La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

126. Stefan

Stella se retiró a la habitación que compartía con Valentina, aunque la chica no la acompañó. Antes quería hablar con el joven príncipe. Este se dio cuenta cuando Vale no hizo amago de moverse de su lugar. Al contrario, después de que Stella y Simón salieran, ella se acercó y se sentó sobre el respaldo del sofá del despacho.

—Así no se usa —mencionó el príncipe a propósito.

—Así lo usaba en casa —explicó ella.

—No estás en tu casa.

Valentina se rió y Stefan se vió contagiado.

—Dilo —pidió el príncipe al verla ansiosa.

—No tengo derecho, pero, ¿no crees que es momento de que te hagas a la idea?

Stefan suspiró hondo. Sí que lo había pensado, en más de una ocasión, pero aún se negaba a creerlo, después de todo, eran familia, ¿o no?

—No hay pruebas suficientes —recordó él.

—Si las hay —respondió Vale con lastima—. El espía que encontró Simón en Saltori, no se lo hemos contado a tu hermana, pero cuando lo hagamos, y lo interrogue, saldrá mucho a la luz.

—¿Por qué te la llevas a los interrogatorios? —exclamó Stefan enderezándose por primera vez en su lugar— No le estarás enseñando trucos peligrosos, ¿o, sí?

—No, no soy una salvaje —espetó Vale—. Ella te dirá después el porqué, por ahora confía en nosotras. Y… ábrete a la posibilidad, por más dura que sea.

—¿Tu habrías dudado así de tu familia? —defendió Stefan.

—Sí —respondió Vale sin dudar y el príncipe quedó atónito—. Reconozco las traiciones de ese tipo. Hazte a la idea, Stefan —pidió Vale poniéndose de pie y dedicándole una mirada desolada—, si nos equivocamos que bueno, si no, no quiero que sufras… no tanto.

Dicho esto, la chica salió del despacho. Stefan lo sabía, pero necesitaba tiempo para asimilarlo. Y deseaba equivocarse.

***

Algunos días después, la modista llego al castillo. Tuvieron que recogerla e ingresarla con mesura por las puertas laterales, aun había muchos ojos y oídos indiscretos.

Stefan la guío por los pasillos que correspondían a su cargo, estaría más segura de trabajar ahí, donde el príncipe dominaba el lugar.

—Le agradezco que viniera cuando se lo he pedido —mencionó el príncipe.

—Es un honor recibir una invitación de su alteza —respondió la modista—. He de confesarle que me sorprendió un poco su pedido. Hacía mucho que no pisaba los pasillos del palacio.

Stefan no la miró, pero fue suspicaz al tono de la modista.

—Ah, ¿no? Creía que mi madre seguía comprando sus vestidos.

—Es un honor trabajar para la reina madre, pero hace tiempo que dejó de comprar con regularidad —explicó con modestia—. Al principio creí que era porque había encontrado a otro costurero de su agrado, pero después me explicó, muy amable su majestad, que no sentía la misma emoción desde la muerte de su alteza, el príncipe Edmundo. Claro que entiendo su dolor y soy comprensiva con sus pedidos.

—¿Eso dijo? —preguntó Stefan consternado.

—Así es, su alteza. Déjeme decirle que durante el tiempo que usted estuvo desaparecido tampoco realizó ningún pedido.

—Ya veo.

Y mientras la modista le decía más y más, lo preocupada y devota que era su madre, a Stefan le costaba comprenderlo. No compró vestidos con la misma regularidad, pero las cuentas seguían corriendo…

—Es un lindo detalle de su parte la realización de un vestido sorpresa para su majestad —dijo de pronto la modista, sacando a Stefan de sus pensamientos.

—No, discúlpeme. No le he pedido venir con discreción por mi madre —tuvo que aclarar el príncipe y notó enseguida el rostro confundido de la modista—. En realidad, le pedí secretismo porque quiero que tomé las medidas y le realice los vestidos más bonitos a otra persona, pero tiene que prometerme que guardará el secreto. Si lo hace, estaré en deuda con usted.

La modista asintió con lentitud, era bastante confiable, pero no dejaba de sorprenderle la petición del príncipe heredero.

—Como usted ordene, su alteza. Es un honor ser considerada una persona de confianza.

—Gracias. —Y dicho esto Stefan tomó el pomo de la puerta, más no lo giró— Créame, lady Janine que es una de las pocas personas que tienen conocimiento de esto y por eso recurro a sus servicios, nadie más la hará lucir como lo que es. —Entonces Stefan abrió la puerta y dentro Stella esperaba junto con Valentina, ambas sentadas en el sofá teniendo una plática muy amena hasta que la puerta se abrió— Lady Janine, le presento a mi hermana menor, la princesa Stella, la princesa de los rumores.

Lady Janine se sorprendió con el parecido de la princesa y al mismo tiempo estaba maravillada. Se le hacía una muñequita preciosa a la que su mente le puso mil vestidos hermosos encima. Desde ya tenía cientos de ideas para ella.

—Es un honor, su alteza, princesa Stella —reverenció con emoción.

—El gusto es mío —contestó Stella, poniéndose de pie.

—Por favor, haga de mi hermana la princesa más hermosa de los archipiélagos —pidió Stefan con orgullo y Stella le sonrió.




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