La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

74. Dorian

Me estaba muriendo de nervios porque no era yo quien estudiaba con Stella en estos momentos y los pensamientos intrusivos no me daban tregua.

—¿Cuánto falta Conner?

Mi amigo miró el reloj de la oficina antes de responderme.

—Una hora.

Me maldije por dentro.

¿Y si Stella no le entendía? Yo sabía cómo pensaba ella.

¿Y sí, por milagroso que fuera, explicaba mejor que yo? ¿Stella me reemplazaría?

Cerré los ojos.

¿Qué más daba?

De igual manera hoy no me sentía concentrado para realizar los deberes que se suponía tenía que hacer.

Salí de la oficina directo a buscar a Stella.




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