La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

2. Dorian

—¿Y tu quien eres? —le hice la pregunta, creyendo que me observaba porque sabía quien era yo; siempre era lo mismo, niño que llegaba a nuestra clase, niño que de inmediato deseaba hacerse de mi amistad y ese interés yo lo detestaba— Si tus papás son ricos, podría considerarte parte de mi círculo de amigos.

Me burle, esperaba su reacción, la que todos hacían, sentir vergüenza al notar que no obtendrían nada de mí, pero ella no reaccionó así.

En su lugar, me ignoró… eso era nuevo. Nunca nadie me había ignorado, a mí.

¡Al segundo príncipe!

¡¿Cómo se atrevía?!

Y lo siguiente que paso fui yo actuando irracional, incluso para mí fue una sorpresa salirme de mis protocolos.

—Oye, niña fea, ¡nadie deja hablando solo al príncipe de Saltori!

La tonta niña de pelo rubio se volvió a verme y me escaneo con la mirada.

—¡Y a mí nadie me dice fea! —contestó igual de molesta— Mi papi dice que soy una princesa.

Y entonces la observé bien, recuerdo que fue lo que pensé en cuanto la vi: pequeña, escuálida, pero temeraria. Una niña tonta promedio, que se atrevió a levantarme la palabra.

—¡Ja! Eso le dicen todos los padres a sus hijas para no decirles la verdad que son feas —respondí contento con mi insulto, creyendo que ganaría como siempre.

Me cruce de brazos muy tranquilo, pero al mismo tiempo, una multitud de niñas hicieron gestos sorprendidos y grititos ahogados, así como me veían mal. Ya no solo la niña fea que me ignoró hace un momento me odiaba, ahora todo alumnado femenino de mi clase también lo hacía.

—Su alteza —me llamó Franky por lo bajo. Él era mi mejor amigo y de los pocos que me querían por mí persona y no por mi título. Para tener ocho años lo sabía muy bien—. Creo que todas las niñas se han sentido insultadas.

Mire a mi alrededor solo para encontrar a muchos pares de ojos furiosos.

—¡No les decía a ustedes! —Tontas.

—¿Acaso las estas llamando… entrometidas? —insinuó la niña fea.

¡No! Eso era bajo incluso para mí, ponerme en contra de mis compañeras, aunque si eran una bola de chismosas por escuchar peleas ajenas.

—¡Claro que no! —me defendí— Y más vale que eso si lo hayan escuchado.

Franky se cubrió el rostro con una mano y yo lo mire confuso. ¿Qué había dicho?

Lo siguiente que recuerdo, fue un montón de bolas de papel cayendo sobre mí, a la niña fea, cuyo nombre aun desconocía, de frente con los brazos cruzados y sonriendo triunfante.

Ninguna compañera me dirigió la palabra en semanas, pero esto no se iba a quedar así, claro que no.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.