—¡Sunny! —grité— ¡Sunny!
Pero no había señal de la gatita entre los árboles. Avancé un poco más y me sentí horrible con cada paso que daba. No podía creer que llegará tan lejos. Sunny no era así, no salía del Palacio, jamás.
No solo me preocupaba mi hermosa gatita, también que su otro dueño se molestará más de lo que ya estaba al irse.
Me adentre un poco más. Casi no reconocía esta zona, he de admitir que nunca llegaba tan lejos. Mi libertad de explorar este castillo se acababa en los jardines de la reina. El resto de bosque, aunque pertenecía a la propiedad, no lo había explorado.
Hasta hoy, que he venido a buscar a Sunny.
—¡Sunny! —volví a gritar y de nuevo nada.
No me iba a rendir. No podía quedarme tranquila hasta no encontrarla.
Camine más. A mis pies escuchaba el crujir de las hojas y del pasto. Aquí hacía más frio, pero nada que no soportara. O quizá la temperatura había bajado porque amenazaba con llover. Peor aún, debía encontrarla pronto.
—¡Sunny!
Una vez más y nada, me acerqué a una orilla y lo intenté de nuevo. Estaba por volver a gritar cuando la tierra se removió y casi resbalo en la pequeña colina.
Un par de brazos me sostuvieron de la cintura y el antebrazo. Reconocía ese olor. Mis ojos estaban bien abiertos no por el susto, sino por su cercanía.
—Estos bordes son resbaladizos. ¿No te lo dijeron?
Miré por encima de mi hombro. Dorian me tenía bien agarrada y comenzó a jalarme hasta llegar a la parte sólida.
—No había venido hasta el bosque —explique antes de que me soltara—. Y gracias.
—¿Y porque has venido sola? —preguntó ignorando mi agradecimiento.
Suspire. Que importaba, igual iba a enterarse.
—Estoy buscando a Sunny.
—Yo también —mencionó con las manos en la cintura—. Puedes volver al castillo, yo seguiré buscando.
—¿Qué?
—Hace frío y lloverá pronto. Vuelve al castillo.
—De ninguna manera, voy a buscar a mi gatita. No puedo dejarla sola.
—Es mi gata —espetó—. Y yo voy a encontrarla. Vuelve antes de que te hagas más daño —dijo y me señaló por completo. Sí, tenía lodo por el resbalón, pero no me había lastimado.
El enojo se implantó en mí y no dude en responderle.
—En primera, no estoy lastimada ni soy una damisela en peligro —respondí cruzando mis brazos—. En segunda, desde el momento en que llegué a este lugar y me dejaste al cuidado de Sunny, ahora también es mi gatita. Claramente no voy a dejarla sola. Y en tercera, no eres nadie para darme órdenes. Si quieres hacer una búsqueda por tu cuenta, adelante, no te detengo.
Y dicho esto pase a su lado y continue con mi camino. Dorian no me dijo nada en el momento, no sé si lo impresioné o simplemente me ignoró. El punto es que tampoco escuché sus pasos al principio, pero fue conforme me adentraba más que oí el crujir del suelo atrás mío.
—No me hare responsable de los raspones que te hagas —sentenció.
—No te lo estoy pidiendo —contesté.
Escuché un “Ja” que se le escapo y estuve a nada de soltar uno yo también, pero me guardé la risa para mí, mientras le daba la espalda.
—¡Sunny! —grite de nuevo. Dorian también lo hizo, gritaba su nombre y esperábamos alguna respuesta, pero no había nada.
—Da la vuelta —dijo de pronto y me volví a verlo—. A unos metros está el arroyo, y esa dirección te lleva a bordes como los de hace un rato. De este lado es el camino seguro para bajar.
Miré hacia al frente y luego a donde él me señalaba y decidí hacerle caso.
—¿Jamás te trajeron al bosque? —preguntó de pronto, mientras me daba la espalda.
—No.
—¿Conoces algo más que no sea tu habitación en la propiedad del palacio?
Rodee los ojos.
—Que gracioso eres. ¿No te lo habían dicho?
Desde atrás noté como meneaba la cabeza. Su pelo quebrado se movía a ambos lados. Siempre me había gustado verlo así. Me di cuenta que su espalda ahora era más ancha y que se le marcaba bien con la camisa blanca que llevaba puesta.
—Me sorprende que no hayas venido al bosque de la propiedad —añadió.
—No había tenido oportunidad —mencioné agarrándome de los árboles mientras bajábamos—. Casi siempre me gusta salir a distraerme en los jardines.
—¿Los jardines?
—Sí. Tu madre tiene unos rosales muy lindos.
No respondió. Creí que estábamos entrando en confianza de nuevo. Supongo que solo eran preguntas cualesquiera para no caer en el silencio.
—Son míos —confesó de pronto—. Yo los plantee.
Esta vez fui yo quien no pudo decir algo. Me sorprendía un poco. Había acompañado a la reina y regarlos en ocasiones, pero jamás me mencionó ese detalle.
—Bueno, tu madre los ha cuidado muy bien por ti.
Llegamos hasta el fondo y por primera vez me miró de reojo por unos segundos.
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Editado: 12.08.2025