simón, dándole un discreto empujón.
—Oye, no…
—Lo sé. Me he dado cuenta en estos años que llevo de conocerlo —mencionó la princesa, y acto seguido lo tomó del brazo—. Menos mal que a mí me gustan las iniciativas.
Simón levantó su copa en señal de acuerdo, y Farah se llevó a Stefan del brazo. El príncipe no forcejeó y dejó que ella lo guiara. Siempre hacía eso: tomarlo desprevenido. Y él, por cortesía, terminaba aceptando sus gestos y compañía.
—Luces muy bien —dijo Farah, cortando el silencio entre los dos—. Debes estar muy emocionado.
—No niego que me siento feliz por mi hermana. Sufrió mucho en el pasado.
—Lo sé, y me disculpo por lo sucedido con Donovan.
—No es tu culpa. Sus pecados no son los tuyos.
Farah parpadeó y después sonrió. Eso le gustaba de él: su manera tan centrada de actuar. Se acomodó entre sus brazos para comenzar un baile lento y lo miró atenta a los ojos.
—Ahora que la princesa se ha casado, ¿no ha iniciado la persecución para que pases por lo mismo? —preguntó con aparente inocencia.
Stefan ladeó la cabeza y suspiró.
—Sí, un poco, lo admito. Pero no hay prisas.
—¿En serio?
—Soy el heredero, y cambié algunas leyes. Aprovecharé hasta el último segundo.
—Por supuesto —repuso Farah con un gesto un tanto tenso que Stefan no supo cómo interpretar.
Valentina, desde su posición, los observó con atención. Sabía que él odiaba el protocolo social, pero también sabía que no podía rechazar una invitación así.
Meneó con diversión la cabeza. En el fondo, solo era un chico tímido.
Volvió a lo suyo. Revisó entre sus hojas las letras de las siguientes canciones y se sorprendió cuando descubrió una en específico que se había colado en el repertorio. No estaba terminada y no ansiaba hacerlo, por lo que no comprendía cómo había llegado ahí.