La rosa blanca y el colibrí azul

Capítulo 8

Donde defienden sus puntos de vista

Cuando el marqués Rabbiel apareció por la puerta, alterado, con su característico traje bien ajustado y ese botón en el estómago a nada de salir volando, supo que iba a necesitar mucha paciencia para lidiar con él.
Atrás llegó el vizconde Hutch, más sereno, pero con la misma energía obstinada de siempre. Con él tendría que ser firme.

Stefan estaba sentado del otro lado de la mesa, con la cabeza recargada sobre la mano y está, a su vez sobre la mesa. La mano libre la usó para darles una señal de que podían hablar.
Atrás, Valentina estaba plantada con las manos en la espalda.

—Su alteza —comenzó el marqués—, como seguramente ya sabe, Zafrán fue asediado por grupos criminales. La policía local se vio superada y mucha de la población huyó a las colonias aledañas. Están muy asustados. Necesitan urgentemente la ayuda del reino…
—La guardia real ya va en camino —interrumpió el príncipe. Ambos nobles compartieron una mirada.
—De eso es de lo que queremos hablar, su alteza —mencionó el vizconde—. La guardia real es bulliciosa. La gente tiene miedo; lo que menos quieren es vivir otro episodio como el de anoche y verse envueltos en el fuego.
—No tendrían por qué verse atrapados en el fuego. La guardia real está capacitada para lidiar con estos problemas.
—P-pero, su alteza…
—¿Duda de nuestras fuerzas? —inquirió Stefan, y el marqués tartamudeó.
—Su alteza, el reino está volviendo a crecer —recordó el vizconde. Los ojos de Stefan se concentraron en él—. La guardia ocupa cierta parte del dinero del reino. Hay otras soluciones menos… costosas.
—¿Cómo cuáles?

Hubo un silencio. Tanto el marqués como el vizconde enfocaron sus miradas por detrás del príncipe. Valentina se percató de ello, pero de inmediato evitó coincidir su vista con la de ambos nobles.

Por dentro se preparó; ya había presenciado esto antes.

“Hemos escuchado que es más ágil que cualquier agente.”
—Hemos escuchado que es más ágil que cualquier líder de escuadrón —mencionó el marqués.
“Y que es más rápida que el mejor de mis soldados.”
—Y que es más rápida que los soldados normales.
“También es hábil y discreta.”
—También que es demasiado discreta.
“La fuerza, habilidad y estrategia de un ejército en una sola persona.”
—Que podría igualar a cualquier ejército.
“Es por eso que solicitamos sus servicios.”
—Es por eso que solicitamos su ayuda.

Vale cerró los ojos un momento. Pasó años escuchando las mismas palabras, en diferente orden, pero con el mismo significado una y otra vez, solicitando sus servicios.
Y no es que le molestara su trabajo. Es solo que, a medida que pasaba el tiempo y se convertía en la mejor, cada vez la veían menos como un ser humano y más como un arma viviente…

Siempre llegaban a casa con su tía y mentora. Pronunciaban el mismo discurso. Luego su tía la miraba por el rabillo del ojo, tal como lo estaba haciendo Stefan en ese momento y entonces, después de meditarlo durante algunos segundos, siempre respondía:
“Sí”.
—No.

Vale abrió los ojos y no pudo evitar mirar la nuca de Stefan. Este, a su vez, no dejaba de ver a los nobles frente a ellos. Sus manos estaban entrelazadas delante de su barbilla. Los veía con mucha seriedad. Tan así que ambos se estremecieron.
¿Había dicho no?

—¿No? —preguntaron ambos nobles.
—No —repitió con firmeza—. Para estos casos existe la guardia real.
—P-pero, su alteza… —quiso decir lord Hutch, pero Stefan no le dejó.
—Y el reino tiene un fondo de emergencia para estos casos. No tiene que preocuparse por las finanzas del reino.
—Su alteza —intervino lord Rabbiel—, si una sola persona es capaz de lidiar contra todo un grupo de criminales, ¿no sería mejor usarlo para el beneficio del reino? Lo que hizo sola para salvar la vida de la princesa Stella y del duque de Dessen no lo hace cualquiera —insistió, con los ojos brincando de él a ella.
—Mi respuesta es la misma —acató Stefan—. Valentina es mi guardaespaldas. Está única y exclusivamente a mi servicio.
—Pero sería un beneficio para el reino… —quisó decir lord Rabbiel.
—Está dando un servicio en beneficio del reino —espetó Stefan, y se puso de pie. Ambos lores se irguieron, más tensos que antes—. Cuidando de mí, cuida al reino. Después de todo, soy el dirigente y futuro rey. —Hizo una pausa solo para analizarlos con atención y luego continuó—: La guardia real se hará cargo. No aceptaré más peticiones de este tipo. Es mi guardaespaldas y solo yo decido qué trabajos realiza. ¿Entendido?
—Su alteza…
—Pregunté si entendido —cuestionó con firmeza. No alzaba la voz, pero con el tono autoritario que usaba le era suficiente para mantener su postura.
—Entendido, su alteza —respondieron ambos lores, resignados y con la cabeza gacha.
—Bien. Si eso es todo, volveré al castillo. Es mi día libre después de la boda de mi hermana —dijo Stefan, y comenzó a rodear la mesa y luego a ellos—. No quiero oír más propuestas de este tipo.

Tanto el marqués como el vizconde asintieron sin levantar la mirada e hicieron una reverencia cuando el príncipe salió.
Detrás, Valentina le siguió el paso, siendo tan sigilosa como siempre.

Una vez afuera, lo observó de espaldas. Él siempre caminaba despreocupado, tranquilo y regio. No había día en que no se preguntara cómo podía tomar actitudes tan diferentes.
¿Me defendió?, pensó Vale.

—Con qué autoridad se creen de pedirte —espetó Stefan mientras caminaban por el pasillo—. Y aún peor, considerar que el reino se irá a la ruina por hacer su trabajo.
Ah, claro. Era por la imagen del reino.
—Estoy acostumbrada a este tipo de peticiones —confesó la chica.
—Yo no, y no quiero volver a oírlas. Trabajas para mí.
—Por supuesto, soy tu guardaespaldas.
—Y mi amiga —añadió el príncipe—. Me molestó la manera en que hablaron de ti como si fueras un arma. ¿Qué diablos tienen en la cabeza? —dijo, y no giró por completo, pero sí le dedicó una mirada por encima del hombro—. No eres un arma, eres un ser humano; como ellos, como yo.




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