—¿Ya están todos? —preguntó el príncipe haciendo alusión al despacho de su padre, el personal asintió con la cabeza, luego se dirigió a Valentina— Espera afuera, ya sabes cual es la señal si te necesito.
—Como ordené, su alteza.
Stefan confiaba su vida a ella y tampoco temía por lo que pudiera suceder adentro, aún si no hiciera la señal, Valentina no lo dejaría solo.
—Muy bien, a trabajar —dijo más para sí mismo.
Se acomodó el saco y algunos botones, después colocó las manos en ambas puertas y las empujo.
No iba a negarlo, ver la cara de pánico y sorpresa de gran parte de los presentes, apenas volvió de su desaparición, le daba satisfacción. Conocía las reglas, le quedaba menos de una semana para presentarse como el heredero, o habrían escogido a otra familia para ser la nueva familia real.
Varios de los lores apenas cabían de la de sorpresa, otros pocos se sentían aliviados de su regreso, pero había un par en específico que no mostraban emoción alguna, esto le dejaba cabida para muchas suposiciones.
—¿Y bien, alguno tiene algo que decir? —cuestionó cuando los tuvo a todos frente a la mesa que alguna vez fue el despacho de su padre, el rey.
—Su alteza real, la rosa blanca de este reino, nos alivia verlo en perfecto estado —comenzó uno de los marques de más alto rango—. Nos preocupó su lamentable desaparición.
—Se nota —respondió el príncipe pasando por alto su exceso de alago, Valentina ya había hecho su trabajo investigando a todos y cada uno de los hombres presentes frente a él, aún estaba por poner a prueba la lealtad, pero ya tenía a algunos en la mira—. ¿La pasó bien haciendo campaña para proponer a su sobrino?
El hombre palideció ante el comentario. ¿Cómo lo sabía?
—Me ofende su alteza.
—Encontrar una red de propaganda que viene de usted, del duque de Falks y del Conde de Cains, me ofendieron más. ¿Dígame, el hijo del duque era una buena propuesta para ser rey?
El marques no respondió. Hubo algunos cuchicheos alrededor y miradas de desdén. Si bien algunos esperaban encontrar al príncipe en peores condiciones, temeroso o hasta arrogantemente inútil, una combinación del carácter de su abuelo, con el poco valor de su padre, tal era la sorpresa de lidiar con alguien más capaz de lo que parecía.
Un verdadero dolor de cabeza para algunos, más ahora que apareció con vida.
—Pueden retirarse, pero no a sus casas, están cordialmente invitados a pasar la noche en la abadía de Santa Eugenia. Todos están en investigación por la muerte del rey Edwin y la orden para mi desaparición.
De inmediato una ola de bullicio inundó el despacho.
¡¿El príncipe se había vuelto loco?!
—¡Su alteza, no puede hacernos esto!
—Sí, si puedo. —Stefan saco de su abrigo un sobre roto con dos sellos, uno perteneciente a la guardia real y el otro de la familia real— Aquí está la evidencia. Es la orden que dice, y cito: “Eliminar a toda costa al rey y sus herederos” Escrita y firmada el mismo día que estuvimos de visita en Saltori. ¿Mi padre la firmo? No. ¿Yo lo hice? Evidentemente no. Quién lo hizo, no solo falsifico o, en el peor de los casos, utilizo sin permiso el sello de la familia real, sino también es una condena directa de traición. Si son inocentes, no tendrán nada que temer durante la investigación. —Hizo una pausa y saboreo los gestos de cada uno— ¿Algún problema?
Nadie más dijo algo. Algunos se sintieron ofendidos, otros permitirían ser interrogados sin preocupaciones, pero al menos en ese instante, nadie se atrevía a ir en contra del príncipe heredero.
—Guardias, llévenlos a sus acogedoras habitaciones. Espero que su estadía sea de su agrado —finalizó con una sonrisa arrogante.
No se arrepentiría de hacer eso. Aun cuando sabía que varios serían inocentes, tenía que dejarles en claro, quien era y que ahora que no estaba su padre, ni su hermano, él también podía ser digno de ser rey.
Uno a uno fue saliendo del lugar, guiados por los guardias del príncipe, hasta dejarlo solo en el despacho. Solo entonces pudo soltar el aire retenido.
Esperaba haberlo hecho bien. Ahora más que nunca tenía que mostrarse firme, tenía que mostrarse fuerte.
Suspiró. Se estaba mentalizando para ir a la siguiente etapa: su madre. No tenía ganas de verla, a pesar de que lo abrazó y parecía conmocionada con su aparición, en el fondo estaba preparándose para el momento en que tuviera que verla a solas. No dejaría de recriminarle no haberse comunicado antes.
Y eso que no sabía de Stella. Eso le pesaba todavía más. No habría querido traerla consigo porque temía que le sucediera algo en la corte, ni qué decir del parecido, todos sabrían que la princesa de los rumores existía y era demasiado pronto para anunciarla.
Sin embargo, fue Valentina quien lo convenció de no dejarla en la guarida del bosque, la infiltrarían con peluca y maquillaje, no se alejaría ni de Simón ni de la guardia, de ese modo, podrían protegerla y enseñarle al mismo tiempo el ambiente al que se enfrentarían. Solo esperaba que no fuera apabullante para ella, como lo fue para él.
Stefan se giró en su silla, puso ambas manos en la cara e inhaló hondo.
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Editado: 12.08.2025