La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

48. Dorian

Mentiría si dijera que no me había sentido mal. Apenas la vi retorciéndose en el suelo perdí el control y solo escucharla decir mi nombre me trajo de vuelta. ¿Por qué me pasaba esto? Estaba indignado conmigo mismo por cómo me había comportado, porque no sabía cómo controlar estas emociones.

Y cuando estábamos en la oficina del director, el miedo me dominó por un momento, al ver mis nudillos, sentí demasiado temor por lo que hice, haber golpeado a alguien.

Un príncipe no podía comportarse de esa manera, no debía, estaba seguro que la reprimenda en el castillo sería severa. Mi padre se molestaría demasiado conmigo, lo decepcionaría y mi madre tampoco se pondría de mi lado… Muy probablemente Donovan se burlaría de mí y aunque a él le perdonaban deslices así, yo… mi caso era diferente. Me quería regañar por reaccionar así, pero entonces volvía a mi mente la imagen de Stella siendo pateada y el coraje me recorría el cuerpo entero.

Cuando escuchaba como Claudio nos acusaba falsamente a Stella y a mí, decidí hablar, no iba a permitir que siguiera atentando contra ella.

Y hasta entonces, por un leve momento sentí que estaba volviendo a tener control de mis emociones, me disculparía por mi comportamiento, asumiría las consecuencias de mis acciones y hundiría las otras reacciones que querían salir de mí… pero no pude.

Tener a Stella cerca, su presencia, su aroma, el bonito color de sus ojos… mi corazón latía rápido con solo mirarla. Entonces le vi un pequeño moretón en la muñeca, estaba seguro que ella no se había percatado de eso, pero yo sí y el enojo volvió a mí.

Le acaricie la mano con el pulgar mientras ella limpiaba mis heridas, su tacto era tan cálido… no terminaba de entender porque me sentía tan cómodo a su lado.

Y un nuevo miedo me impregno, presión, nerviosismo.

No debía, Stella era una plebeya extranjera y a mí solo me importaba ser el mejor en todo. No tenía tiempo para tontas distracciones y menos con alguien de status inferior al mío.

Así que hice lo que creí mejor, huir.

Si yo, el príncipe de Saltori salí huyendo de la extraña comodidad que sentía a su lado mientras mi corazón se estrujaba porque quería más de ella, pero mi mente me recordaba que no era posible.

Me tome del pecho arrugando mi suéter y camisa con la mano, justo donde unos minutos antes me había tomado Stella para pedirme que me estuviera quieto.

Justo ahí dolía por no haberme quedado…

Esto iba a ser difícil, mucho. No sabía que estaba experimentando, esto era diferente a todo lo que me rodeaba y no tenía con quien hablarlo, así que lo mejor para mí era ignorarlo. Seguramente era el remolino de emociones que me habían invadido por todo lo sucedido hoy y estaba perdiendo la cabeza, claro que debía ser eso.

Tenía que descansar y esperar que en el castillo no se enterarán de lo sucedido.

Comencé a caminar, mis pies pesaban, más bien parecía que los arrastraba hacía los dormitorios.

Una brisa de la tarde me tocó el rostro y me hizo recordar que hasta hace un momento la cercana respiración de Stella era más cálida.

¡Maldición!

Eso había sido demasiado cerca, estuve a nada de volver a dejarme llevar cuando su tacto y su cercanía habían bloqueado toda la razón en mí. Yo fui quien se acercó y también quien salió huyendo.

¡Ni siquiera podía mirarla a los ojos!

Mire el cielo naranja, era un poco tarde, dentro de poco oscurecería y yo no había hecho mis deberes escolares, pero si era sincero, dudaba que hoy pudiera siquiera concentrarme en hacerlos, pues solo tenía una sola cosa en mente o mejor dicho una sola persona, y esta sería una de las primeras veces que ella robaría mi atención casi todo el tiempo; Stella estaba entrando en mí sin que yo pudiera hacer algo al respecto.




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