Un recordatorio de una fuerte amistad II
—¿Ibas a pedirme que saliéramos de la rutina o simplemente sabías que te llevaría de paseo?
—Mmm… no lo sé. Solo te vi y pensé en distraerme.
Valentina no respondió. Una ligera capa de calor se asomó en sus mejillas, contrario a Stefan, que tenía la cabeza recargada sobre su mano, mirando por la ventana.
Para despejarse, puso la radio.
—Esa me gusta —comentó Vale emocionada—. Tonight we are young...
El solo escucharla provocó que Stefan también levantara las comisuras de los labios.
—¿A dónde vamos?
Valentina dejó escapar un sonido alegre y se mordió el labio. Con la mano libre abrió la guantera y buscó la gorra que había guardado especialmente para Stefan.
—Hay una pequeña feria en una de las colonias de la ciudad. Están celebrando la temporada de cosecha y creo que te vendría bien distraerte entre la gente.
—Un baño de pueblo —respondió Stefan, tomando la gorra. Vale levantó los ojos.
—¿Qué?
—Nada.
—Hiciste ese gesto. ¿Por qué hiciste ese gesto?
—¿Cuál gesto?
—Ese. Me lo dedicas en varias ocasiones.
Valentina alzó ambas cejas y meneó la cabeza. En ningún momento se volvió a verlo. Darle la razón ocasionaría una discusión sin fin; de esas que ambos disfrutaban a modo de juego, pero que no deseaba provocarlo hoy.
—Estás alucinando.
Stefan entrecerró los ojos, y eso causó una risa en Valentina.
—No caeré en tu trampa.
—No estoy provocándote ninguna trampa.
—No te creo.
Entonces ya no fue una ligera risa, sino una carcajada la que salió de Vale. Y aunque Stefan no lo demostrara, en el fondo disfrutaba escucharla.
Pronto llegaron a donde Vale había dicho. Estacionaron el auto entre las calles destinadas a aparcar y vigiló que nadie los reconociera. Ella usó un gorrito con volantes azules y se puso una sudadera del mismo tono, así ocultaba su traje de trabajo. Salió del auto y dejó que Stefan se cambiara en la parte trasera. Solía usar una gorra y una sudadera azul marino con la que pasaba desapercibido. También se quitaba los zapatos de charol y sacaba los tenis que siempre llevaba en el auto.
Vale le decía que así parecía un idol. No es que él entendiera muy bien a qué se refería, pero prefería creer que eso era bueno.
Luego se internaron entre la multitud como dos amigos que iban a pasar el rato entre los puestos locales.
Desde que Valentina lo protegía en la temporada en que lo daban por muerto, había aprendido lo diferente que era vivir encerrado entre las paredes del castillo a caminar libremente por las calles y multitudes de las colonias de la ciudad.
Y no solo de la capital, sino de las diferentes zonas y estados que conformaban Rosnia.
Vislumbraron las luces y juegos a dos cuadras delante de ellos, y la gente que se acercaba feliz a divertirse.
Había puestos con diferentes juegos: desde los clásicos de tomar la manzana con la boca hasta disparar a los patitos de madera en movimiento.
También había comida, una pequeña montaña rusa y una rueda de la fortuna.
—Mira —señaló Vale a uno de los puestos de comida—. Ven, vamos. Vi esos bocadillos en internet.
Sin darle opción a replicar, simplemente Vale tomó del brazo a Stefan y lo llevó consigo al puesto.
Pidió dos pequeños platos y les sirvieron una especie de pan en forma de animales cubiertos de jarabes de diferentes sabores.
—Sabes que no soy de cosas dulces —susurró Stefan cuando ella hizo el pedido.
—El tuyo es salado —aclaró sin dejar de ver cómo preparaban los bocadillos.
Esperaron pacientes y, cuando el vendedor se los entregó, Stefan bajó un poco la cabeza, esquivó la mirada, evitando ser reconocido.
Y ambos se fueron con el bocadillo en mano, andando entre la gente, mirando puestos y observando a los niños y jóvenes disfrutar de los juegos.
Se sentaron un rato en una banquita libre, debajo de un árbol, y comieron tranquilos.
A veces él la observaba comer con sus ojos brillantes, y sin darse cuenta, una pequeña sonrisa siempre se asomaba, mientras Vale no dejaba de hacer muecas llenas de disfrute con cada bocado.
—¿No es delicioso? —dijo ella, con una mancha de jarabe en la comisura.
Stefan levantó la servilleta y le limpió con cuidado.
—Olvidas los modales cuando algo te gusta.
—Solo disfruto el momento.
—Eso dije.
—No. Sonaste como si me hicieras un reclamo.
Stefan meneó la cabeza y dio un bocado a su pan con forma de cabeza de oso.
Era cierto: estaba delicioso.
—Admito que siempre sabes dónde encontrar buena comida.
—Gracias. Es una de mis habilidades de trabajo.
Stefan soltó una carcajada con el comentario.
—Estoy seguro de que mi padre no te contrató por ese motivo.