La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

208. Dorian

El agua comenzaba a calarnos por todo el cuerpo. Me maldije por simplemente salir, así como si nada tras ella. Solo llevaba la camisa y el pantalón de vestir y ella estaba usando el mismo vestido y zapatos bajos que tenía en el desayuno.

A estas alturas, estaba tan empapada que la tela comenzaba a pegársele. Y ahora la tenía tomada de la muñeca. Fue por instinto. Pensé en la cabaña que nos protegería y mi primera reacción fue tomarla y llevarla conmigo.

Pronto vislumbre la casita que servía de refugio y escape del gran palacio. Algo pequeño al que solo se podía usar para dormir en un par de habitaciones.

El lodo también estaba impregnándose entre nuestros pies y al menos mis zapatos, estaba seguro que ya eran más tierra que suela.

Cuando llegamos a la puerta, intenté abrirla, pero para mí mala suerte, quien haya sido el último en usarla, le puso llave. Apenas podíamos resguardarnos en el porche que nos cubría un poco de la lluvia, no lo suficiente, ya que el salpicar de las gotas nos seguía calando.

—Está cerrado —masculle, quizá si rompía alguna ventana podría entrar, quitaría los excesos para ayudar a Stella y que no se lastimará. La miré y ella a mí con sus grandes ojos curiosos pensando en alguna solución.

Como me encantaban sus ojos…

—Déjame intentar —pidió e hice amago de detenerla, pero se volvió hacía mi con determinación—. Sé lo que hago —replicó y se quitó algo del pelo, este que estaba amarrado, le cayó mojado y escurriendo en los hombros.

Me hizo a un lado y metió en la hebilla el pasador que se quitó del cabello.

—Vi que Valentina hizo algo como esto en una de las ocasiones en que la leí —explicó—. Espero estar haciéndolo bien, tal como ella.

—Me preocupaba que ahora también seas una delincuente —bromee.

—Quisieras poder hacer esto, no lo niegues.

Me reí sin que lo viera. Sinceramente sí, lo haría más fácil. Entonces sí que funcionó. Se escuchó el seguro de la puerta y giro el pomo. Me miró emocionada y yo a ella.

—Después de lo que he visto, ya no puedo sentirme seguro ni en mi propia habitación —dije y ella me miró con ojos entrecerrados.

—De nada —replicó.

Me hizo reír. Entre buscando encender la chimenea. Por el rabillo del ojo vi a Stella sobándose con ambas manos.

—En las habitaciones debe haber toallas y ropa limpia —le indique—. Ve a cambiarte.

—¿Qué hay de ti?

—Antes quiero encender la chimenea. Nos dará hipotermia si no entramos en calor.

Stella no replico e hizo lo que le pedí. La verdad es que, además de que necesitaba prender esa cosa, tampoco quería pasar tanto tiempo a solas con ella. No sin antes pensar con claridad como podía retomar el tema de antes.

Cuando caí en cuenta que había ido tras ella ya estaba entrando al bosque y claro que me preocupaba Sunny, desearía haberla encontrado ya, pero también me seguía preocupando dejar sola a Stella.

Me alegré cuando el fuego se hizo. Esta chimenea moderna acababa de salvarnos, ahora también podía buscar una toalla y secarme.

Me levanté para ir a donde las habitaciones y Stella ya venía de regreso con una toalla para mí, aunque aún llevaba la ropa mojada.

—Toma.

—¿Por qué no te has cambiado? —cuestione y ella alzo una ceja porque seguía con la mano estirada.

—De nada, de nuevo —soltó con el mismo tono de hace rato y sí bufe—. No hay ropa adecuada para mí.

—Toma la que sea. A nadie le importa mientras no te quedes empapada.

Mentira. A mi si me importaba porque no quería verle el vestido pegado a su figura. Ya estaba haciendo un esfuerzo para no fijarme en eso.

—No opino lo mismo —volvió a insistir y de nuevo le hice un gesto porque esta vez, fue ella quien bufo y se dio la vuelta—. Bien, tú ganas. Pero que conste que tu insististe.

—Ya deberías saberlo, Stella. Yo siempre gano —solté jugando y de pronto tanto ella como yo caímos en cuenta de lo que dije.

Ella, de espaldas a mí, se paró un momento, pero de inmediato siguió su camino. Yo, me di la vuelta y me revolví el cabello.

Hoy me estaba traicionando con muchos recuerdos.

Cuando escuché su puerta cerrarse, camine hacia la otra habitación y busque algo de ropa. Por suerte seguía aquí una muda seca. No estaba seguro si era mía o de mi hermano, pero mientras pudiera cambiarme lo agradecería.

Luego volví a la chimenea y traté de entrar en calor. Se sentía confortable después del frío que acabábamos de pasar.

Pronto escuché los pasos de Stella y los nervios volvieron a mí. No podía creer que siguiera teniendo tanto efecto en mí. Es decir, no había dejado de pensarla, no del todo, pero estando cerca de ella, tenía que hacer un gran esfuerzo para no caer.

Se acomodó a un costado mío frente a la chimenea. Teníamos suerte que la alfombra nos impidiera sentir frio a nuestros pies.

Quise mirarla de reojo y me arrepentí al instante. Las piernas las tenía descubiertas…




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