La rosa blanca y el colibrí azul

Capítulo 16

Donde hay melodías que sorprenden al alma

Caminar entre la gente nunca se había sentido tan asfixiante. Mientras esquivaba invitados y buscaba otra salida, por primera vez en mucho tiempo, Vale sintió frío y calor al mismo tiempo.

Bochorno por su indiscreción, frío en su interior.

Incluso la alteración le estaba provocando mareo.

Necesitaba aire, pero no el de los jardines. Quizá sí salía del castillo rumbo al espacio donde vivían los perros, se sentiría mejor. Sí, esa era una buena opción. Nadie la vería y mucho menos la extrañarían.

No la extrañaría.

—Vale.

Con eso en mente, se detuvo un momento para percatarse de su acelerado corazón.

—Vale…

Quería distraerse y lo logró. Aunque lo que vio no la hizo sentir mejor.

Mejor seguir andando.

—¡Valentina!

Oír su nombre le trajo al presente. Simón iba tras ella, con el rostro agitado. ¿Había caminado más de lo que creía? Al parecer sí.

El joven secretario se plantó frente a ella y jadeó un poco.

—Llevo hablándote desde hace tres ventanales y no me has oído.

—Perdón —pronunció en un tono tan extraño como vacío para ella—. No te oí.

—¿A dónde vas?

Vale titubeó. Miró la puerta a unos metros. ¿Qué iba a decirle? ¿Qué huía?

—A tomar aire.

—¿Por qué no al jardín?

Una mueca se le escapó. Fue el gesto suficiente para que Simón notara enseguida que algo sucedía.

—Me sentiría más a gusto acompañada de los perros —intentó justificarse. No sabía que con eso convencía a su amigo.

—De acuerdo —pronunció Simón, y los ojos de Vale parpadearon de sorpresa—. Pero antes de que te vayas, quiero que conozcas…

Vale observó detrás de él. La princesa de Fairspren iba entrando al salón y cierto príncipe de cabello dorado caminaba un tanto alejado de ella. La urgencia de salir corriendo volvió a recorrerla como si de un chispazo se tratase.

—Luego me dices —interrumpió e intentó darse la vuelta.

—Pero…

—¡Solo serán cinco minutos, Simón!

—¡Espera…! —intentó detener el secretario.

—Lo prometo…

Pero antes de decir más, Vale chocó con uno de los meseros, y un par de copas de vino le cayeron encima. Una gran mancha y el frío de la bebida le arruinó el vestuario y sintió las miradas curiosas cerca de ellos.

—Hay un mesero atrás de ti —advirtió Simón demasiado tarde.

❃♛❃

—¡Qué vergüenza! —pronunció Vale con las manos en la cara, sentada sobre el banco del pasillo.

Simón ya estaba llegando con una toalla en mano y tomó asiento a lado de ella.

—El lado bueno es que no todo el mundo lo vio. La música evitó que se escuchara por todo el salón. Fue un accidente menor.

—Aún así —insistió con bochorno—. Nunca me había pasado esto.

—Ya, ya —le puso una mano en el hombro y dio pequeñas palmadas—. Anda, a cambiarte y volvamos al salón.

—No voy a volver.

Simón se detuvo y la observó atento en busca de eso que le estaba incomodando.

—¿Por qué?

Y Valentina no supo qué responder.

Se miró las manos y luego el traje. Lady Janine la ahorcaría después de ensuciar tan bonito trabajo que hizo para ella.

—Tendría que utilizar uno de mis trajes de trabajo comunes —se excusó—. ¿Hay algún problema con eso?

—Para nada, pero…

—Pero ya no me vería a la altura del evento.

Con un nudo en el corazón, Simón sintió que su amiga estaba pasando por algo más que el luto de un traje bonito. No estaba seguro de que, pero si eso le incomodaba, él, como el secretario bien prevenido que era tenía la solución a su problema… aunque tuviera que convencerla en el proceso.

—Bueno, creo que puedo ayudarte —dijo y Valentina lo miró—. Pero harás lo que te pida.

Vale le aguantó la mirada un par de segundos antes de que su mente maquinara y se diera cuenta cual era la solución que le ofrecía. Entonces soltó un respingo y la boca formó una O sorprendida.

—Oh… no.

—Oh, sí —respondió Simón y le tomó de la mano instándola a levantarse—. ¡Vamos, Vale!

—No Simón. No puedo. ¿Y si pasa algo?

—¿Viste peligro en alguna visión?

La chica que poseía el don de ver el futuro —sólo en ocasiones especiales— se maldijo porque le mostrarán que esa noche todo estaba en orden.

—No, pero…

—Entonces no hay pretexto.

¡Si lo había! Pero se avergonzaba tanto de mostrarlo.




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