—Gracias —susurro mientras se enjugaba las lágrimas.
Por instinto, hice a un lado su mano y yo mismo limpié una de sus mejillas, me dolía verla sufrir. Claro que le creía, Stella se había abierto a mí y yo nunca antes le había escuchado tan sincera. Recordé cuando ayudé al príncipe Edmundo a escoger una pulsera de regalo, mencionó algo sobre la habilidad de su hermana para anticipar cosas. Ahora que sabía que Stella era la segunda princesa de Rosnia, creía en su relato.
—Hay algo que no entiendo —dije tratando de desviar su atención de mi gesto, yo ya lo sabía, pero quería conocer su versión—, el rey tuvo dos hijos además de ti, tu otro hermano. ¿Por qué él no puede protegerte?
Stella se mordió el labio antes de contestar. Al parecer también eso le dolía.
—Mi otro hermano, Stefan… él no sabe de mí.
—¿Qué?
—No sabe que existo. A Stefan nunca le hablaron de mí. Eddy quería decirle, pero mi padre dijo que no estaba preparado y que en cuanto fuera rey le contarían juntos para que también pudiera protegerme, pero… claro que eso nunca sucedió.
—¿Tu hermano, el futuro heredero no sabe que existes?
Stella asintió con la cabeza. Algo dentro de mí se revolvió y sentí mucho coraje. Mis conclusiones eran correctas, pero oírlas desde la voz de Stella me hacía enojar.
¿Cómo habían sido capaces de ocultarla? Porque nunca se dieron cuenta de que a ella le dolía que la trataran así, como si les causara vergüenza alguna.
—No sé qué será de mí ahora que mi hermano está desaparecido —añadió preocupada—. Y aun si está vivo, él no sabe que existo. No tengo a nadie que me proteja en el reino.
—Yo puedo protegerte —dije, Stella me miró con ojos bien abiertos, la verdad yo también me sorprendí por mi comentario—. Mientras tu hermano se entera de tu existencia —añadí.
Stella me sonrió con tristeza y de pronto me abrazó. Yo di un respingo, me tomó desprevenido. Y con todo y el rubor en mis mejillas, bajé mis brazos en un tembloroso movimiento y le correspondí.
—Yo sabía que no eras tan malo.
—Me haces quedar mal —contesté ironizando.
—Lo supe desde aquella vez que te disculpaste con fuegos artificiales en secundaria.
—¿Aún lo recuerdas?
—¿Tú no? —preguntó ella alzando su rostro.
Sus ojos verdes coincidieron con los míos. La poca luz que entraba por la ventana me dejaba ver pequeñas manchas coloradas sobre sus mejillas y de pronto ya nada existía.
Solo éramos nosotros dos. Estaba perdido, perdido en su mirada, en ella. No, siempre me había perdido, pero cada vez era más consciente de ello.
—Perdón —dijo al cabo de un momento, terminando con el gesto y se alejó un poco, sentí un vacío—. Sé que no te gustan los abrazos, perdón por eso.
Decidido, la tomé de los brazos y la jalé hacía a mí. Volví a abrazarla y esta vez noté que fue ella quien dudo un momento en corresponderme.
—Nunca lo olvide —susurre con mi cabeza recargada sobre la suya—. Ni la disculpa, ni los fuegos, mucho menos a ti.
Un pequeño jadeo se le escapó, más no le permití alejarse para verme. Quería que lo supiera, quería que me escuchará.
—Después de eso, no dijiste nada —mencionó como si buscará respuestas.
—De pronto te fuiste —contesté—. Sin decir adiós, sin decir nada.
Noté como Stella se removió entre mis brazos y apretó un poco más mi espalda.
—No quería hacerlo. Sin previo aviso vinieron por mí y regresé a Rosnia.
—Ahora lo sé.
—También te extrañé —soltó levantando al fin la mirada—. Y… odie que volviéramos al inicio después de mi regreso.
Me reí. Buen punto, eso había sido mi culpa.
—No sabía cómo abordar el tema —confesé—. Pensé que aquella tarde en las gradas fue solo un impulso.
—¿Lo fue?
—No. Entre más asimilaba que de verdad habías regresado, más me daba cuenta de que… —Stella me veía más que atenta con esos jades que disfrutaba de contemplar, pero sus labios ligeramente abiertos, expectantes de mi respuesta también estaban llamando con fuerza mi atención— que quizá nunca te olvide.
De nuevo se sorprendió con mi confesión y yo acorté un poco la distancia, pero ella siguió hablando.
—¿Y el beso que me diste afuera de la escuela, también fue un impulso? —preguntó casi en un jadeo por nuestra cercanía.
—Eran las ganas que tenía de repetir lo de las gradas.
—Y… ¿Ahora?
—Ahora solo quiero besarte.
Sin más, termine de acortar el espacio entre nosotros. La tenía agarrada de la cintura y ella subió poco a poco sus manos hasta mi cuello.
La besé. Primero lento, reviviendo la sensación de tenerla, saboreando sus labios, disfrutando a mi princesa. Después fue un poco más intenso. Apenas se alejó un poco de mí para tomar aire vi rubor en sus mejillas y los ojos perdidos en mí. Volví a besarla, Stella no me rechazo, cada vez crecía más la intensidad en nosotros, que si no me detenía no habría vuelta atrás, pero se sentía tan bien, me sentía tan feliz y tan completo, que estaba dispuesto a todo por ella.
Entre nuestro beso, poco a poco fue cayendo sobre el sofá y la tuve debajo de mí, con respiración agitada, las mejillas rojas y ojos perdidos. Stella me acarició la cara y yo tomé su mano para darle un beso sobre la palma mientras cerraba los ojos.
—No haré nada que tú no quieras —le dije con cariño y paciencia.
Ella asintió y dejé caer mi frente sobre la suya.
—Abrázame —pidió.
Eso hice. Me bastaba con esto por ahora. Si iba a suceder, no sería en un lugar cualquiera, la haría sentir especial, tal como lo era ella para mí.
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Editado: 23.07.2025