La rosa blanca y el colibrí azul

Capítulo 9

Donde las palabras se ahogan más en la superficie que en el mar

—¿Sigues molesta conmigo porque te pedí venir?
Valentina no respondió.
—De acuerdo, me corrijo: te obligué a venir. Admito que salió de mí lo autoritario de los De Vires.
Un pequeño bufido escapó de la chica.
—¿De verdad seguirás ignorándome el resto de la tarde? —continuó Stefan.
Valentina no se inmutó en mirarlo, pero desde su posición, recargada sobre el barandal, se limitó a mover la cabeza.
—Al menos dime algo.
—No, su alteza —respondió al fin.
—Ah, el título. Solo usas el título cuando estás enojada conmigo.

Valentina rodó los ojos. Había un extraño silencio que ella no quería romper, pero para Stefan era incómodo y hasta asfixiante. Se puso a un costado suyo, con la espalda recargada al barandal, mirando al lado contrario de Vale y jugueteando con la manga de su suéter.
—Confieso que quería que vinieras porque solo tú eres honesta conmigo —dijo—. Eres la única que no teme regañarme si digo o hago algo no apropiado de mi posición. Nunca has temido señalarme.

Vale miró de soslayo la postura del príncipe; él veía hacia el suelo y un pequeño vuelco se instaló en ella con tal confesión. Volvió la vista hacia al frente.
—Si te hace sentir mejor, podríamos salir otro día. Solo tú y yo.

Los ojos de Vale lo miraron de costado. Solo veía su codo sobre el barandal, pero, aun así, evitó mirarlo por completo o siquiera decir algo. Al menos no todavía.
Hizo una mueca. No quería ceder, pero también le costaba mantenerse neutral. Aspiró aire, y cuando estaba por decir algo, no lo logró.

—Lamento la tardanza —pronunció Farah, llegando a ellos y acabando con el momento—. Temía que el vestido no fuera el adecuado.

Stefan se volvió a verla. La princesa portaba un bonito vestido en tonos claros que llegaba hasta los tobillos. Era muy casual y contrastaba con el color de su pelo y su figura. Del lado izquierdo del cabello llevaba un broche que simulaba una flor.
—Siempre te ves bien —alabó Stefan por cortesía.

Ahora sí que Vale lo miró un segundo. Después se giró por completo e hizo una reverencia.
—No se ha demorado, princesa…
—Solo Farah —pidió con una sonrisa en el rostro.

Tanto Vale como Stefan se percataron del tono. Él se limitó a asentir; ella, a observar.
—Farah —repitió el príncipe—. Aún estamos a tiempo.

Farah se acercó a Stefan y le tomó del brazo sin dejar de verlo a los ojos, haciendo como si estuvieran solos en el lugar.
—Llevamos tiempo conociéndonos. Creo que ya podemos tutearnos —mencionó y comenzó a jalarlo consigo—. Ya que estuviste ocupado parte del día, me tomé la libertad de escoger los lugares a donde ir esta noche.
—Ah, ¿sí?
—Claro. Pensé: “¿por qué no ser yo quien te sorprenda?” —exclamó emocionada, pero enseguida miró por encima de su hombro y su gesto se endureció un poco al ver a la guardaespaldas—. Ya puedes irte, mis guardias nos acompañarán.

Valentina detuvo su paso y parpadeó. Pero luego encogió un hombro y dio media vuelta.
—No. Ella nos acompaña —intervino Stefan—. Ven aquí.

Vale hizo una mueca antes de volver a mirarlos.
—Mis guardias son los indicados para acompañarnos. Además, son dos —insistió la princesa y, de nuevo, la miró. Vale comprendió y dio la vuelta.
—Vuelve aquí —ordenó Stefan, haciendo que Vale solo diera dos pasos antes de volver a girar, tratando de disimular su irritación—. No es por dudar de la capacidad de sus guardias, princesa…
—Farah.
—Farah —se corrigió—. Pero mi guardia es más que capaz de protegernos ella sola. Es la mejor del reino.
—No es por dudar de sus soldados —replicó la princesa—, que estoy segura son excepcionales. Quizá es la mejor del reino, pero no del mundo —opinó. Vale no respondió nada; solo quería irse.
—Oh, no. Yo me atrevería a decir lo contrario —afirmó Stefan—. Han hecho varias ofertas para quitarla de mi lado, pero ninguna he aceptado.

Las dos lo observaron. Farah miró de soslayo y Vale bajó la mirada.
Farah analizó la situación. No iba a perder la oportunidad ahora que la tenía, así que hizo lo mejor que podía hacer: ceder y usar sus encantos.

Su gesto ligeramente tenso lo suavizó y emitió una sonrisa más entusiasta.
—De acuerdo —pronunció, volviendo a tomar el brazo del príncipe—. Ella vendrá, y uno de mis guardias también. ¿Estamos a mano?
—Me parece equilibrado.
—Perfecto. ¿Nos vamos?

Antes de bajar los escalones, Stefan miró por última vez a Vale. Con solo una mirada, ella entendió que los siguiera y, con solo una mirada, ella le dijo que seguía molesta con él.

***

Honestamente, no debería estar aquí, pensó Vale. Debí hacerme la enferma, siguió regañándose.
El acuario de la capital era el más bonito y el más grande que había en Rosnia.

La princesa no dejaba de hablar de sus conocimientos sobre la vida marina. Tampoco había soltado a Stefan en todo el viaje. Si no caminaban a la par, en algunas ocasiones le tomaba del brazo, y él siempre era cortés, aunque escapaba de su agarre de vez en cuando.

Vale vigilaba detrás, pero también se daba permiso de aprovechar y observar la visita.
La última vez que estuvo en un acuario fue a sus diez años, en la excursión escolar. Vivía en una isla, y la vida marina era su pan de cada día. Así que sí, también tenía mucho conocimiento respecto a peces y corales.

Un divertido recuerdo vino a su mente cuando vio la pecera con peces payaso.
Javi dijo: “Mira, ahí está Tristán”, y el muy tonto respondió algo más que les provocó carcajadas en el lugar. Luego llegó la maestra a reprenderlos a los tres.




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