La rosa blanca y el colibrí azul

Capítulo 4

Un recordatorio de una fuerte amistad.

Un mes antes de la boda.

Normalmente, las reuniones con la corte no se extendían demasiado, pero esta, en específico, les estaba tomando más tiempo del que Stefan hubiera deseado.

Observaba a todos con detenimiento. Mientras uno de los marqueses trataba de disimular el agotamiento que se le había instalado, a un costado, el conde lo miraba con reproche.

Del otro lado de la mesa, Lord Veynar hojeaba sus documentos, buscando algo con qué distraerse, y el vizconde no dejaba de dar vueltas sobre el mismo punto.

Quizá el único cuerdo era Dorian, e incluso él luchaba por mantener la atención. Stefan debía reconocerlo: el duque daba mucho de sí mismo para aprender cómo se manejaba la corte en el país.

Miró de soslayo. Simón también tenía las manos menos firmes sobre la carpeta llena de documentos.

Envidiaba a Stella, que no tuvo que presentarse a esa sesión porque se encontraba visitando el hospital central de la capital, para revisar las necesidades que hacían falta cubrir.

Tampoco estaba Valentina. En realidad, ella casi nunca entraba a las juntas del consejo; siempre aguardaba afuera, pero en esta ocasión había acompañado a Stella.

Lord Rennard se puso de pie y contradijo el punto de Lord Veynar. Dorian, a un costado, se volvió a verlo, y aunque por fuera Stefan lucía estoico, por dentro su mente gritaba: Alto.

—Dejaremos el tema por hoy —mencionó de pronto, poniéndose de pie—. No estamos llegando a ningún lado.

—Su alteza… —dijo otro de los miembros, pero Stefan no se inmutó.

—No nos sobrecarguemos de información. Seguiremos mañana con la mente más despejada.

Habiendo dicho eso, la gran mayoría de los asistentes agradeció con gestos de alivio. Incluso Dorian soltó aire.

El primero en salir siempre era él, y todos le hacían una reverencia desde sus lugares. Después, uno a uno, fueron saliendo de la sala. Casi siempre Dorian le seguía el paso detrás; después de todo, ambos se dirigían hacia el castillo, donde el duque vivía por ahora mientras se reconstruía la mansión Dessen.

—Puedes ir con mi hermana —dijo Stefan sin dejar de mirar al frente, pero sabiendo que su cuñado estaba a un lado—. Debe estar en el hospital todavía. Le gustará verte llegar. Yo tengo que ir al castillo.

—No niego que también quiero verla, pero preferiría terminar los pendientes de esta tarde —respondió Dorian, para su sorpresa. Stefan lo miró de soslayo—. Quiero terminar el trabajo antes de la luna de miel.

Cierto. La boda sería en unas semanas, y aún quedaban muchos pendientes por completar antes de tomarse el descanso.

—De acuerdo.

No insistió. No le vendría mal que trabajaran juntos para acabar pronto. Además, Stella era demasiado acomedida y comprometida con su papel, así que Stefan aprovecharía su presencia para avanzar.

Atravesaron el largo pasillo adornado con muros de mármol, cuadros con la historia de Rosnia colgados en las paredes y un piso pulido cuadriculado, cual tablero de ajedrez. El sonido de sus zapatos era lo único que se escuchaba, y no porque no tuvieran nada de qué hablar entre ellos o con Simón, sino porque estaban lo suficientemente cansados como para decir algo.

Pero apenas salieron por la entrada principal y bajaron los escalones de piedra, los ojos de Stefan se centraron en una figura.

Delgada y pequeña, peculiar para el trabajo que realizaba, pero demasiado ágil.

Valentina estaba recargada sobre el cofre del auto que usaba para llevar a Stefan a todos lados. Tenía los brazos cruzados y observaba las hojas de los árboles moverse con el viento, igual que su cabello, que a veces se acomodaba detrás de la oreja.

Cuando menos se dio cuenta, ya estaba cerca de ella, quien, sin moverse, volvió sus ojos hacia él y su rostro formó una sonrisa animosa.

—¿Qué haces aquí? —preguntó el príncipe, sin darse cuenta de que también sonreía.

—La princesa terminó antes y volvimos al castillo. Dijo que tenía mucho sueño y que prefería descansar, así que tuve tiempo libre para venir a recogerte.

—¿Stella tenía mucho sueño? —preguntó Dorian, llegando a ellos.

—Últimamente tiene mucho sueño —respondió Vale—. ¿No se había dado cuenta?

Sí que se había dado cuenta, pero creía que esa percepción era cosa suya. Escucharlo de alguien más lo ponía en alerta.

—¿Hay alguna razón por la que mi hermana no esté durmiendo bien? —preguntó Stefan a Dorian, y Vale le dio un codazo.

—Esas cosas no se preguntan.

Las mejillas y orejas de Dorian se enrojecieron, y Simón tuvo que intervenir en la discusión entre el príncipe y su guardia.

Aunque Dorian ya se había acostumbrado a la interacción de ellos dos, la realidad era que aún se apenaba ante ciertos comentarios.

—No era eso a lo que me refería, Valentina —reclamó Stefan.

—No hagas preguntas cuyas respuestas no quieres saber —espetó la chica.




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