La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

123. Stella

—Bueno, ya escuchó a su hermano, princesa. Por esta ocasión no podré enseñarle a romper un par de huesos —mencionó Vale con un fingido puchero, yo me reí.

—Es una lástima —le seguí el juego.

—Ordenes son ordenes, aunque también debo confesarle algo. Le mentí, la verdad es que usted si hará el trabajo pesado.

—¿Yo?

—Creo que puede intuir la razón por la que entrará así vestida —explicó ayudándome con algunas bandejas y sí, si lo sabía—. No tengas miedo, hablaba enserio cuando dije que iré contigo, tu te encargarás de servirles y si tienes oportunidad, tocar sus manos, leerás lo que ocultan mientras yo los distraigo con un par de preguntas. Si se resisten a tu contacto, les tirarás algo encima “por accidente” —dijo haciendo comillas con los dedos— y cuando te ofrezcas a limpiar los tocas. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

—Antes de comenzar, practicaremos, fingiremos que atendemos al primero, quiero verte actuar, ¿sabes actuar?

—Nunca lo he hecho —confesé.

—No importa, imagina que es una obra de teatro para la escuela y estas luciéndote con tu papel. Lo harás bien, estaré a tu lado, no te harán nada mientras yo esté ahí.

Asentí. Vale hablaba con mucha confianza y eso me tranquilizaba.

Practicamos tal como dijo, me corrigió un poco, pero aprendo rápido y eso nos ayuda a agilizar nuestro entrenamiento. Cuando Vale cree que es buen momento, nos dirigimos a la abadía. Esta se encuentra a unos minutos del castillo.

Subimos al primer cuarto, yo llevaba la bandeja y ella caminaba a mi lado.

—Recuerda como lo practicamos —susurró a mi lado—. Lo harás bien.

—¿Tuviste una visión sobre eso? —bromeé, ella me guiñó un ojo.

Los custodios abrieron la puerta con una sola palabra de Valentina, después entró ella y yo detrás.

—Buenas noches marques…

—De Campa —mencionó el hombre que antes leía un libro sentado en la cama.

—Marques De Campa. Le he traído la cena, ojalá sea de su agrado.

Me acerqué a la mesa más cercana y acomodé la bandeja, el marques ni siquiera me miro, pero si me agradeció cuando le pasé la taza de té. Un roce corto, pero suficiente.

—¿Me permite hacerle algunas preguntas? —comienza Valentina— Espero no arruinar su cena con mi interrogatorio.

—Para nada, es parte del protocolo que activo el príncipe heredero. Estoy más que dispuesto a ayudar.

Notó que Vale sonríe de lado, es entonces que regreso a su lado y me limito a escuchar su interrogatorio.

—Dado que se encontraron pruebas de cartas firmadas con el sello de la casa real, mi labor es investigar. ¿Alguna vez escuchó entre los lores a algún otro candidato a la corona?, ¿alguna Casa que llamará la atención por encima de otra que pudiera ocupar el lugar de los De Vires?, o ¿de casualidad tenía algún sustito en mente?

El marques negó con la cabeza, ni siquiera dudó en meditar una respuesta, simplemente contestó con lo que sabía.

—Me atrevo a hablar por mí y los miembros de mi casa que ninguno pensó en algún momento en traicionar a la familia real. En caso de que el príncipe no apareciera, nos acataríamos a la votación de la corte. Sin embargo, he de confesar que las actitudes del Conde de Cains y el Duque de Falks eran demasiado sospechosas últimamente.

—¿No escuchó ningún rumor al respecto?

—Más allá del de la princesa de los rumores, me temo que nada que pueda ayudar.

Vale asintió con la cabeza y yo me posicionó a su lado.

—¿Qué sabe sobre ese rumor? —pregunta Vale y yo agacho la cabeza para escuchar atenta.

—Que no es un rumor.

Por un instante quedo perpleja, pero debo disimular. Así que me limito a bajar la cabeza y escuchar atenta.

—¿La princesa de los rumores, no es un rumor?

—No, no lo es. Yo estuve ahí cuando llegó esa bebé con el rey.

Hay un breve silencio, uno atónito tanto de mi parte como de Valentina.

—Acompañaba al rey a una cacería cuando por la noche, Sir Rogen llegó con la bebé en brazos. Eran tan parecidos que quien los viera juntos sabrían que se trataba de su hija. Sin embargo, por alguna razón, el rey no creyó conveniente presentarla. Hoy en día debe tener diecisiete o dieciocho años esa joven.

—Entiendo, ¿hay alguna razón por la que considere la princesa de los rumores no se presentó mientras el príncipe Stefan estaba desaparecido?

—Ojalá lo supiera —contestó con sinceridad—. Soy uno de los que apoyo la búsqueda de la princesa. Sin éxito, claro está.

—¿Cree que está viva?

—Eso espero. El rey no se habría desecho de ella. Si la protegió lo hizo lejos del caos que ha sido la corte los últimos años. No lo culpo de proteger a la menor de sus hijos.

Vale asiente y dice que comprende, es entonces cuando me mira por el rabillo del ojo, estoy jugueteando con mis dedos y con discreción hago la señal que acordamos.

—Entiendo. Si tenemos más dudas, ¿podemos venir a buscarlo?




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