La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

70. Dorian

Últimamente me sentía distraído en clase, pero eso no me daba derecho a faltar en mis responsabilidades. Me había quedado hasta más tarde de lo normal en un último intento por encontrar esa pulsera.

No sabía si era ansiedad por verla con mis propios ojos o el hecho de querer ver bien a Stella, después del incómodo momento entre ella, Becca y yo.

De lo que, si sentía una gran necesidad, era de dejarle en claro que no tenía ninguna relación con Becca. Y ni siquiera estaba seguro de porque quería explicárselo.

¡Basta!

Debía prestar atención a mis clases, así que pause un momento los pensamientos intrusivos. Estaba absorto en mis apuntes, haciendo anotaciones de las partes en que me había distraído cuando el grupo comenzó a murmurar. Antes el profesor mencionó algo sobre quien borraba la pizarra hoy. No preste atención. Franky me dejaba copiar su último apunte cuando incluso mis amigos se integraron.

—¿Siempre uso una falda tan corta? —pregunto Franky en un susurro.

—No, hoy en la mañana vi que Becca le echo encima su bebida por accidente —agregó Conner—. El uniforme debe ser de ella.

Rodeé los ojos, Becca de nuevo estaba torturando a estudiantes de la escuela, una vez más intenté concentrarme en los apuntes, pero las voces de ambos no ayudaban.

—Eso lo explica, pero es la falda es muy…

—Corta.

—Si.

—¿De quién hablan? —alce mi rostro al preguntar.

El coraje corrió por mis venas cuando encontré a Stella borrando la pizarra, mientras nuestros compañeros de al frente aprovechaban para ver por medio de su… falda corta. Se notaba tensa y que se la pensaba antes de saltar a donde no alcanzaba.

Mire a un lado, Becca disfrutaba de la humillación.

Cuando me di cuenta, ya estaba bajando hacia la pizarra con libreta en mano, le arrebate el borrador a Stella y disimule colocando el cuaderno tras sus piernas mientras yo borraba la parte alta.

Sí, estaba enojado.

No, no con ella, sino con quien le hizo la broma.

Su silencio corroboró mi teoría. Me sentía tan molesto, que no dude en quitarme la capa y ponérsela encima. Nadie más iba a dedicarle miradas indecorosas y con coraje tomé mis cosas y salí del aula. Mis amigos me siguieron alabando mi acto de “caballerosidad”.

—Su alteza es una gran persona —felicitó Conner.

—Solo usé mi sentido común —contesté conteniendo mi enojo.

—Aun así, nadie quiso ayudar a la extranjera —añadió Franky.

Sí, era cierto. Nadie sintió la necesidad de ayudarla. Me hizo sentir extraño, una mezcla de enojo porque nadie le apoyo, pero también de felicidad porque yo fui quien lo hizo y si otro lo intentaba… Estaba sobre pensando las cosas.

Más tarde hablaría con Becca. Iba a dejarle en claro que no se metiera con Stella y no lo hacía porque me interesará, sino por los años de conocernos, porque me ayudo algunas veces en el pasado y por… solo eso.

Los siguientes días fueron más tranquilos. Me dediqué a ponerme al corriente y al parecer ya no hubo percances entre Stella y Becca.

Igual había puesto un alto a esta última e ignorado cuando me buscaba. No quería verla después de la pesada broma que le había provocado a Stella.

Cierto día, estaba concentrado resolviendo un problema de la clase de matemáticas cuando alguien llegó y se posicionó a mi lado.

Creí que se trataba de Becca rogándome por quinta vez que dejará de estar molesto, pero cuando alcé mi rostro, no era ella quien me buscaba. Stella llevaba mi capa doblada en un cuadro de tela y colocada frente a su pecho.

—Toma —me extendió la prenda.

—Gracias —contesté levantándome y tomando la capa. Olía dulce, agradable— ¿La lavaste?

Ella asintió.

—¿No querías que lo hiciera?

—Eh… no, no es eso.

—Gracias por ayudarme.

Me sonrió. ¿Siempre se había visto así de hermosa cuando sonreía?

De pronto su gesto cambio, creo que la incomodé al no responder.

—Bueno, debo irme.

—No, espera. No, es mi novia —solté sin tapujos, su rostro de confusión me decía que no estaba siendo claro—. Me refiero a Becca, no es mi novia.

—Entiendo —respondió más tranquila.

—Es, aaamm, complicado, busca mi atención, pero no es nada mío —insistí.

Stella me dedicó otra linda sonrisa, una más tranquila y asintió comprendiendo mi explicación.

—Lo entiendo. Si eso es todo, tengo que irme.

—No, no es todo. —La detuve, busque en mi bolsillo y saque una cajita pequeña, debido a lo pasado en días anteriores había olvidado entregársela— Es tuyo.

—¿Mío? —me miró extrañada.

—Lo encontré —mentí.

Ella tomó la cajita de mi mano y la abrió. Al instante el rostro se le iluminó de felicidad. Eso me puso muy feliz.

—¡Es mi pulsera!

Sin darme cuenta ya estaba sonriendo con ella, pero aún más sorprendente, se lanzó a mis brazos tomándome por sorpresa. Stella me estaba abrazando.

—¡Gracias, gracias, gracias! —canturreó feliz.

Después se alejó y se fue contenta. Solo la vi irse saltando de alegría. Y yo, yo me quedé aturdido y con el rostro sonrojado.




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