—¿Qué crees que esté planeando ese pelafustán vestido de seda?
Me volví hacía Vicky. Se sacó la paleta de la boca y se encogió de hombros. Siempre supe que odiaba a Dorian, pero no sabía que al grado de llamarlo “pelafustán”.
—¿Pelafustán? ¿En serio?
—Podría ponerle adjetivos peores.
—Ese me da risa.
Y soltó una carcajada.
Pedirle ayuda a Vicky solo podía significar una cosa, que el asunto iba en serio, ¿cómo lo sabía?
No había quien se comparará con mi mejor amiga, si en cuanto a moda se trataba dentro de la escuela, eso quería decir que lo que Dorian tenía en mente iba más allá que una disculpa normal.
—Más le vale que no sea otra broma de mal gusto, o de lo contrario, lo estrangularé con mis propias manos. —E hizo gesto de apretar el cuello.
—Yo misma lo haré en ese instante si se atreve —mencioné tranquila, demasiado a decir verdad y es que algo dentro de mí, me aseguraba que no tenía nada que temer.
—Tengo mis sospechas —soltó de pronto Victoria haciéndome salir de mis pensamientos—, pero no quiero ponerte ansiosa.
—Ya lo estoy —aseguré.
Entonces Vicky me vio con ojos de complicidad. Reconocía esa mirada y lo que estaba pensando detrás de todo esto.
—¡No!
—No he dicho nada —se justificó con tono inocente—, aún.
—Lo que sea que estás pensando, solo quiere disculparse.
—Por desgracia, lo conozco desde pequeños y a no ser que sea de su interés, no es tan misterioso.
—No es nada de lo que piensas.
—Exacto, no es nada de lo que pienso, aun…
Y una sonrisa maliciosa surcó su rostro.
No, no quería ilusionarme en vano.
Era lindo, sí. Tenía un carácter horrible. Igual.
Pero también podía tener un lado diferente, uno que me gustaría ser la única que pudiera ver de él… y entonces me recordaba lo diferente que éramos, así fuese algo de juventud, no quería terminar con el corazón roto, no de esta manera.
Era imposible y esa era la única verdad.
—Listo —anunció Vicky con una emoción genuina.
Nos vimos en el espejo y el vestido y arreglo que había hecho para mí era maravilloso. La miré con mucho aprecio y le tomé la mano y después se la apreté en agradecimiento.
—No es nada —se apresuró a decir antes que yo dijera algo más cursi—. Lo que sea que esté planeando ese tonto, más le vale que valga la pena tanto para aprovechar el haberte hecho lucir como lo que eres.
Le dediqué una mirada intrigada antes de preguntar.
—¿Qué soy?
—Una verdadera princesa.
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Editado: 25.04.2025