La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

6. Dorian

Esa niña tonta y fea no se iba a salir con la suya, así que me dirigí con el director de la escuela para informarle lo sucedido. A mí nadie me iba a levantar falsas acusaciones y tampoco iba a echarme comida encima, por supuesto que debían de creerme y apoyarme, soy el príncipe segundo del reino… o al menos eso creí.

Y digo “creí” porque mis padres también fueron llamados. El resto de los niños interrogados contaron su versión –neutral- de los hechos. Y es que en cuanto llegaron los profesores tomaron a cuanto niño arrojaba comida y los llevaron a la sala de castigo. No conformes contaron todo.

¡Chismosos!

Ahora mismo mi padre, el rey, y la tutora de la niña fea, una mujer corriente igual que ella, estaban en la oficina de la escuela esperando a que nos llamaran a ambos.

Al cabo de un rato, me llevé la segunda sorpresa de la semana.

—¿Cómo te ha ido Doris? —preguntó mi padre a la mujer.

Yo me volví a verlo. ¿Por qué le hablaba a la madre del enemigo?

—Su majestad —reverenció la mujer—. Excelente, sabe que el trabajo es arduo, pero poco a poco vamos saliendo adelante. —Sonrió.

¿Qué estaba pasando?

—Me alegra oírlo —respondió mi padre—. No estamos en el castillo para hablar con formalidades. Espero que ahora que tienes a cargo a esta hermosa niñita obtengas mejores oportunidades.

¡¿Qué?!

La niña fea también miró confusa a los dos adultos. Creo que ninguno entendía qué querían decir. Ahora que observaba con atención, la mujer no se parecía en nada a la niña. Quizá ella se parezca a su padre.

—Así es —añadió la mujer—. De igual manera espero que al reino le vaya de maravilla.

Siguieron una conversación extraña de adultos, ignore lo que decían. No me incumbía, aunque mucho después me lamente de no haber prestado atención. De haber sido más listo, me hubiese dado cuenta de la verdad y jamás habría permitido lo que paso, aunque apenas tenía ocho años, igual no la hubiese salvado.

La niña fea se mantuvo callada todo ese rato, era indiferente de la mujer y también de mi padre, ni siquiera le había prestado suficiente atención. ¿Acaso estaba bien de sus facultades mentales?

—¿Los tutores de Dorian Lastroke y Stella Maltes? —preguntó la secretaria.

Sí, así se llamaba, Stella. Vaya nombre tan feo… la mujer y mi padre se levantaron.

—Pasen por favor, los niños pueden esperar, después pasarán con ustedes.

Mi padre me dedicó una mirada, entendí que no debía objetar y entró a la oficina.

El silencio era extraño, ni siquiera parecía que Stella estuviera ahí presente. Más vale que todo se solucionará y quedará absuelto de culpas. No había dicho nada falso y tampoco tenía porque arrepentirme. Solo dije la verdad, la niña era fea y encima problemática, no respetaba a sus autoridades. Punto.

—Mi padre va a solucionar todo — mencioné solo para recalcar que yo seguía ganando.

—Ok —contestó a secas.

—Y no me disculparé de nada porque no tuve nada de culpa —insistí.

—Como sea —respondió de la misma forma. ¿Qué era?, ¿un robot?

—Y tú te arrepentirás de haberme insultado, después podrás llorar con tu madre.

—Ella no es mi madre.

Me dejó callado. No supe que contestar, sí que había metido la pata. Si antes el silencio era extraño, esta vez era incómodo. Para cuando nos mandaron llamar, solo nos pidieron que nos disculpáramos el uno al otro y de paso que no volviera a insultar a ninguna niña.

No nos dirigimos la palabra en un tiempo. Fuimos extraños compañeros de clase.

En el palacio, padre hablo conmigo, no estaba molesto, pero le sorprendía mi actitud, y la verdad no entendía el porqué. Siempre que Donovan, mi hermano mayor, se comportaba así, le aplaudía, sin embargo, a mí me regañaba. ¿Qué no acaso, ambos somos príncipes?

—Claro que lo son —respondió papá a mi queja—. Pero no debes olvidar tu lugar.

Esa fue la primera vez que escuche las limitaciones, la primera vez que me hicieron entender quién era yo y porque jamás iba a poder ser igual de importante que mi hermano mayor.

—Pero soy un príncipe — repliqué.

—Segundo —acató padre, o, mejor dicho, el rey—. Eres el príncipe segundo, no puedes llamar la atención por encima de tu hermano, no puedes ser mejor, debes recordar siempre tu lugar, eres el segundo y como tal quédate ahí. Tu hermano es el heredero y la atención está puesta en él, ¿Qué pasa si hablan de ti?

—Dudarán de sus capacidades —respondí desganado.

—Así es. Eres un niño listo, usa esa inteligencia para quedarte en tu lugar.

Nunca más volví a insistir.




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