La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

199. Stella

Era él y mi corazón latía a mil por hora. Acababa de pasar de largo. Como siempre y me miró indiferente, más que antes. ¿Por qué tenía él la pulsera?

Quería alcanzarlo y hacerle preguntas, explicarle que era un mal entendido y que no la perdí realmente, pero no me escucharía. Ni siquiera permitió que le llamara o agradeciera y eso ya me decía mucho.

Bien sabía que me odiaba desde hace tres años, pero su indiferencia si que me lastimaba.

Apretando la pulsera en mi mano contra mi pecho, volví a mi habitación. Corrí a lavarme las manos antes de bajar con la reina. ¿Estaría ahí?

De solo pensarlo, los nervios volvieron a mí.

Tranquila, Stella. Puedes con esto.

Me miré frente al espejo y arregle un mechoncito que escapo de mi diadema. Suspiré hondo y me di ánimos.

Todo estaría bien, siempre y cuando siguiera con mi cordialidad, sin molestarlo, sin buscarlo.

Salí del baño y avance de regreso, pero ver la figura de Donovan observando el libro sobre la mesa, me puso en alerta. Un miedo inmenso me invadió y no fui capaz de pronunciar algo coherente.

Luego él se volvió a verme lentamente y señaló mi mano.

—Te la devolvió.

—¿Cómo? —me sorprendí que fuera capaz de hablar.

—La pulsera. Cambié de opinión. Le pedí que te la devolviera, no demoró ni una hora.

Me quedé estática con cada paso que daba directo hacia mí. Miré ligeramente detrás de él. El libro no lo había movido ni un centímetro. Quería pensar que no vio nada.

—Yo iba a bajar a cuando nos encontramos en el pasillo —justifique y era cierto.

Donovan me observó un poco más y vi que levantaba la mano, entre sus dedos tenía la llave que encontré en la maceta.

—¿Y esta llave?

Entonces recordé que la había puesto sobre el libro. Eso era lo que veía, me calmé un poco, no era nada de importancia.

—La encontré en el suelo —contesté, no quería avergonzarme diciendo que tontamente la confundí con mi pulsera.

—¿Dónde? —preguntó más amenazante y los nervios volvieron a alzarse.

—En el pasillo —respondí bajito.

Me observó un poco más. Estaba confundida, no entendía porque era tan importante, pero decidí no enfrascarme. Ya tenía suficiente con esperar que no me golpeara un día de estos.

—Tu hermano esta por llegar. Baja para que me acompañes —ordenó—. Ah, y decidí quitarle el seguro a la puerta de tu habitación.

—¿Qué?

—No quiero sorpresas —continuó—. Así podre entrar en cualquier momento que lo desee.

—Estas loco. Esta es mi habitación —reclamé—. El único lugar libre de ti.

Donovan se burlo de mi y me puso una mano en el cuello, no apretó, pero si me inmovilizó.

—¿No lo entiendes? Desde hace tres años que no estas libre de mí. Ni lo estarás el resto de tu vida. Siempre sabré que haces y si te ves a escondidas con mi hermano.

—El me odia —escaparon las palabras de mí con más dolor del que me hubiera gustado demostrarle, pero con eso conseguí que me soltara.

—No me importa. También puse un soldado a tu cuidado. Él será tu sombra y me informará de todos tus movimientos.

Hice amago de seguir defendiéndome, quería volver a gritarle, quería volver a reclamar, pero alzó el brazo y por primera vez, me cubrí con las manos. De verdad creí que estaría a nada de golpearme, pero no fue así. Solo se acercó a quitarme un mechón de cabello y volvió a reírse en mi cara.

—Obedece como la niña linda que eres y no me hagas enojar. Apresúrate a bajar.

Salió de mi cuarto y encontré en el marco al soldado a mi cargo. Este me dedicó una reverencia y entrecerró la puerta, dándome lo último de privacidad.

Está desesperado.

Significa que es consciente de que podría caer en cualquier momento.

Y eso me daba un poco de esperanza.

Antes de salir, corrí hacia la mesa. Al fin tenía un momento de tranquilidad. Me di cuenta que no miró nada. El libro seguía intacto y yo no sabía de qué servía esa llave, pero sí que era importante para Donovan.

Le informaría a Valentina más tarde.

Pesé a que estaba temblando, tenía que resistir. Quite con cuidado el libro, los últimos pagarés de evidencia seguían ahí.

Me sentí aliviada, aun así, miraba cada tanto hacía la puerta. Ya no estaba el seguro, tal como Dónovan había dicho, y me daba miedo que él o cualquiera pudiera entrar sin más de ahora en adelante, pero solo sería poco tiempo. Pronto me iría de aquí.

Recogí los papeles. Los ordené y coloqué en el sobre tal como Vale me enseño y caminé hacia el armario. Busque el abrigo, no sin mirar de nuevo hacia atrás.

Guarde todo en el bolsillo escondido.

Listo.

De aquí en más dependía de Valentina usar estos documentos a nuestro favor y de la reina movilizar al resto de la corte.




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