La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

183. Stefan

Un mes antes.

—¡No! —sentenció el príncipe.

—Lamento decirte que no está en discusión —añadió Simón con mucho pesar.

Stefan comenzó a caminar como león enjaulado por todo el despacho, listo para perder el control de nuevo. Valentina lo observaba recargada desde el librero, lo tranquilizaría de ser necesario.

Arrojó con fuerza el vaso contra el marco que portaba la foto de su difunto padre. Siempre se sintió menos a sus ojos, pero esto… esto le hacía olvidar lo mucho que le lloró en su partida.

Simón se preocupó porque nunca lo había visto así de enfurecido, pero Vale le detuvo con una mano cuando hizo amago de acercarse. Meneo la cabeza.

Ella le comprendía, todo ese coraje, todo ese enojo. Más de una vez perdió la cordura e hizo cosas atroces sumida en el dolor.

Prefería que Stefan lo sacará en ese momento cuya única arma era un vaso cualquiera a que lo guardará y se manchara las manos como lo hizo ella en el pasado.

—¡No te basto con joder a tus dos hijos, también tenías que vender a tu única hija! —gritó al marco que colgaba en la pared.

Se llevó una mano al cabello y se lo hecho hacia atrás con notable frustración. Después se dejó caer con ambas manos sobre el escritorio. Todo le quemaba por dentro.

El odio. La decepción. El miedo.

¿Por qué no confió en él?

¿Eddy lo supo alguna vez?

Quería hacer preguntas, pero nadie iba a respondérselas.

Cuando alzo la mirada, encontró a Simón con los documentos en mano y bastante preocupado. Vale estaba más… ¿abrumada?

No, no era solo eso. Era como si ella pudiera verse así misma en él y eso le causaba tristeza.

Se giró para recargarse sobre la madera y meneo la cabeza.

—Pero yo no di mi autorización —repitió indignado— y soy responsable de mi hermana. ¡¿Cómo pasó esto?!

Simón y Vale intercambiaron miradas. Ninguno sabía que decir exactamente, ambos sabían que el príncipe se enojaría, pero no imaginaron que a tal grado.

Un par de semanas después del accidente de auto de Dorian, llegó un sobre, uno grande con copias de documentos dentro. Claro, tenía que ser así porque los originales los debían mantener… en Saltori.

Vale descubrió lo primero, pero jamás imaginó lo segundo.

—Fue tu padre quien lo propuso —respondió Simón.

—¡Ya sé que fue mi padre, pero yo no lo acepto! Stella no es ninguna moneda de cambio.

Simón volvió a suspirar, buscando las mejores palabras para sobrellevar la solución. A él también le irritaba y más al no haber encontrado otra información al respecto.

—¿Eddy...?

—No sabía nada —se apresuró a decir Simón—. Estoy seguro de ello, así como tú, no lo hubiera permitido.

Stefan, por primera vez en esa noche tuvo un respiro, pero eso no quitaba lo mal que se sentía.

—Escucha, para mí también es indignante. Que mi padre se haya prestado me hace sentir culpable —confesó el joven secretario, él solo sucedía el puesto que su también difunto padre le había dejado—, pero debemos calmarnos y tratar de considerar todas las opciones posibles.

—¿Las hay?

—Probablemente.

—Dime alguna —pidió el príncipe con enfado, Simón sabía que no era dirigido hacía él.

—Estuve investigando, encontré un par de reglas que podemos usar a nuestro favor.

Stefan se pasó, otra vez, la mano por el pelo. Tenía que serenarse, algo encontrarían.

Después miró a su amigo y dijo:

—Te escucho.




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