La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

85. Stefan

Stefan lo dijo apropósito. Desde que la cena había comenzado, el segundo príncipe no dejaba de observarlo y por un momento le recordó a sí mismo.

“Mantente callado”, “Habla cuando te lo pidan”, “Permite que sea tu hermano quien domine la conversación”. Siempre observando, pero nunca participando.

Por eso cuando tuvo la oportunidad, se sintió… libre al decir abiertamente que él fue la segunda opción y supo que debía hacer el comentario.

Esa cara de admiración es todo lo que necesitaba.

Su guardia tenía razón; usa tus defectos como defensa, si tú no te burlas de ellos, alguien más lo hará y logrará herirte.

Gracias, chica sin nombre, por el consejo, pensó.

—Es un punto de vista muy interesante —comentó la reina Margaret.

—Gracias.

—¿Y los príncipes ya tienen princesas prometidas? —preguntó de pronto el rey Edwin regresando al tema anterior.

Stefan observaba con disimulo los rostros de todos. Mientras al segundo príncipe miraba con seriedad su comida, al heredero parecía no importarle la conversación. Poco contrario a sus padres, donde el rey estaba meditando sus palabras y la reina evitó adentrarse al tema.

—Mi segundo hijo es quien ya cuenta con una candidata.

—En hora buena —felicitó el rey Edwin.

Stefan observó. El segundo príncipe meneó solo un poco la cabeza, pero esa era suficiente información para él.

—¿Y el heredero? —preguntó Stefan fingiendo inocencia.

Los ánimos se tensaron un poco, cosa que notó enseguida.

—Aún buscamos a la princesa correcta —contestó el rey de Saltori, al mismo tiempo que el rey de Rosnia bebía de su agua.

—Por supuesto, tiene que ser una buena elección —comentó el padre de Stefan—. ¿Tienen candidatas en mente?

Stefan miró por el rabillo del ojo, el segundo príncipe oía atento la conversación, Donovan se mantenía igual. Despreocupado.

Miró con disimulo hacia el otro lado, la reina parecía un poco tensa y ambos reyes se miraban como si entendieran de que hablaban.

—Sí, algunas opciones interesantes —contestó el monarca.

***

Stefan llegó a la habitación que le habían dado y se tumbó en el sofá. Uso un cojín para ponérselo sobre la cara y descansar unos segundos.

—Qué noche tan cansada —pronunció a nadie en especial y estiró los brazos—. ¿Estás ahí?

Su guardia se asomó a la puerta.

—A no más de tres pasos, su alteza —contestó.

El príncipe alzó una mano, aun sin mirarla y le pidió entrar.

—Pasa, ponte cómoda y cierra la puerta.

La chica hizo caso y usó una silla para sentarse de ella, pero sin un ápice de elegancia. Más bien le dio la vuelta y uso el respaldo para acomodar sus brazos encima.

—¿Ya me vas a decir tu nombre?

—No —canturreo ella.

—Te detesto.

—Es mutuo, su alteza. —El príncipe se rio.

—¿Y bien? —comenzó él.

—Revise con antelación la habitación y no hay nada de que preocuparse. También está limpia la zona.

—Bien. Ahora, sobre la cena ¿notaste algo extraño? —preguntó mientras se levantaba y acomodaba sus brazos encima de sus piernas.

—¿Además de que hablaron de mí como una atracción de feria?

Stefan sonrió con verguenza y meneo la cabeza. Sí, eso había sido incómodo.

—Me disculpo por ello. No entiendo a esos viejos.

—Da igual, son cosas de gente rica. Supongo.

—De nuevo, me disculpo, pero eso no es lo que quería comentar. Los príncipes.

—El heredero es tal como lo que investigue. Detesta ser comparado y tiene un deseo insano por ser el centro de atención. Se contuvo durante la cena porque su padre le advirtió.

—¿Cómo lo sabes?

—Tengo mis métodos. —Se encogió de hombros la chica.

—A veces me das miedo. El segundo príncipe.

—Pronto cumplirá los dieciocho. Vive en el colegio, calificaciones perfectas, pero de interacción limitada, no le permiten destacar más allá de la escuela…

—Porque eso evidenciaría que el heredero es un inútil.

—Exacto.

—Será difícil relacionarme con el heredero cuando ambos seamos reyes. Tendré que adularlo, para mantener la fiesta en paz —dijo mientras se recargaba sobre el sofá y se llevaba una mano al mentón.

Realizar estos ejercicios de retroalimentación con su guardia, no solo le eran beneficiosos, sino también, al menos para él, cabían dentro de lo divertido

—¿Aprendió algo más durante la cena, alteza? —preguntó la guardia.

—Sí. El tema del mercado matrimonial.

—Qué incómodo —expresó ella sacudiéndose como si un insecto le hubiese picado.

—Ya sé —coincidió él con la mirada—. Me da asco que sigan usándonos cuáles títeres.

—¿No tienen derecho a casarse con quienes quieran?

—No, todavía nos tratan como en “Orgullo y prejuicio” —bromeó y la chica se rio con él—. Pero viste sus rostros. El segundo príncipe está siendo forzado antes de tiempo.

—El primero también.

—Sí, pero no le importa.

—¿No es extraño que el segundo príncipe ya esté comprometido mientras que el príncipe heredero aún es libre?

—No tanto. Las reacciones de los reyes me dicen otra cosa. La reina evitó hablar del tema, lo que podría significar…

—Que no está de acuerdo.

—Exacto. El rey Sebastián no quiso dar más detalles, pero tampoco es que se vieran preocupados con la elección. Lo que me da a entender dos opciones.

—¿Y esas son?

—La primera, que aún no tienen una candidata, pero están muy cerca de tenerla. Y la segunda, es que ya la tienen, pero aún no quieren presentarla.

La chica prestó atención al príncipe, este tenía la mirada perdida haciendo conjeturas. Desde la plática que tuvieron antes de partir, lo veía más acomedido y concentrado. Solo necesitaba un voto de confianza.

—Y, usted cuál cree que es la respuesta —cuestionó ella, alimentando su habilidad para sacar conclusiones siendo observador.

—La segunda.

—¿Por qué?

—Porque al príncipe heredero no le importo tanto la conversación como a su hermano. Estaba despreocupado. Lo que podría significar que ya tienen candidata, pero por alguna razón no quieren darla a conocer, todavía.




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