Al día siguiente regresé a donde los pequeños gatitos. Cuando me iba acercando, me percaté que Dorian ya estaba ahí. Los tres sociables jugaban con una varita emplumada que este había conseguido y eso que yo solo le había pedido ayuda con la comida.
No me acerqué, quería observarlo un par de minutos. Dos de los gatitos se entretenían con la varita, el pequeño de blanco se acorrucó entre los pies de Dorian y este se veía muy complacido con ellos. Era la primera vez que lo veía así, sonriendo tiernamente.
Nunca me hubiera imaginado que sería capaz de ver este lado de él, pero debía ser honesta, me gustaba.
Sonreí.
Mi pequeña risa se alcanzó a oír hasta donde él porque inmediatamente se levantó y disimuló que estaba buscando la comida en su mochila.
—¡Ah! Ya llegaste —mencionó sin mirarme—. Toma esto, pensé que a los gatitos les gustaría.
Me pasó la varita.
—¿Cómo sabías que estas cosas les gustan?
—Lo leí en una de las revistas de la biblioteca.
—Ya veo. —Lo observé, de su mochila sacó un par de latas, yo solo había podido conseguir sobres con el poco dinero que me daban mis tutores— ¿Y eso?
—Es comida premium. —Claro, solo él podía darse el lujo de conseguir algo así— Contiene los nutrientes necesarios para que crezcan sanos.
—Suenas como un padre preocupado por sus hijos —aludí con burla.
Él me miró mal y yo no pude contener la risa.
—Ríe lo que quieras, es claro que no sabes sobre la importancia de una correcta alimentación. Eso explica porque no creciste más.
—¡Por favor! Tenemos la misma estatura —me defendí.
—Por ahora, pero es obvio que seré más alto que tú. Entonces yo me burlaré de ti y tu pequeñez. O quizá no, porque no suelo mirar hacia abajo.
Así podríamos seguir peleando, pero solo me limité a rodar los ojos y me arrodillé junto a él. Entonces tomé la otra lata y comencé a abrirla, de inmediato el gato blanco quiso subirse en mí mientras que Dorian miraba con agrado al gato negro y el gris que ya compartían plato de comida.
Dorian le acarició la cabecita a cada uno.
—Son lindos, ¿no? —pregunté queriendo hacer conversación.
—Debo admitirlo. Nunca había tenido tanta cercanía con gatos, pero sí, son lindos.
—¿Sigues sin querer alguno?
—Ojalá pudiera.
—Si, yo también.
Alimentamos a los gatitos. El pequeño de ojos verdes seguía sin querer salir de su escondite, así que le guarde la mitad de la lata solo para él y después de que Dorian me contará sus ideas para crear un plan de adopción nos despedimos. Más tarde él volvería con Franky para darles otro poco de comida y asegurarse de que estarían bien. Después de todo, también podía confiar en que Franky nos ayudaría.
Los días pasaron, de vez en cuando volvía con alguna excusa inventada hacia Doris y poder ver a los gatitos, pero me encontraba con la sorpresa de encontrar a Dorian conviviendo con los mininos.
Estos se emocionaban al verlo y querían subirse a él desde su pantalón.
Otras ocasiones notaba como sonreía feliz con los ronroneos de los gatitos y si tenía que ser honesta, es que, verlo así de tierno provocaba emociones en mí.
¿Por qué no podía verme así? De esa manera me trataría menos mal.
Cuando quería ver su reacción intentando disimular su emoción por los gatitos es cuando hacía mi entrada y entonces ocultaba su rostro tierno.
Una semana después un profesor nos ayudó a colocar a los tres pequeños en buenos hogares, dos siendo estudiantes del colegio y con permiso y compromiso de los padres que los gatitos estarían en las mejores condiciones.
Así nos despedimos primero de la pequeña pantera.
—¡Te llamaré T’Challa! —dijo con emoción su adoptante— Tienes madera de ser todo un rey en casa —añadió mientras lo abrazaba.
—¿Qué significa T’Challa? —pregunté en un susurro.
—Me parece que es el personaje de un cómic —me respondió Dorian del mismo modo.
Al día siguiente fue el gatito blanco con manchas grises quien partió a su nueva casa.
El gatito gris con rayas fue adoptado por un profesor, nos decía que amaba los gatos y sería, en palabras suyas “El hermano perrrrrfecto de su gato Miauricio”.
—¿Y a este gato como lo llamara? —preguntó Dorian.
—¡Michiael!
Si. Los rostros que ambos pusimos no tenían precio.
Ahora solo faltaba el pequeño asustadizo que se negaba a salir, pero que, pese a todo, comenzaba a confiar en nosotros. Su cabecita se asomaba poco a poco cada vez más para comer del plato a orillas del hueco. Ahora sabíamos que era de color naranja.
—Es lindo —le dije a Dorian cuando lo vi.
—Supongo que seguiremos trayéndole comida —mencionó él—. Por lo menos hasta que decida salir por completo.
—Cierto. Vendré mañana antes de clase para asegurarme que no se ha ido aún.
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Editado: 12.04.2025