Miré el sobre encima del montón de papeles. No lo abriría. Quizá después.
Antes, la tarde se me hacía con buen tiempo como para desperdiciarla encerrado entre documentos y cuentas por revisar. Y sin más pendientes que atender, decidí salir de la casa y caminar por la escalinata que me llevaba a la playa.
Bajé, me quité los zapatos y me senté sobre la arena.
Solía hacer esto, mirar el mar. Mirar la tarde caer, pensar un poco en mi día o en mi vida. Una extraña vida con la constante sensación de estar esperando algo… o alguien.
Mirando el atardecer desde la playa, solo podía sentirme desolado. No era la primera vez que volvía y para mi desgracia tampoco era la primera vez que me sentía así.
Me senté sobre la arena y solo observé. Miraba el mar, las olas, escuchaba el sonido de algunas aves y como todo seguía su curso, menos yo.
De vez en cuando llegaban noticias en cartas y periódicos. ¿Me detenía a leerlos? No.
Si la portada los tenía a ambos ni siquiera tocaba el diario. Las únicas cartas que me dignaba en leer eran las de mi madre. Me daba un breve resumen del palacio, de las actividades y de cómo se encontraba ella.
Jamás la mencionaba, pero no era lo mismo con Donovan. Quiera o no debía obtener noticias suyas como mi “superior”. A él debía pedirle permiso para los usos de los recursos, a él debía dirigirme para informarle como dirigía el ducado.
Me era injusto no tener más libertad, pero debía suponer que tanto él como mi padre preferían mantenerme vigilado. Sobre todo, él.
Una ola llegó hasta mí, apenas rozó mis dedos y una breve sensación de calma me recorrió. Quisiera fluir como el agua lo hacía, pero no siempre podía.
Y justamente eso era lo que más coraje me daba, que no importaba cuanto tiempo pasara, yo no lograba olvidarla…
—Dorian —llamó una voz a mis espaldas, me giré solo por cortesía—. Una carta de tu madre.
Así es como terminaba mi rato en la playa, pensando en todo y en nada.
—Gracias —le contesté a Vero con una sonrisa.
Ella me espero en el último escalón de piedra que conectaba nuestra residencia en Tornes con la playa. Si iba a dirigir el ducado, por lo menos pediría una casa con la que me sintiera cómodo.
Y lo hacía. Alejarme un poco, tener una vista bonita en mi despacho y de vez en cuando tratar de olvidar todo en la playa, valía la pena el destierro no oficial.
Me sorprendió cuando Vero aceptó la invitación para vivir aquí. Cada uno tenía su propia habitación y respetábamos nuestros espacios. Tanto ella como yo nos hacíamos buena compañía y apreciaba mucho su amistad en los momentos en que más necesitaba hablar con alguien.
Siempre le estaría agradecido haberme acompañado en los momentos más oscuros.
Me levanté y sacudí la arena de mis pantalones. Entonces me acerqué a ella para tomar el sobre en sus manos, era el mismo de la mañana. Más no lo abrí. No aún.
—¿Ya has cenado? —pregunté.
—Aún no, llegue hace poco.
—¿Qué tal estuvo todo?
Debía admitirlo, Vero era muy buena haciendo acciones de caridad a los más necesitados. Justo hoy había realizado un evento para los niños de enfermedades avanzadas; excusó mi ausencia por mi exceso de trabajo, lo cual no era mentira, quería dejar los menos pendientes posibles ahora que se acercaba la boda.
—Muy lindo. Los doctores y las enfermeras también se divirtieron. Debiste ver sus caras —me contó con emoción mientras caminábamos de regreso—. Los niños no podían creer que hubiera tantos juguetes y las sonrisas en sus rostros… —De pronto bajo el tono de su voz y sus ojos se volvieron melancólicos— Ojalá pudiera hacer más para que esas sonrisas siempre perduren.
—Haces muchísimo —reconocí esperando que también se sintiera aliviada.
—Te agradezco, pero sé de sobra que lo único que no puede comprar el dinero, es la salud.
Y sabía a qué se refería. No a los gastos mayores, no a las medicinas ni los ungüentos. Todo lo que dio de corazón nunca fue suficiente para evitar que esa enfermedad congénita se lo llevará.
No supe que decir al instante. Un breve silencio, cargado de melancolía nos invadió, pero tampoco quería que se ahogara en esa pena, así que rápido pensé en algo.
—Estoy seguro que está feliz por todo lo que haces.
Ella me miró con ojos pasivos y una sonrisa triste. Sí, ella también tenía ese fantasma que al que igual que yo, le costaba soltar.
—Gracias —susurró tras respirar profundamente para evitar que lagrimas salieran de sus ojos—. Pero qué hay de ti, ¿no leerás la carta?
Gire el sobre en mis dedos. Sí, quizá era buena idea abrirlo para terminar este momento melancólico.
—Tenía pensado hacerlo adentro —contesté más para mí que para ella—, pero no cambia nada si lo hago ahora.
Vero me incito con un par de gestos. También quería distraerse.
Comencé a cortar la superficie y saqué la hoja completa. Leía con cuidado mientras caminábamos sobre el pasto fuera de nuestra casa.
#2693 en Novela romántica
#547 en Fantasía
#355 en Personajes sobrenaturales
romance, princesa realeza romance principe, enemytolovers romance odio amor
Editado: 23.07.2025