—¿Y tú quien eres? —le hice la pregunta, seguro de que me observaba porque sabía quién era yo; todos los niños hacían lo mismo apenas ingresaban a nuestra clase, de inmediato deseaban hacerse de mi amistad y ese interés yo lo detestaba— Si tus papás son ricos, podría considerarte parte de mi círculo de amigos.
Me burlé, esperaba su reacción, la que todos hacían: bajaban la cabeza, se ponían nerviosos y tatamudeaban, pero ella no reaccionó así.
En su lugar, me ignoró. Eso era nuevo.
Se dio la vuelta y se fue. ¡Se fue!
Nunca nadie me había ignorado, a mí.
¡Al segundo príncipe!
¡¿Cómo se atrevía?!
Y lo siguiente que paso fui yo actuando irracional, incluso para mí fue una sorpresa salirme de mis protocolos.
—¡Oye, niña fea! ¡Nadie deja hablando solo al príncipe de Saltori!
La tonta niña de pelo rubio se volvió a verme y me escaneo con la mirada.
—¡Y a mí nadie me llama fea! —espetó con brazos cruzados— Mi papi dice que soy una princesa.
Y entonces la observé bien, lo primero que pensé fue que era pequeña y escuálida, pero temeraria. Una niña tonta promedio, que se atrevió a levantarme la palabra.
—¡Ja! Eso le dicen todos los padres a sus hijas para no decirles la verdad: que son feas —respondí contento con mi insulto, creyendo que ganaría como siempre.
Me crucé de brazos, muy confiado de mí mismo, pero al mismo tiempo, una multitud de niñas con ojos sorprendidos, de pronto me lanzarron miradas gelidas. Ahora todas las niñas de mi clase me odiaban.
—Su alteza —me llamó Franky bajito. Él era mi mejor amigo y de los pocos que me querían por mi persona y no por mi título—. Creo que todas las niñas se han sentido insultadas.
Mire a mi alrededor y encontré muchos pares de ojos furiosos.
—¡No les decía a ustedes! —Tontas.
—¿Acaso las estás llamando… entrometidas? —insinuó la niña fea con una sonrisa de alguien que sabe que ya ganó.
¡No! Yo no... ¡Eso no quise decir! ¡Eso era... bajo!
¡Ponerme en contra de mis compañeras...! Aunque sí eran una bola de chismosas.
—¡Claro que no! —me defendí— Y más vale que eso si lo hayan escuchado.
Franky se cubrió el rostro con una mano. ¿Qué? ¿Qué dije ahora?
Lo siguiente que recuerdo, fue un montón de bolas de papel cayendo sobre mí y de fondo a la niña fea, cuyo nombre aún desconocía, de frente con los brazos cruzados y una sonrisa triunfante.
Nadie me habló en semanas. Nadie. Pero esto no se iba a quedar así.
Claro que no.
Esto apenas comenzaba entre ella y yo.
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Editado: 01.08.2025