La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

32. Dorian

Mi perfecta pintura acababa de ser arruinada. ¡¿Cómo iba a mostrarle esto a padre?! Jamás podría presentar algo semejante. Me sentía tan frustrado que termine desquitándome con Stella en mitad de clase. El profesor se acercó para controlarme, ella lloraba desconsolada.

Al terminar la hora, ambos fuimos llamados por el maestro.

—F-fue un accidente —sollozaba Stella, aún no se calmaba desde que empezó a llorar.

Yo rodeé los ojos, estaba de brazos cruzados. No le creía nada, me odiaba tanto como yo a ella y ahora se hacía la víctima.

—No finjas, sé que fue apropósito —acaté.

—Dorian —llamó el profesor, me callé al instante—. Accidentes así ocurren todo el tiempo. Ninguno se verá afectado en sus calificaciones, pude ver las obras de ambos mientras las realizaban. Stella —la extranjera dejó de llorar y se secaba las lágrimas, miró al profesor— ¿has tomado cursos de pintura antes? —ella negó con la cabeza— podrías unirte al taller de la escuela, tienes talento.

Stella se sonrojó al escucharlo y yo también ensanche mis ojos, a mí nunca me habían hecho una invitación a ningún club.

—Ahora discúlpense ambos y pueden retirarse. Ya vendrán más trabajos donde destacarás sin accidentes, Dorian.

A regañadientes me disculpe con Stella por haberle gritado y ella se disculpó por doceava vez por tirar agua sucia en mi puntura

No quería ni verla de nuevo ni dirigirle la palabra… pero justo antes de salir del aula, cuando el profesor se había ido, Stella se acercó a mí.

—D-dorian —me llamó nerviosa, me volví a verla y la encontré con la cabeza baja—. Perdón por arruinar la pintura, sé que era muy importante para ti, querías enseñársela a tu padre.

Eso me molestó más, así que la extranjera sabía que con eso llamaría la atención de mi padre. Bufé como respuesta, me negaba a dirigirle la palabra.

—Toma —contestó ofreciéndome su pintura—. Puedes darle la mía, también quería enseñársela a mi papá, pero no importa, igual él no va a venir pronto a verme.

Ahora era yo quien se sentía mal… quizá la extranjera estaba siendo sincera y no fue apropósito el incidente con el agua.

—Gracias —contesté a secas.

Tomé su pintura. Debía aceptarlo, era más bonita que la mía; un lindo paisaje de montañas y una cabaña en el bosque.

—Era mi casa en Rosnia —explicó.

La observé, ella no alzaba la mirada. Sentí un poco de remordimiento, pero igual no quería hacérselo saber, así que me apresuré a irme.

—Como sea, no vuelvas a interferir en mis tareas —contesté y salí del aula, coloque la pintura en el pasillo junto con todas las demás. Me di cuenta de que Stella había firmado su obra con mi nombre… gruñí más por hacerme sentir mal.

Al día siguiente, varios alumnos me observaban y otros me aplaudían, no entendía qué estaba sucediendo hasta que me acerque al aula. En el pasillo, la pintura que Stella me había cedido destacaba por encima de las demás y todos apreciaban “mi arte”.

—Su padre, el rey debe estar orgulloso del talento de su hijo —escuché a un alumno.

¿Lo estaría? Me llenó de esperanzas. Quizá no era tan malo… debía agradecerle a la extranjera el gesto.




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