La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

177. Stella

—Ven, hay alguien con quien quiero que te reencuentres —dijo Dorian tomándome de la mano.

—¿De quién se trata?

—Ya verás —me contestó con una sonrisa en el rostro.

Se veía demasiado contento y eso me contagiaba. Después de nuestra conversación en el jardín, me tranquilizó, me consintió y por un momento mis angustias desaparecieron, como siempre que estaba a su lado. Luego tomó mi mano y me fue guiando por pasillos que no eran muy concurridos. La poca gente que nos encontrábamos eran algunos sirvientes que pasaban veloces a nuestro lado, ignorando nuestra presencia.

Por un momento me preocupe, no habíamos anunciado nunca nuestra relación y no quería que se tomará a malinterpretaciones el hecho de que pudieran vernos a solas.

—Dorian, ¿a dónde vamos?

—A mi habitación.

—¿Cómo? —Me sonroje un poco, pero debía calmarme— No creo que sea bueno perdernos de esta manera.

Él se volvió a verme y después hecho un vistazo a su alrededor. Tras comprobar que no había nadie más, me acercó a él y me tomó el mentón. Me dio un beso, uno de esos suaves, pero con mucho significado que me decían cuanto me ansiaba.

Apenas nos separamos un poco para vernos sonrojados y tomar un poco de aire, pero enseguida le pedí más, así que me acerqué a él para pasar mis manos por su cuello y Dorian hizo lo mismo con mi cintura, entonces profundizamos el beso, era más pasional, más intenso, más con la intención de desearme, tan así que no tenía control del momento, pero fue Dorian quien tuvo que cortarlo y darnos un respiro.

Colocó su frente en la mía y cerramos los ojos.

—Créeme que, si estuviésemos en otro lugar, sin duda ya te habría quitado ese vestido —susurro y yo sonreí al notar el tono dulce de su voz—. Pero no es por eso que te traje aquí.

Mi rostro aun mostraba confusión, nos separamos un poco y me señaló la puerta al final del pasillo.

—No entiendo. Dime.

—Espera un poco —dijo más emocionado que antes.

—No es justo, abusas del hecho de ser la única persona a la que no puedo leer.

Sí, así era. Tiempo después de confesarle mi don, también le conté que por alguna razón no podía leerlo, a él no y aprovechaba esa ventaja para prepararme mil sorpresas y regalos. Dorian soltó una ligera carcajada antes de volver a caminar.

—Tengo que usarlo a mi favor —comentó con una gran sonrisa—. Estoy seguro que te reconocerá enseguida.

Entonces nos plantamos frente a su habitación y abrió la puerta. Primero vi oscuridad, y no entramos. Seguía sin comprender y Dorian lo sabía porque apretó mi mano y señaló hacía abajo.

—Quizás debas mirar al piso.

Entonces sentí algo moverse entre mis pies, de inmediato sentí su esponjoso pelaje alrededor de mí y la cola moviéndose suavemente en mis tobillos.

Miau, escuché y no pude más de la emoción.

Enseguida levanté al gatito, por supuesto que lo reconocía, era el pequeño que habíamos rescatado cuando estábamos en segundo grado. Ese de pelaje naranja que se había negado a salir de su escondite cuando todos sus hermanitos habían sido adoptados.

—¡Es…!

—Se llama Sunny —dijo Dorian con una gran sonrisa—. Y es gatita. Puedes acariciarla, sabía que te reconocería.

Hice caso inmediatamente, la acomodé entre mis brazos y ella comenzó a ronronear. Era una gatita grande y muy hermosa, su pelaje naranja brillaba y tenía un bonito listón blanco con moño en el cuello. Le acaricie la cabeza y el cuellito; oficialmente me declaraba enamorada de esta gatita.

—Pero… ¿cómo?

Lo último que supe es que había corrido tras la pelea con aquel chico en ese entonces y no volví a saber nada de la gatita. Recuerdo que me dio tristeza no tener noticias.

—La encontré cerca de la biblioteca después del incidente —contó Dorian—. Estaba escondida tras unos arbustos y me acerqué con comida, me reconoció al instante y no quiso separarse de mí, así que decidí adoptarla.

—Creí que no te dejaban tener mascotas aquí en el palacio.

—Así era, pero le insistí tanto a mi madre para que me apoyará a convencer a mi padre que conseguí quedármela. Desde entonces me acompaña en esta habitación.

—¿Por qué nunca me dijiste? —pregunté fingiendo reproche, el mal humor no me salía porque estaba fascinada de tener a Sunny en mis brazos.

—Porque te fuiste.

Miré los ojos de Dorian, eran nostálgicos, tampoco tenían reproche ni enojo, solo era como recordar algo doloroso.

—La encontré poco antes de que te fueras; justo cuando fui un idiota contigo. Me concentré en disculparme y creí que ya estábamos bien así que pensé en darte la noticia que la adoptaría, pero al lunes siguiente no volviste. Te fuiste de la escuela sin decir adiós.

Dorian no me veía a los ojos, tenía la vista fija en Sunny, mientras recordaba aquello que vivimos a los trece años. Sentí un poco de remordimiento por haberme ido sin avisar, pero también un poco de emoción porque entonces ya significaba algo para Dorian en aquel entonces.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.