La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

104. Dorian

Creo que nunca antes en mi vida había comido tan rápido, incluso Vicky se sorprendió por mi habilidad de tragar al mismo tiempo que tomaba de mi bebida. Por si fuera poco, tanto Conner como Franky estaban tan asombrados que no pudieron pronunciar palabra alguna durante mi brevísimo almuerzo.

Y es que la ansiedad de que en cualquier momento Alex regresará a la enfermería para ver a Stella me tenía así. Yo debía ser más rápido para poder llevarle comida a la enfermería.

Apenas termine me dirigí a la barra y tome una segunda bandeja con más comida y sin decir más salí directo al edificio de enfermería. Si hubiera podido correr lo hubiera hecho, pero existía el riesgo de tirar la comida o resbalar en el camino. Así que solo apresuré un poco el paso.

Estaba a unos metros de llegar cuando Alex salió por la puerta. Apenas me vio detuvo su paso y yo el mío. Sí, nos observamos unos segundos, no lucía una de esas sonrisas arrogantes, aunque yo tampoco estaba muy feliz de verlo.

Comencé a acercarme, él no se movió al principio, pero después de, al parecer meditarlo, hizo lo mismo y apenas pasó a mí lado me dedicó unas palabras:

—Más vale que la protejas de tu familia.

Giré a verlo, pero él no se detuvo. ¿Qué había sido eso?

Lo único de lo que podía estar seguro es que acababa de hablar con Stella y por su semblante, lo que sea que se hayan dicho, no fue favorable para él.

Lo averiguaría más tarde.

Comenzaba a sentir fatiga por cargar con la bandeja a este paso, pero todo valió la pena cuando apenas entre, la vi despierta.

Su rostro se iluminó. Me esperaba con una sonrisa.

—Me preguntaba si estaba soñando cuando me pareció escucharte decir que regresarías con comida de la cafetería —dijo contenta.

Mi corazón latió feliz al saber que estuvo esperándome.

—Supuse que tendrías hambre. No has comido, ¿cierto? —Negó con la cabeza—. Perfecto, porque hoy hubo puré de papas y carne.

Me acerqué a la mesa que antes había ocupado para trabajar y coloque la bandeja.

—Gracias.

—Come y después descansa. Lo necesitas —dije pasándole el tenedor.

—¿No comerás conmigo?

—Lo hice en la cafetería. Jamás había comido tan rápido en toda mi vida.

Stella se rio. Pinchó sobre la carne y dio un bocado. Yo la observé sentado en la orilla de la cama.

—Perdón —pronunció de pronto—, no supe cuidar de mí misma.

—Es cierto que debería regañarte, pero con que no lo vuelvas a hacer me basta.

—Además, debes estar demasiado ocupado, esta semana es el festival y te requieren más que antes.

—Stella, deja de preocuparte y come. Sí quiero estar aquí contigo en estos momentos es decisión mía.

—Pero…

—Stella.

Me acerqué y le di un beso en la frente. Ella alzó la cabeza, aún tenía el rostro escarlata, el rubor le hacía lucir los jades que tenía por ojos y el resto de sus rasgos finos la señalaban como la más hermosa.

—Vi que Alex salió de aquí —solté de pronto, en realidad la ansiedad hizo que se me escapará el comentario.

—Imagine que podrías encontrártelo. ¿Te dijo algo?

Pensé en si decirle o no. Ella me buscaba con la mirada, me tranquilizaba que me viese así, con ternura y preocupación al mismo tiempo.

—Solo que te cuidara. Y por eso no me importa faltar un poco en los eventos del festival. Me las ingeniaré para reponer ese tiempo.

Stella me miró un poco, después hizo a un lado la bandeja y se acercó para abrazarme. No la alejé, le correspondí el gesto colocando mi cabeza sobre la suya.

—Quédate conmigo —pidió con dulzura.

—Siempre —respondí totalmente seguro.




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