Dentro de una cueva, en la oscuridad del bosque, Stefan, príncipe heredero de Rosnia se encontraba escondido junto a su guardia. Ambos tenían algunos rasguños y moretones presentes, y de no ser por la oportuna lluvia, su escape no hubiese sido exitoso.
Sin embargo, justo en esos momentos, tanto Stefan como Stella compartían algo más que el parecido y los ojos verdes, ambos estaban tan dolidos como para pensar con claridad.
Mientras esperaban a que la lluvia se calmara, la chica guardaespaldas observaba las gotas caer. El sonido de la naturaleza le relajaba. Echó una mirada por encima de su hombro. Stefan no la pasaba nada bien. Recargado sobre la pared de la cueva y sentado en una roca, su rostro yacía perdido entre las llamas de la fogata.
La chica se giró con brazos cruzados del frío y lo observó con atención. Después de un rato el joven príncipe se movió solo para cubrir su cara con sus manos. En sus dedos aún tenía restos de sangre y tierra. La imagen de él tratando de detener la hemorragia de su padre le carcomía…
La joven guardia se acercó con paso lento hacía el príncipe, se sentó en la roca contigua y le puso una mano en el hombro. Stefan le miró.
—No tienes que hacerte el fuerte conmigo —dijo ella.
Stefan bajo los brazos y jugueteo con sus dedos, no quería mirarla, sentía pena, pero tenía razón, no eran momentos para hacerse el irascible. Poco a poco se soltó a llorar cubriendo su rostro nuevamente.
—No importa las palabras que diga ahora, sé que no son suficientes para reconfortarte —mencionó ella—. Solo hazlo. Llora. Desahógate.
—¿Qué voy a hacer? —preguntó Stefan con el rostro congestionado y lleno de tristeza— Fui un pésimo hijo.
La guardia miró las llamas de la fogata. Odiaba que se sintiera tan identificada porque eso comenzaba a derrumbar el muro que ella alzó con todo el mundo, y por eso odiaría aún más su decisión.
—No es cierto —contestó—. Tú padre sabía que eras especial, porque no sabes quedarte quieto y te lo dijo, incluso al final: siempre estuvo orgulloso de ti.
Stefan no respondió y agradeció en sollozos su consuelo. En cambio ella recordó una a una cada palabra y la similitud que tenían consigo misma.
Malditos recuerdos. Los ojos también se le cristalizaron.
Stefan no podía comprenderla del todo, su dolor también le cegaba, sin embargo, no refutó. Su compañía le hacía bien.
Permanecieron en silencio un rato más. Mientras se abrazaba así mismo, con las lágrimas saliendo a borbotones, pronto sintió unos delgados brazos rodeándolo.
—Creo que es algo que me hubiera gustado recibir cuando perdí a quien alguna vez me quiso —dijo ella—. Si te molesta puedo quitarme…
—No, no lo hagas —pidió Stefan sin dejar de estar sorprendido por la calidez que no sabía que necesitaba.
La chica lo abrazó más fuerte y el joven príncipe se dejó llevar por el dolor.
—Gracias, chica sin nombre —reconoció adolorido por todo.
—Valentina —corrigió ella insegura—. Mi nombre es Valentina.
—Gracias Valentina —susurró por última vez.
Ella asintió sin soltarlo, acompañando su dolor. En ese momento solo eran ellos dos; él se permitió desahogarse en compañía de su guardia y ella se permitió recuperar un poco de su humanidad.
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Editado: 24.07.2025