—Y bien, ¿ya tomaste una decisión?
Stefan no se inmutó en levantar el rostro. Seguía acostado sobre el campo, con los brazos como almohadas y un gorro de paja cubriéndole la cara.
Descansaba después de haber entrenado con su guardia en el improvisado campo de ejercicio que la tribu que los acogió les cedió.
Tras ser capturados por la región que jamás fue gobernada en Rosnia, primero los trataron como rehenes, pero a medida que convivían más con la gente de la zona, las cosas cambiaron. Recibieron alimentos, los soltaron y poco a poco se ganaron a la población.
Inclusive Valentina se volvió popular al tener facilidad para enseñar a los guerreros que la buscaban para entrenar.
Sin embargo, la región, que era grande, no tenía intenciones de ser gobernados por el príncipe y este tampoco pensaba forzar relaciones. Seguían manteniéndose alejados, pero al menos no eran enemigos, ya no.
No después de que fueron los únicos que no intentaron matar al príncipe tras el fallecimiento de su padre. Y Stefan lo tenía muy en cuenta.
—¿Tanto te desagrada estar atrapada conmigo en este lugar? —bromeó el príncipe para molestarla.
—Solo quiero saber si voy a seguir perdiendo mi tiempo contigo o si al fin puedo entrenar a la fila de niños que hay detrás de ti.
Stefan soltó una carcajada.
—Te odio.
—Es mutuo, su alteza.
El príncipe dejó escapar otra risa. Valentina se sentó a un costado de él. Ella sí miraba el atardecer llenándose de tonos amarillos y naranjas. Un paisaje maravilloso.
—¿Cómo sigue tu pierna? —preguntó al cabo de unos minutos.
—Mejor, me recuperé casi al completo —respondió el príncipe.
En una de esas emboscadas lo hirieron y de no ser por la tribu, habría muerto de infección.
—Eso es bueno. ¿Qué has pensado?
—Podríamos quedarnos aquí.
—Sí podríamos...
—¿Pero?
—No recae en mí la responsabilidad de todo un reino.
Stefan no respondió. No porque le incomodará, sino porque sabía que ambos tendrían razón, que ambos compartirían las mismas ideas y que ambos tenían las mismas sospechas.
Muchas cosas le habían pasado desde que se alejó de las comodidades de los palacios y castillos y aún le faltaba más por aprender. Sin embargo, las opciones que se le presentaban, pesé a que eran tentadoras, muy en el fondo sabía, que nunca lo llenarían por completo.
—Lo sé. Es una lástima, porque es un lugar tranquilo, muy bonito. Libre del bullicio y los conflictos del castillo. —Hizo una pausa para quitarse el sombrero del rostro y sentarse en el pasto, admirando el atardecer— Fue bueno mientras duró.
—Sea cual sea, la decisión que tomes, jamás te arrepientas —aconsejó Vale.
—No lo haré —le aseguró con confianza y después añadió—. Además, no sé quedarme quieto. No podría vivir tranquilo sin saber que ha sido del reino y, conociendo a Simón, debe estar vuelto loco buscándonos.
—Te entiendo. Tampoco podría vivir tranquila sabiendo que nos necesitan. —Suspiró— Y en algún momento, yo también he de volver a casa —confesó, Stefan la miró—. Extraño a mis hermanos.
El príncipe desvió la vista, un tanto consternado, pero las preguntas las haría después. Antes tenía cosas que concentrarse.
—En ese caso, andando.
Comenzó a levantarse. Luego se sacudió la camisa y los pantalones y al final le dio la mano la su guardia. Vale lo observó antes de aceptarlo.
—¿A dónde vamos?
—A la capital. Tengo un reino que gobernar.
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Editado: 23.07.2025