Tercera parte.
No le puedes mentir al corazón.
16 años.
Dorian.
Desde muy temprano el ambiente en el castillo estaba en constante movimiento. Hoy vendrían a visitarnos nuestros homólogos del reino vecino de Rosnia. El rey Edwin y su hijo, el príncipe heredero, Edmundo.
Los últimos años habían sido de constante cambio. Poco a poco me involucraba más en las actividades reales, mientras que mi hermano, que dominaba todos los eventos, se quejaba de ello.
Yo no pensaba interferir. No soy el heredero, no tengo interés en serlo, así que por mi parte podría estar tranquilo que no lo humillaría. Él podía hacerlo solo.
Aún no salía de mi habitación. Estaba por terminar de arreglarme. Desde que cumplí quince, madre había contratado a un ayuda de cámara para asesorarme con mis trajes y arreglarme de acuerdo a cada ocasión, hoy no era la excepción. Sin embargo, le pedí me dejará terminar por mi cuenta. El saco podía tomarlo por mí mismo. Agradecí y lo despedí con amabilidad.
En unos días más el invierno comenzaría, así que debía usar un traje más pesado para evitar el frío.
Solo estaba acomodándome los botones frente al espejo. Un tono azul marino sería apropiado, mi hermano y mi padre eran quienes llevaban puestos los trajes reales, como rey y heredero. Yo debía ir más formal que royal.
Sonreí.
Me repetí que hacía bien, no iba a molestar a mi hermano con mi presencia, pero iba a ser tan bueno en mi disciplina que mis padres me alabarían. Lo sé, estaba seguro de ello…
Escuché que tocaban la puerta, era una de las criadas, deseaba saber si me encontraba listo para bajar y acompañar a mi familia. Lo estaba.
Abrí la puerta y le agradecí el recado. Entonces caminé por los pasillos.
Un par de nuevas empleadas me observaban, ambas eran jóvenes. Simplemente saludé sin emoción y pasé de largo… de niño me observaban por ser el segundo príncipe, ahora que tenía dieciséis, me observaban por “lo apuesto que me estaba volviendo”.
Llamar la atención no había cesado con los años, pero ya no me molestaba, he aprendido a lidiar con ello.
Sobre todo, en la escuela, donde aprendí a sacar provecho de ello con una que otra chica linda.
Me quedaban solo tres años para terminar los últimos grados de estudio en el colegio. Y este año sería decisivo, estaba por alcanzar la meta; ser presidente del consejo estudiantil. Si cumplía con las exigencias al margen de la perfección, sería el presidente más joven y obtendría mi capa dentro de poco.
Me emocionaba mucho al fin lograrlo, padre se sentiría orgulloso de mí, estaba muy seguro de ello.
Sabía que no podía ni debía competir con Donovan en el castillo, él era la principal razón por la que todos se desvivían, no iba a quitarle el puesto, solo… solo quería destacar a mi manera. Que también me observaran sin considerarme una amenaza para mi hermano.
Bajé las escaleras con pausa, madre ya estaba abajo dando indicaciones sobre las nuevas flores para adornar. Me gustaba su elección, desde pequeño pasaba tiempo con ella en el jardín, escogiendo nuevas flores, plantando semillas, regando y viendo crecer… cuando estaba en el instituto sabía que ella continuaba con esa labor, era su modo de distracción con tanto ajetreo real, igual el mío.
La jardinería era el hobby que nos unía a ambos.
En cuanto me vio, su gesto se suavizó, me sonrió y espero a que terminará de bajar para darme un beso en la mejilla. A veces sentía que me seguía tratando como a un pequeño.
—Estoy bien madre —respondí alejándome con suavidad—. Ya no soy un niño.
—Para mí sí —contestó ella—. Cada día dejas de ser un niño, quiero aprovecharte.
Sonreí.
Tome el brazo de mi madre y lo pase por encima del mío, le gustaba que la escoltará así, ella me volvió a sonreír. Admitía que hacía el gesto porque extrañaba su complicidad todo el tiempo que pasaba lejos del castillo.
Caminamos juntos hacía la fachada, pronto llegarían el rey y el príncipe heredero de Rosnia y nosotros debíamos estar ahí a un costado de mi padre y hermano para recibirlos en la entrada.
Desde donde estaba podía notar el semblante de Donovan. La espalda curva y los hombros tensos; se sentía fastidiado. Odiaba al príncipe heredero del país vecino, continuamente era comparado con él y eso lo enfurecía.
Padre pareció reprenderlo porque enseguida se irguió y cambió de postura. Las relaciones entre ambos países eran pacíficas en la actualidad, aun cuando teníamos historia detrás.
No hace más de cincuenta años se habían enfrentado ambos países cuando el “Rey tirano” de Rosnia se alzó en su país, entonces creyó que podía invadirnos, pero Saltori se mantuvo y evito la guerra. Después se restablecieron acuerdos pacíficos cuando el hijo y actual rey de Rosnia decidió hacer a un lado los pleitos de su padre.
Entonces nuestras naciones prosperaron en acuerdos mercantiles, se estableció la paz y se llevaron relaciones amistosas…
O eso es lo que parecía a grandes rasgos, porque una parte de la población aun le tenían cierto resentimiento a los Rosnianos, razón por la que Stella no siempre fue bien recibida en el colegio…
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Editado: 25.04.2025