La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

210. Dorian

Mi madre y Stella se habían vuelto muy unidas durante los años que no estuve en la capital. Podía verlo por la forma en que mi madre la trataba, con mucho cariño y consideración. Le frotaba los brazos por el frío y le abrazo para irse con ella subiendo las escaleras.

Las observé bastante cómodas la una con la otra y una punzada se hizo dentro de mí.

Así era justo como siempre imagine que quería que se llevarán, cuando presentara a Stella como mi novia… no como la de mi hermano.

—Dorian —me llamó Vero de pronto sacándome de mis pensamientos intrusivos—. Llevaré a Sophie con Alondra, para que puedas subir a ducharte.

—Gracias —contesté tranquilo—. Te vere luego —le dije a Sophie y esta se acercó a darme un beso en la mejilla.

Se fue en brazos con Vero y las vi desaparecer antes de tomar el mismo camino que donde antes mi madre y Stella.

Subí un escalón y encontré una huella de los zapatos de Stella. Me reí. Así fue como la encontré rápidamente en el bosque.

Ladee mi cabeza. Otra vez estaba pensando en ella…

¿A quién engaño? En tres años no había dejado de pensarla.

Y ahora menos que antes.

La manera en que pasamos el tiempo juntos allá afuera, ella más libre y menos cohibida y lo fácil que fue para mi caer a sus pies.

Me reí a su lado, jugué con ella, la tomé de la mano y casi la besé.

Y lo peor es que quería vivirlo de nuevo. Esas ganas que estuve reprimiendo desde que volví a verla amenazaban con salir en cualquier momento y no las soporte apenas estuve a su lado.

Avance un poco más para encontrarme a Donovan llegando al pasillo me observó con atención y yo a él. La audiencia había terminado. Debía hacerme un comentario en cualquier momento, después de todo no me presenté, pero no dijo nada.

Miró en dirección al ala este y enseguida vi a mi madre y a Stella caminando juntas. Entonces supe lo que estaba pensando.

—Escucha…

—No te presentaste como acordamos, así que no intervengas en mis asuntos —zanjó.

Me hacía ruido el tono rencoroso en que lo dijo. Termine de subir lo más rápido que pude las escaleras y gire a donde él. Temía que tomará represalias contra ellas, pero no fue así. Me encontré a él quitándose el saco y cobijando a Stella con este. Después algo le dijo a mi madre y camino con la princesa hacia su habitación.

Entraron juntos y mi madre, igual que yo, solo pudimos ser espectadores.

Mi mandíbula se tensó. Tenía que ser más fuerte. Ella ya no era mía y no me quedaba más que volver a aceptarlo. Lo mejor era volver a mi habitación y no tener problemas. Ya tenía suficientes con no sacarme a su prometida de la cabeza.

***

Sentado sobre el sillón frente a la chimenea, observaba las llamas moverse de un lado a otro, escuchando las chispas y el crujir de la leña. No me había sentido tan solo hasta ahora. Agradecía este momento de paz, pero bien sabía que era efímera.

La copa en mi mano se estaba vaciando, muy probablemente me serviría otra. No tenía intenciones de parar, no por hoy. Me dejé llevar por el calor de la chimenea, era lo único que me quedaba.

—Hijo —escuche a mi madre detrás, volví a verla y después me reacomodé en mi lugar, no iba a negar el hecho de que quizá hoy me pasara de copas, así que de menos procuraría conservar una buena compostura.

—Madre —saludé sin ganas—. ¿Puedo ayudarte en algo?

Me miró con tristeza, una sonrisa forzada cruzo su rostro, cerró la puerta no sin antes corroborar que nadie estuviera cerca. Una vez dentro, camino hacia mí y tomo asiento en el sillón contiguo.

—No fuiste a buscarme —dijo tocando mi hombro, le sonreí de lado y correspondí el gesto tomando su mano.

—Necesitaba un momento a solas —contesté, ella me miró y después señaló la botella de vino que reposaba en la mesa de un lado—. Solo me estoy relajando. Juro que te buscaría más tarde.

Ella solo me miró como si buscará la verdad en mis palabras.

—No puedes mentirle a tu madre —me dijo.

No podía mirarla, volví mi vista a las llamas.

—¿Cuándo te diste cuenta que no querías papá? O, mejor dicho, ¿te casaste por amor?

—Yo esperaba que ustedes tuvieran mejor suerte que nosotros —contestó. Lo sabía.

—Pero lograron llevarse bien. —Mi comentario era más una pregunta que una afirmación— Solo estoy pensando cosas.

—Pensé que Verónica sería una buena opción —soltó mi madre.

—Y lo es.

—Pero no es la princesa Stella.

Me removí en mi lugar. No pude mirarla, me serví un poco más en mi copa, pero madre me impidió tomar bajando mi brazo.

—Me di cuenta que ella te gustaba el día que te presentaste tocando el piano. Se notaba que acababas de llorar, pero llegaste agarrado de la mano con esa niña, sin chistar, más tranquilo, más… alegre, estabas rojo y no de irá. Mientras tocabas no dejaste de verla, siempre la buscabas con la vista y volviste a hacer lo mismo los siguientes años en cada ceremonia. Presentaras lo que presentaras la buscabas siempre con la mirada. Cada año regresabas al castillo quejándote de ella, pero era de la única de la que hablabas, nunca lo hiciste ni con Victoria, aun cuando te hacía enojar desde los cuatro años —reí nostálgico—. Ni siquiera de tus amigos hablabas con tanto fervor. La primera vez que se fue, recuerdo que te encerraste en tus estudios y era como si vivieras en piloto automático y de pronto, ella volvió. Tus emociones volvieron con ella. Dejaste de comportarte como un robot en tu posición como príncipe. —Miré a mamá, estaba tratando de imitarme muy tiernamente— “Stella esto”, “Stella aquello”, “Stella no sabe escribir”, “Stella no puede dar dos pasos sin caerse”, “Stella ganó una medalla”, “Hice sentir mal a Stella”, “Me disculpe con Stella, pero solo porque soy un caballero” … Y más cosas decías. —Hizo una pausa y suspiró— Ahora, te veo así —señaló todo de mí—, me alegra saber que no parí un ser sin sentimientos, pero me duele que te sientas perdido.




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