La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

40. Dorian

No podía creer que acababa de hacer el ridículo frente a la tonta de Stella. No solo el bruto de Tony me había vencido, sino también me lastimé en mi afán de demostrar que era mejor.

—Déjame ayudarte —escuché la voz de Stella, le rechacé la mano.

—Yo puedo solo.

El dolor era inmenso, intenté levantarme, pero volví a caer.

Ahora mismo me sentía muy, pero muy avergonzado, mi orgullo estaba herido.

—Tonterías, no me vas a embaucar en un nuevo reporte por haberte dejado solo a tu suerte —dijo Stella.

Y antes de poder replicar colocó mi brazo alrededor de su hombro y con su mano libre rodeó mi cintura, me ayudo a levantarme y me acompañó hasta la enfermería.

¿Por qué lo hacía?

La observé nervioso, menos mal que el rojo de mi cara se confundía con el rojo del calor al correr. Era la primera vez que la analizaba bien de cerca, sus ojos eran grandes y de color verde, ya no eran tan feos de cerca y su piel era bonita y suave…

¡No!

Yo no podía pensar así

¡Ella seguía siendo tonta y fea! Punto.

Jamás podría fijarme en Stella, mi estatus no lo permitiría… nunca.




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