Debía admitirlo, me encontraba distraída desde lo de mi padre. Para mí era muy difícil procesarlo y fingir que no ocurría nada. Aun en clases me sentía desmotivada.
Algunas noches las pasaba un rato a solas entre los árboles contiguos a los dormitorios. No era mucho mi apetito, así que me brincaba un par de comidas.
Vicky me insistió la tercera noche. Accedí en el almuerzo, pero la cena volvía a sentirse pesada.
Y ahí a solas, entre la luz de la luna y los árboles, me percaté que fue a buscarme para que comiera un poco antes de dormir. Iba a decir que regresaría en unos minutos, pero no fue necesario. Dorian apareció con un plato y un par de sándwiches.
—Tienes que comer —me dijo sentándose a mi lado.
No negaré que me tomó por sorpresa, creí que él se encontraba estudiando en su habitación, los exámenes estaban cerca.
—No tengo mucha hambre —respondí con vergüenza.
—Come —insistió tomando uno de los sándwiches—. El estómago trabaja durante la noche, si no llevas alimento dentro, absorberá nutrientes de otras partes del cuerpo y no quiero que te enfermes. Así que come.
Y me acercó una mitad a la boca, él hablaba muy en serio y estaba decidido a hacerme comer, no pude evitar soltar una pequeña risa. Me hacía sentir protegida.
—Bien, tú ganas esta vez —le dije fingiendo indignación, cosa que él tomó con humor. Después di una mordida al sándwich.
—Ya deberías saberlo, Stella; yo siempre gano —añadió con esa fanfarronería que hace tiempo no veía.
No, ya casi no veía esa faceta suya, porque los dos habíamos cambiado el uno con el otro, y de vez en cuando, volvíamos a ese juego solo por diversión.
Logró sacarme una risa genuina.
—Te odio —le dije entre juegos.
Él sabía que no era verdad.
Pero a pesar de que mis amigos hacían el intento por levantarme el ánimo, había otras ocasiones en que pesaba demasiado mi situación y la incertidumbre.
Al parecer era muy obvio, porque a menudo, Dorian me daba oportunidad de tomar asesorías si decidía no asistir a clase, pero no quería sentirme más sola de lo que ya estaba. Sin embargo, aun así, le tomé la palabra para estudiar juntos.
Nos encontrábamos en las mesas del jardín de la escuela, ya que no tenía ganas de encerrarme en la biblioteca. Dorian lo entendió sin juzgarme. Le agradecía que fuera tan bueno conmigo. Sin embargo, dudé de mi decisión cuando un par de chicas platicaban en la mesa de al lado. Sé que no debía evidenciarme, pero igual me afectaba.
—¿Escuchaste lo que pasó en Rosnia?
—Lo sé, es terrible.
—El rey y el príncipe muertos.
Me detuve en lo que estaba escribiendo al oír aquello.
—¿Ya encontraron el cadáver del príncipe?
—Aún no, pero es lo más probable, que lo hayan desaparecido.
Me negaba a creer los rumores. Pesé a que no conocía a mi medio hermano ni él estaba enterado de mi existencia, seguía siendo el último pariente que me quedaba. Y de confirmarse su muerte, no solo habría perdido a toda mi familia, sino también… dejé de pensar en todo cuando el cálido y suave tacto de unos dedos colocaron un mechón de mi pelo alrededor de mi oreja. Al levantar mi vista, encontré dos ámbares observándome con paciencia.
—Concéntrate —pidió Dorian con cariño—. Tu cabello no te dejaba ver.
Le agradecí con los ojos y volví a mi cuaderno. No mencioné más, aunque aún podía sentir la mirada de Dorian.
Si debía ser honesta, su calidez me sentaba bien en estos momentos.
Los días pasaron, aún no había novedades. Me lamentaba menos que al principio, pero de vez en cuando, la ansiedad me jugaba una mala pasada.
Tanto Vicky como Dorian eran atentos conmigo y yo me sentía agradecida con ellos. Incluso Franky y Conner se habían acercado a mí.
Pronto llegarían las vacaciones y yo debía concentrarme en mis últimos exámenes, así que solía ir a la biblioteca a estudiar para distraerme.
Sin embargo, ese día no pude más y el cansancio me venció. Caminé por el pasillo oscuro y me regañé a mí misma por haberme quedado dormida mientras leía. El tiempo pasó volando y para cuando desperté se aproximaba la hora de cierre. La mayoría de los salones ya estaban vacíos y ni hablar de los pasillos.
Apresuré mi paso, odiaba quedarme hasta el final o peor aún, sola. Faltaba poco para qué llegará a la salida de los edificios y me adentrará a los dormitorios. Ya casi no había alumnos y me volví a regañar.
¡Como pude ser tan descuidada!
De pronto sentí que alguien me seguía, pero cuando pasé mi vista hacia un costado, el ruido cesó. Así que volví a caminar, de nuevo escuché un par de pasos y la sensación de que alguien me observaba. Quería pensar que la escuela era un lugar seguro, ¿cierto?
Con temor, volví a detenerme y esta vez giré para ver que sucedía, pero no había nada, o aparentemente eso es lo que se suponía. Sin embargo, al fondo alcancé a ver un reflejo y el temor en mí incrementó.
Fingí no haber visto nada para seguir caminando, pronto encontraría la salida y podría huir a las residencias.
Volví a girar, esta vez prestando atención a los sonidos, pero estaba tan absorta en el momento que no alcance a darme cuenta de quien llegó frente a mí.
Choque con alguien y ambos caímos al suelo. Con el impacto nuestros libros resbalaron por el piso.
—¿Podrías fijarte la próxima vez? —reclamó Dorian frente a mí.
—Lo siento —alcance a pronunciar fingiendo normalidad, pero Dorian se me quedó viendo, algo me decía que me conocía muy bien como para saber que estaba fingiendo.
Me apresuré a tomar mis cosas y de paso ayudé a recoger las suyas. Él se levantó y me tendió una mano. Él en verdad no estaba enojado, fingía igual que yo. ¿Por qué?
—Me tengo que ir —añadí apresurada.
Dorian no dijo más palabra y dejó que me fuera. Estaba segura de que se preguntaba que me sucedía esta vez.
Me pareció oír sus pasos en dirección contraria, pero no dio más de tres cuando ya estaba corriendo hacia mí. Se colocó a mi par y me miró preocupado.
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Editado: 12.08.2025