La rosa blanca y el colibrí azul

Capítulo 13

Donde las bromas disimulan verdades.

Un mes después.

—¿La lista de invitados? —Stefan intentó adivinar.

—Lista, como su nombre lo dice.

—¿Los platillos?

—Resuelto. Se revisaron alergias y preferencias de todos los invitados.

—¿El salón?

—Impecable. Los adornos son los mejores de la temporada.

—¿Entonces, para que me llamaste? —cuestionó el príncipe.

Simón detuvo su paso, se acomodó las gafas y le mostró la nota del día.

El gran encabezado decía algo como “La esperada noche de los príncipes de Rosnia y Fairspren”.

Stefan se dio se la vuelta con desdén y continuó andando.

—Todos quieren verte con tu novia.

—¡No es mi novia! —exclamó irritado.

Después de la cita —que no fue cita, según Stefan—, los medios publicaron lo que tanto se temía: los príncipes de ambas naciones mantienen una relación secreta.

Llevaba un mes ignorando las notas y evitando hablar del tema, pero sabía que cualquier descuido suyo esa noche, llevaría a dos caminos: aumentar los falsos rumores o despertar el deseo de las jóvenes del reino por convertirse en su princesa.

No deseaba ser objeto de ninguno.

—¿La princesa lo sabe? —indagó el secretario.

—La princesa se disculpó conmigo por lo que los medios dijeron. Te recuerdo que salió a aclarar su versión de los hechos.

—Una estratégica jugada de su parte —murmuró Simón.

—¿Qué dijiste?

—Nada —repuso con una sonrisa contenida—. Lo que quiero decir, es que sea lo que sea que estes planeando, mantén tu distancia. Ahora mismo eres el soltero más codiciado del reino.

—¿Crees que no lo sé? —dijo Stefan deteniéndose para mirarlo—. No promulgue leyes sobre matrimonios libres en la realeza para ser objeto de cacería.

—Bueno, tu hermana ya está casada. El otro gran botín eres tú.

Stefan suspiró con cansancio. Puso sus manos en los bolsillos y volvió a andar.

—Todos tus problemas podrían acabarse si decides un buen partido —bromeó Simón.

Stefan bufó.

—¿Quieres encontrarle novia? Yo te ayudo —se incluyó en la conversación Valentina, apareciendo de quien sabe dónde, pero alcanzando los pasos de ambos—. Una vez mi hermano y yo le ayudamos a mi otro hermano a conseguir novia: escribimos una carta de amor, organizamos una cena sorpresa y le dije a la chica que él estaba enfermo para que acudiera a cuidarlo.

—¿Y funcionó? —intervino Simón, curioso.

—Claro que sí —respondió ella con orgullo—. Se enamoró perdidamente.

—¿De tu hermano? —preguntó Stefan.

—No, del médico que fue a revisar a mi hermano.

Simón soltó una carcajada.

—¿Porque respondes con orgullo si el objetivo era tu hermano? —cuestionó el príncipe.

—El médico es amigo de la familia —explicó—. Nadie dijo que Cupido no se equivocaba de vez en cuando.

Otra carcajada salió de Simón.

—Qué eficiente —ironizó Stefan sin mirarla—. ¿Por qué crees que tus referencias son de ayuda?

—De los errores se aprenden. Era joven y tonta. Ahora sé que no hacer —se defendió. Hizo una pausa y añadió—: Y porque vi Bridgerton y Orgullo y Prejuicio. De algo me ha de servir.

—Paso.

—¡Oye! —expresó Vale y miró a Simón.

—No quiere ni mi ayuda —respondió este.

—Eres espía, eres guardaespaldas, fuiste sicaria y ahora, ¿quieres ser casamentera? ¡Por favor! —se burló el príncipe.

—Puedo ser de todo un poco en esta vida.

—Ve a encargarte del departamento de seguridad.

Valentina se cruzó de brazos y soltó un gruñido.

—Como digas. Pero ya te digo yo, que soy un estuche de monerías —añadió y entonces saltó por el barandal para caer en el jardín.

—¡Y no ensucies mis balcones! —gritó el príncipe.

Pero ella siguió avanzando con brincos burlescos cada tres pasos.

—Mejor que siga siendo la encargada de mi seguridad —añadió Stefan con una sonrisa.

—Sí, es mejor —combinó el secretario—. En una de esas se termina enamorando ella y no tú.

Stefan detuvo su paso. No giró a verlo, pero tampoco dijo nada. Simplemente parecía como sí acabará de percatarse de algo.

—¿Te imaginas? —continuó Simón—. Con lo desastrosos que son sus planes que no tienen relación con seguridad e inteligencia.

—¿Vale va a acudir… como invitada? —Stefan se atrevió a preguntar con cuidado.

A Simón le pareció extraño su tono de voz. Daba igual, con solo pensar en la respuesta dejó escapar un gruñido.




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