La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

50. Dorian

Para mi desgracia, el haber defendido a Stella trajo más problemas que soluciones. No solo me observaban extraño, también comenzaron los rumores. Ella no me gustaba, en absoluto. Seguía siendo la extranjera molesta de siempre.

Cuando volví al castillo el fin de semana para un evento en el palacio, madre ya estaba enterada de lo que había hecho, y pensé que era cuestión de tiempo para que también se enterara padre y Donovan.

Sin embargo, para mi sorpresa, no fue así. Madre se lo guardo para sí.

—¿No le piensa decir a padre? —pregunté nervioso mientras almorzaba con ella.

—No —contestó dulcemente.

—¿Por qué?

—Hay cosas que no es necesario informarle —respondió tras tomar un sorbo de su té.

Me quede callado.

Por un momento me sentí aliviado de que el incidente que escalo a golpes no fuese comidilla en el palacio.

—No me enorgullecen los golpes, pero creo que hiciste bien al defender a esa chica —añadió mi madre—. Procura que la próxima vez no uses los puños.

Me sonroje un poco, de vergüenza más que nada. No era nada propio de un príncipe reaccionar así.

—No estuvo bien que lo golpeará.

—Pero al menos evitaste que ella saliera lastimada.

A mi mente vino el moretón en su brazo. No, no la protegí del todo.

Madre y padre constantemente me hablaban sobre gestos de caballerosidad y ayudar a los demás. Por un momento creí que quizá se sentirían orgullosos de mí. Observé mi pai de queso, aunque era mi favorito hoy no me sentía con ganas de comerlo.

—No siempre van a reconocer tus acciones, hijo mío —añadió madre, supuse que leyó mis pensamientos con mi silencio, levanté la vista, me sonreía con amabilidad, me gustaba pasar tiempo con ella porque me trataba con cariño.

—Entonces, ¿de qué sirve llevarlas a cabo?

—Porque eres una buena persona, sin importar el título. Tus acciones determinan tu persona, hiciste bien por el simple hecho de ayudar.

Sonreí, supongo que madre tenía razón. Me sentí mejor cuando pude apoyar a Stella. Entonces recordé que ella siempre estaba apoyando a otros aun cuando la llamaban mezquinamente como “la extranjera”, como cuando teníamos nueve le salvo la vida de un niño al intoxicarse al comer almendras, por suerte ella llevaba consigo un antídoto de emergencia o cuando me levantó a mí con la lesión en el tobillo… pero también a mi mente vino Donovan haciendo desplantes por el castillo, llamando de manera grotesca a las criadas o cuando ignoró a madre solo porque lo reprendió, aquella vez me molesto que hiciera eso.

—Madre, ¿puedo hacerle una pregunta?

—¿Qué sucede?

—¿Por qué a Donovan le perdonan sus desplantes? Es decir, él tiene permitido hacer cuanto quiera, pero a mí me castigan con reportes escolares por alzar la voz y hablan a mis espaldas cuando presumo mis logros. ¿Es porque no soy el heredero?

Pude notar que mi madre dejó su taza de té y cambió su expresión, se veía más tensa como pocas veces lo hacía y entonces pensó en sus palabras antes de hablar.

—Tú y tu hermano son mi adoración —comenzó—. Pero ambos son distintos. Tu hermano es más… irracional y tú eres muy meticuloso. Adoras tener las cosas en orden y obedeces con gracia las órdenes. Eres un niño muy listo y se nota en todas las disciplinas en las que destacas…

—Pero —interrumpí, a eso siempre venía un “pero”, estaba seguro de ello.

—Pero en efecto, la educación que ustedes dos han tenido es distinta. A tu hermano lo han educado para ser el futuro rey y a ti te enviamos al instituto porque creímos que sería bueno que socializaras y tuvieras otra visión que no se enfocará en ser el heredero.

—¿Qué quieres decir?

—Que para tu hermano ha sido más difícil socializar porque toda su vida ha vivido en el castillo —añadió madre—. En cambio, tu comprendes más sobre interactuar con la gente porque lo vives en la escuela.

—La mayoría de los que me saludan lo hacen por interés —acaté, no era reclamo, pero si quería que lo supiera, para mí tampoco era sencillo.

—Lo sé, pero sería más difícil para tu hermano por ser el heredero.

En eso tenía razón. Aun así, me sentía extraño al ver como premiaban a Donovan por acciones que a mí me castigaban, pero quise olvidarlo. Seguía siendo mi hermano y como sea, debía ser un ejemplo a seguir. Él era el mayor después de todo.

—Mi niño —me llamó madre por última vez—. Tu eres especial a tu manera.

Primero la observé, constantemente me cuestionaba como era que nos criaban a Donovan y a mí de manera distintas, pero también, agradecía el gesto de mi madre. Le sonreí, me gustaba que de vez en cuando, no me hicieran sentir como la segunda opción.




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