Donde nuestra protagonista se da cuenta del peso de su papel en esta historia
Un bonito restaurante. Una cena maravillosa. Un ambiente relajante. Luz cálida con algunas velas en lugares estratégicos para dar una ambientación acorde y, lo mejor, pocas personalidades en el lugar. En teoría, debía ser una experiencia increíble según Farah, pero Stefan no dejaba de pensar en lo que saldría en los periódicos al día siguiente.
Ambos príncipes en una cita (que no era cita, según Stefan), que decenas de personas ya los habían visto juntos, y lo más probable era que ya se estuviera redactando la nota para el día siguiente.
—¿Todo bien? —preguntó Farah. El príncipe alzó la vista y asintió con una ligera sonrisa—. Me he percatado de que no te pregunté por la comida que prefieres.
—No soy quisquilloso. Lo que elegiste hoy es perfecto —se apresuró a decir.
—Entonces, ¿por qué la mueca de hace un rato?
Ciertamente, Valentina no había querido decirle el motivo de la llamada que recibió, y menos hablar con él. Debía estar muy molesta si no planeaba contarle nada.
—Me es difícil salir de la rutina de trabajo —explicó el príncipe, que por un lado era verdad—. A veces vienen a mi mente los pendientes y no logro relajarme como debería.
Farah lo observó y asintió despacio. Era la mirada más sincera que le había visto en toda la noche, una que expresaba genuinamente cómo se sentía.
—Lo mismo pasa en Fairspren. Theo y yo estamos tan acostumbrados a lidiar con los problemas del reino que, a veces, me da la impresión de que mi padre está viviendo una jubilación adelantada —dijo, y tanto ella como Stefan dejaron escapar una pequeña risa—. Me gusta salir del país de vez en cuando y tratar de olvidar todo lo referente al palacio. Después de todo, Theo puede hacerse cargo.
—Es una gran ventaja contar con tu hermano mellizo para liderar, pero en mi caso, la mayor parte del liderazgo recae en mí. Stella es un gran apoyo, pero al final, el heredero soy yo —confesó Stefan, antes de tomar un sorbo de su copa.
A Farah le habría gustado decirle que era un tanto afortunado por ser el único heredero y librarse de la horrible competición por la corona, como era su caso, pero temía sonar demasiado ambiciosa. No lo era. Más bien se trataba de querer ser libre a su manera y demostrar que podía moverse a su gusto siendo una de las princesas herederas.
—Espero que la tarde de hoy te haya ayudado a olvidarte, aunque sea un poco, de todo el deber —mencionó de pronto, en un tono tranquilo pero reconfortante.
—Admito que sí —soltó Stefan, y eso tomó por sorpresa a la princesa—. Fue divertido.
Ella sonrió, tímida, por primera vez en la noche. Definitivamente no lo esperaba. Siempre era ella quien mostraba mayor interés y empezaba a prepararse para usar sus encantos, pero escucharlo sincero era diferente…
—Lamento ser tan aburrido —expresó el príncipe, y la princesa sintió la necesidad de aclararle las cosas.
—No lo eres —se apresuró a decir—. Creo, más bien, que eres un poco tímido. De mi hermano y yo, yo siempre fui la entusiasta, así que estoy acostumbrada a jalar a todo el mundo. Más bien, yo me disculpo si te sentiste obligado.
—Está bien. A veces no sé cómo salir de la rutina. Te agradezco la espontaneidad —dijo, sincero.
Una vez más, un deje de sorpresa se instaló en ella. En el castillo, en Fairspren, los pretendientes eran quienes hacían cosas absurdas para llamar su atención. Quería pensar que estaba siendo un tanto diferente a ellos con el príncipe Stefan, pero de pronto caía en cuenta de que una plática sincera y ser ella misma, tan natural, quizá era el mejor plan que podía tener.
Casi nadie podía decirle las cosas como eran, y casi nadie entendía su posición.
Casi nadie.
Solo él.
Y no podía dejarlo ir.
Intentando ahuyentar el fuerte latido de su corazón, cortó un trozo de carne, la pinchó con el tenedor y la llevó a su boca. Su vista volvió al frente, pero él ya no la veía.
Los ojos verdes de Stefan miraban de soslayo a su lado. Siguiendo su camino, ella sintió de nuevo ese piquete de incomodidad. Mientras estuvieran cerca, nunca tendría del todo su atención.
***
Valentina estaba en su usual posición; recargada sobre el barandal del balcón del restaurante. Contrastaba de una manera peculiar al lado del alto y serio guardia de la princesa de Fairspren. Mientras ella era bajita y descuidada con su pose, el soldado era todo lo normal en un guardaespaldas.
Claro que iba a llamar la atención de Stefan verla sin vergüenza alguna por posar como lo hacía. Vale podía sentir su mirada de vez en cuando. No le importaba.
No había riesgo alguno esa noche. Tenía que estar ahí porque era su deber protegerlos en todo momento, pero no porque existiera un peligro real.
—Así no es como se comporta un guardaespaldas —escuchó susurrar al guardia de Fairspren a su lado.
Vale lo miró de soslayo.
—No soy un guardaespaldas normal —respondió sin ganas.
—Eso he oído —añadió. Ella no respondió—. Escuché que viene de una escuela especial. No se ofenda, pero no tiene la estatura mínima requerida, y aun así dicen que hace trabajos que ningún otro soldado podría realizar.
—He escuchado lo mismo.
El soldado la observó unos segundos. Ella seguía en la misma posición y con el mismo tono perezoso.
—¿No debería observarlos de frente? Es decir, el peligro podría presentarse.
—No es necesario. Revisé la zona antes de subir aquí. No hay de qué preocuparse. Salvo que la sopa esté desabrida. Entonces sí, el cocinero tendrá que rezar.
—¿Revisó la zona en los minutos que tardó en subir?
—Esos mismos.
—¿Cómo lo hizo tan rápido?
—Tengo mis trucos.