La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

59. Dorian

—Príncipe Dorian —escuché que me llamaban, me había perdido en mis pensamientos, alce mis ojos y encontré al heredero dirigiéndose a mí—. Tengo curiosidad, ¿Cuál es su edad?

Volví mi vista rápidamente a mi padre, él asintió con alegría, significaba que tenía permiso para interferir en la conversación.

—Dieciséis —contesté tratando de sonar seguro, pero un deje de nervios me traicionó.

—¿Tiene mucho que los cumplió? —volvió a preguntar.

—No tanto, el dieciocho de septiembre pasado.

—¿Dieciocho? —giró a mirar a su padre— Igual que ella, pero de diciembre.

El rey pareció sonreír nervioso antes de tomar de su vino.

—Tenemos una niña becada en el palacio, muy linda por cierto y tiene su edad, recién los cumplió —informó al ver que su padre no decía nada.

—Eso es genial —añadí con interés.

Me era extraño que me tomará en cuenta, pero debía admitirlo, se sentía bien que me notará.

El príncipe siguió platicando sobre su plan de becas e intercambios entre estudiantes de ambos países y que deseaba expandirlo una vez que tomara posesión.

Ya que me había introducido a la conversación, le presté más atención de la pensada, sin embargo, al mismo tiempo noté la irritabilidad de Donovan.

No esperaba tener problemas por el gesto que el príncipe tuvo conmigo…

Al día siguiente, durante el paseo, las principales calles de la capital fueron cerradas al público en general, solo para que tanto el rey como el príncipe heredero caminaran a gusto junto con la familia real.

En ocasiones se adentraban a tiendas solo para conocer un poco más el contexto histórico de la ciudad.

Donovan rodaba los ojos de vez en cuando, no hacía falta mencionar que le fastidiaba tener que compartir atención con sus invitados.

Yo me mantuve al margen, después de lo de anoche, no quería que padre malinterpretará mi actuar con el inexistente deseo de quitarle atención a mi hermano, pero no esperaba que el príncipe heredero pidiera mi ayuda.

—Su alteza —se acercó a mí, yo que iba con mi madre del brazo tuve que soltarla para prestarle total atención al príncipe Edmundo—. Espero no sonar demasiado atrevido, pero tengo entendido que acude a un colegio y no estudia en casa —asentí con la cabeza—. Me imagino que muchas chicas lindas lo buscan.

Reí nervioso, sí y no. Quizá me buscaban, pero me concentraba tanto en mí que no prestaba demasiada atención…

—Si un poco… —mentí, el príncipe hecho una carcajada.

—Qué modesto. No es mentira que será un joven apuesto, pero no me malinterprete, no quiero incomodarlo, solo estoy buscando un regalo, pensé que quizá, si usted salía con chicas sepa los gustos de las niñas de su edad.

Debía admitirlo, me sorprendía que se acercará a mí, vino a mi mente el recuerdo de la conversación de anoche. ¿Sería para la niña becada?

—Bueno, algunas compañeras hablan mucho sobre una tienda de joyería que está por aquí cerca —informé—. Quizá le sea de ayuda. ¿Puedo preguntar por qué el interés?

El príncipe sonrió de manera nostálgica. Miro hacía al frente, mi padre caminaba junto a mi madre y el rey invitado, mi hermano en cambio paseaba solo, no parecía querer la compañía de nadie. Por un lado, me preocupaba que pensaran que estaba llamando la atención del príncipe Edmundo, pero por el otro, no hacía nada malo, así que de igual manera podía ayudarle, ¿cierto?

—Esa niña de la que hable anoche, es muy especial para mí —contestó—. Es como una hermana menor, pensé que podría conseguirle un bonito regalo ahora que estoy aquí.

—Entiendo —dije, de verdad lo entendía, se notaba la sinceridad en el rostro.

—¿Puede acompañarme a aquella tienda? Una visión joven me vendría bien.

—Con todo respeto, usted no es viejo —añadí a su comentario, ocasione que volviera a reír, esta vez padre me miró de soslayo por lo que tuve que hacerme el serio, pero la risa del príncipe era tan contagiosa que falle en el intento, recordé que solo había alguien que también lograba hacerme reír cuando no quería…

—Solo soy diez años mayor que usted, pero igual quiero conocer los gustos de los adolescentes. Desearía que fuese el regalo perfecto para ella.

Y así fue. Cuando entramos a la tienda de joyería, madre observaba muy contenta cada una de las piezas. Eso sirvió para que el príncipe pudiera tomarse su tiempo y escoger algo “especial”.

—Esa pulsera es hermosa —escuché decir a madre, miré el aparador, en efecto, era muy linda, había algo en su forma era hipnotizante, pensé que quizá le gustará al príncipe.

—Su alteza —lo llamé, enseguida se acercó a donde yo—. Considero que esa pulsera sería un lindo regalo.

Cuando el príncipe la vio, quedó maravillado; una rosa blanca hecha de cristales con correa de oro.

—El símbolo de mi familia —mencionó él—. ¿Lo sabía?

Negué con la cabeza, la verdad solo había sido intuición.

—Es perfecta. Sé que le gustará tanto —añadió emocionado—. ¿Sabe? Espero que no intuya el regalo que estoy por darle, a veces siento que tiene un sexto sentido que le ayuda a presentir este tipo de cosas —se río, yo le acompañe con la risa, la verdad entendía poco a que se refería, pero por su forma de hablar, se notaba que le tenía mucho aprecio a esa chica—. Cuando la vi por primera vez, era una bebé huérfana, pero era tan pequeña y tan bonita que me ganó al instante —recordó con nostalgia—. Daría lo que fuera porque jamás tenga que sufrir.




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