La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

193. Stella

Sentada frente al espejo, observaba mi reflejo con la misma neutralidad con la que uno observa una pintura que ha visto demasiadas veces. Si bien el vestido era perfecto y la postura impecable, la realidad es que por dentro me sentía… vacía.

—La prensa estará encantada con ese color, alteza —comentó Nani, mi doncella, pero apenas pude alzar la comisura de los labios.

—No me visto para la prensa —respondí con suavidad.

—Por supuesto. Eso no quita que siempre se vea preciosa.

De que me sirve ser la “más bonita” del palacio si por dentro no dejaba de sentirme horrible. Nunca imagine que terminaría viviendo estos casi tres años en este lugar, pero no me quedó de otra cuando llegaron por mí al castillo en Rosnia; el rey Sebastián buscando a la princesa a su cargo y el príncipe Donovan a su prometida.

Y como Simón no estaba enterado, al pedir los tres años de espera para la boda, se llevaban a cabo, siempre y cuando se cumpliera la condición completa y eso significaba vivir en la misma residencia que mi prometido…

A Stefan no le agrado, pero no tuvimos elección. Era rechazarlo todo o la guerra. Sin mencionar las constantes amenazas en contra de aquel príncipe por el que decidí sacrificar mi relación para salvarlo.

Muy a regañadientes, mi hermano me dejó ir. A cambio también pidió el favor de permitir que siguiera en contacto con él cada que lo solicitara y al menos eso lo hizo cumplir por medio de la reina, la única, además de mi doncella, que me quería y cuidaba en estas frías paredes.

No sé que habría sido de mi sin la reina Margaret todo este tiempo, porque al poco tiempo de comenzar a vivir aquí, Donovan también se encargo de ir alejando a mis amigos, uno por uno… al final, mi cercanía con Vicky también se vio afectada cuando cada vez más me era imposible mantener el contacto con ella.

Al principio esperaba que cuando todo esto acabará, pudiera volver a buscarla, pero cada día que pasaba, me sentía menos preparada para un reencuentro.

Ojalá… ojalá volviera a ser tan valiente como antes.

Pronto tocaron la puerta y regrese a mi presente. Nani se apresuró a abrirla.

—La reina pregunta si estará lista a tiempo para la cena —preguntó un sirviente.

Suspire hondo. Era momento de levantarme y salir de mi jaula.

—Estaré ahí en unos minutos —respondí con una sonrisa, entrando en mi papel.

El sirviente se despidió con una reverencia y salió.

Me di la vuelta para despedirme de Nani y solo entonces bajé de mi cuarto.

En la entrada del gran comedor, la reina ya me esperaba con una gran sonrisa, una muy sincera, de eso estaba segura y de pronto las presiones desaparecieron. En verdad me hacía sentir tranquila en ese frío lugar.

—Oh, Stella. ¡Estás preciosa! —me dijo al recibirme con los brazos abiertos para tomar mis manos— Vamos, tu compañía siempre me sienta de maravilla.

—Es lo mismo que yo siempre le digo, su majestad.

—Me encanta tenerte conmigo. Siempre quise una hija y tú eres tal y como la imaginaba.

Sonreí conmovida. Me tenía mucho cariño y siempre lo hacia obviar. Era sincera, podía leerlo en muchas ocasiones, aún sin tocarla.

Me llevaba del brazo directo a los jardines, ahí ya nos esperaban. Esta noche, esta bonita y fresca noche de otoño celebrábamos el inicio de la estación con un banquete tradicional. Recuerdo que, en mi primer año como princesa, Dorian me contó que era una costumbre que tenían en el reino y esperaba que asistiera, claro, con mi hermano en ese entonces.

No solía recordar esos tiempos porque todavía me dolía. Me dolía demasiado, pero a veces era imposible. Este lugar, no era mi hogar y aunque alguna vez fue el de él, varias de sus cosas seguían aquí.

Era imposible no recordarlo con tanto de él por todos lados.

Sunny era una de esas cosas que aún teníamos en común. No me dirigió la palabra, pero por medio de una pequeña carta y de su madre, supe que quería que la cuidará.

Sunny era mi otro refugio. Me llenaba de cariño cuando más lo necesitaba.

—¿Te has alimentado bien? —preguntó de pronto la reina sacándome de mis pensamientos, me veía un poco preocupada, pero me obligué a asentir tranquila.

—Su hospitalidad es más de lo que merezco.

—Pequeña —solía llamarme así—, es lo menos que puedo hacer después de que te obligarán a venir aquí.

La reina era la única que se opuso a traerme por la fuerza, pero al no poder hacer cambiar de opinión a su esposo, al menos intervino para cuidarme.

Lo mismo hizo con su hijo menor, lo envío a Tornes y le dio más libertades de las que tendría en la capital. No solían contarme como le iba, porque no estaba segura de querer saberlo, ya me dolía bastante con estar enterada que él y Vero vivían juntos y quienes los encontraban, los veían bastante felices.

Y no es que no quisiera su felicidad, pero es que, sin importar cuanto tiempo pasará, yo no lograba olvidarlo. Seguía siendo tan difícil.

Todo lo que siempre quise para mí a su lado, él lo tenía con alguien más…




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