Para la noche había conseguido preparar todo, desde la principal sorpresa, como el hecho de que Matías, el secretario de mi padre logrará suavizar el muy probable enojo que se llevaría conmigo. En fin, que hasta Franky fue un excelente compinche para que la escuela no me sancionará, así como nadie estuviera presente al momento del espectáculo.
Me sentía nervioso, muy nervioso. En otras circunstancias esto me hubiera parecido ridículo, pero ahora mismo valía la pena. No soportaba que Stella me odiará más tiempo. Le quitaba emoción a nuestra continua rivalidad y no era lo mismo si solo uno se sentía bien… eso y la razón principal: debía disculparme.
Me había quitado el uniforme y puesto una camisa vino con saco negro. Aunque me veía casual, igual seguía siendo adecuado para la ocasión. Estaba solo en las gradas de la escuela, a esta hora pocos estudiantes realizaban corridas por toda la cancha, sin embargo, para esta ocasión había ideado un plan para que nadie más que Stella y yo asistiéramos a las gradas.
Una tarde exclusiva, solo nosotros dos.
Al percatarme que yo no portaba el uniforme, imaginé a Stella que también vendría con ropa casual, me preguntaba que llevaría puesto. Era extraño, me era costumbre verla con el uniforme escolar o en casos especiales, los vestidos de fiesta que se ocupaban en eventos de la escuela.
Por un momento me sentí tonto, quizá yo había asistido demasiado arreglado para esto y Stella llegaría con cualquier ropa sencilla… aunque ¿Por qué tendría que preocuparme?
Yo seguía siendo un príncipe y ante todo debía conservar la elegancia y compostura.
De pronto miré a lo lejos una pequeña figura, por la manera de andar enseguida supe que se trataba de Stella. A medida que se acercaba pude distinguirla; llevaba un bonito vestido color vino, miré mi camisa, combinaba con mi ropa. Menuda coincidencia.
El pelo lo llevaba suelto y solo recogido de enfrente por un pasador.
Al parecer había juzgado demasiado pronto. Ni siquiera habíamos acordado vestimenta y me agradaba saber que coincidimos.
Me levanté de la grada donde antes estuve sentado y bajé a alcanzarla mientras que ella se aproximaba.
—Llegas a tiempo —dije extendiéndole mi mano para ayudarla a subir.
—Toma. —Me cedió el pasador con forma de ruiseñor.
—Consérvalo. —No era momento de ignorar mi mano.
—Pero…
—Más tarde me lo devuelves —insistí, empezaba a cansarme con el brazo estirado.
Stella me dedicó una mirada antes de guardar el pasador en su bolsito cruzado. Entonces tomó mi mano y la ayudé a subir, la fui guiando hasta mitad de las gradas, el espectáculo no tardaba en empezar.
—¿Cómo sabías que vendría de color vino? —me preguntó, sonreí de lado sin que me viera.
—Adivine.
—Mientes.
—Soy tan bueno en todos los aspectos que incluso intuí el color que vestirías.
No pude verla, pero estaba seguro de que ella entrecerró los ojos. Yo iba al frente y la llevaba de la mano, guiándola hasta el punto indicado. Era extraño, pero a la vez agradable.
—Es mi color favorito.
—También el mío —confesé.
—Entonces no lo intuiste.
—Claro que sí, ya te lo dije, soy perfecto.
Stella me soltó y se cruzó de brazos.
—Hoy no, no tenemos tiempo —insistí.
—¿Para qué? Empiezo a preocuparme.
—Preguntas al final. —Y sin dejarle respingar, volví a tomarla de la mano y la jalé.
Entonces el primer fuego artificial salió disparado, luces en tonos azules adornaron el cielo, a esa le siguió otra y otra y otra, de diversos colores. Noté como Stella se quedaba absorta en el espectáculo de luces.
—¿Esta es mi disculpa? —preguntó apenas en un susurro.
—Preguntas al final —le recordé.
Pese a que los primeros fuegos ya habían salido, llegamos a tiempo justo a la mitad de las gradas, que era el objetivo.
—¿Por qué querías traerme aquí si de igual manera se ven desde la entrada?
—Stella —le llamé la atención.
—Está bien, lo siento.
La miré y no pude evitar sonreír. ¿En qué momento crecimos? Su estatura a la par de la mía me ponía nervioso ¡Y sus ojos! Dos hermosos jades que resaltaban su pelo dorado, era tan inocente y tierna. Ella me correspondió la sonrisa para después admirar el espectáculo de fuegos artificiales.
No solo las luces adornaban el cielo, también empezaron a formarse figuras, desde nubes, estrellas, incluso rostros de animales. Stella saltó de emoción cuando vio la de forma de rana y aplaudió como niña y yo… solo pude observarla tan feliz.
Cada vez sonreía más y más con cada figura.
—¡Es fantástico! —exclamó.
—Y no has visto el final.
Me dedico una mirada rápida, pues no quería perderse el espectáculo.
—Dorian.
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Editado: 25.04.2025