La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

214. Dorian

En cuanto entré a la habitación, no fueron las sirvientas y su actitud lo que me pusieron nervioso. No. Fue el hecho de encontrar frascos de pastillas en su tocador. Repasé la habitación con la vista; una comprensa yacía en la orilla de la cama y la puerta no tenía seguro. El miedo a lo peor se instaló en mí. Entonces comprendí porque me ignoraba. Temí lo peor, solo necesitaba saber que tan grave había sido. Y, sin embargo, me sorprendía la tranquilidad con la que estaba reaccionando.

Apenas le vi el rostro completo, de nuevo sentí coraje recorriendo mis venas. Me advertían que pronto iba a convertirme en hijo único.

Stella no quería ni verme a los ojos.

—Stella, ¿quién te hizo esto? —repetí la pregunta acariciando con mi pulgar su mejilla, sentía su cuerpo temblar— ¿Te tiene amenazada?

Stella alzó la vista. Bingo, había dado en el blanco.

—¿Sabes lo que pasará si tu hermano se entera de esto? —intenté persuadirla—, ¿o tu guardia? Incluso yo mismo lo haría pagar.

—Hablas de tu hermano —mencionó en voz baja.

—Eso no le quita lo imbécil.

Sonrió débilmente, lo sabía perfecto, aunque no pudiera decirlo en voz alta.

—No debe saber que estuviste aquí.

—Vivo aquí.

—Me refiero a mi habitación.

—Tengo más derecho, yo te conozco desde niños.

Los ojos se le humedecieron, me miró sorprendida y las mejillas se le sonrojaron.

—Por favor, sé honesta —pedí—. ¿Qué está sucediendo?

Ella ladeo su cabeza. Lo estaba negando, pero ¿Por qué?

—No puedo decirte.

—Stella.

—No Dorian, no es sencillo.

Me aleje de ella y le mire más serio. Estaba por enfurecerme y lo peor es que no sabía porque; si por lo sucedido la ultima hora, porque ella no tuviera confianza en mí o porque yo había sido un estúpido que no había logrado protegerla.

—Stella…

—Dorian, vete de mi habitación, es peligroso que nos vean así.

—¿Así?, ¿Cómo? No estamos haciendo nada.

—Por favor…

—¡No!, ¿Te preocupa tanto que tu “prometido” te vea conmigo?

—¿Qué hay de ti? También estas comprometido, los rumores…

—Claro, los rumores. —Exasperado me di la vuelta y coloqué mis manos en la cintura, ahora estaba dándole vueltas a la situación.

—Es que… no lo entiendes.

—¡¿Qué es lo que no entiendo?! —exclame y me miró un tanto dolida— ¿Tu necedad de convertirte en reina, eso es lo que no entiendo?

—¡Yo no quería convertirme en reina, lo único que quería es salvarte! —gritó y de inmediato se llevó las manos a la boca.

Yo no supe que responder, esperaba que añadiera algo más pero no lo hizo y no fue necesario, porque de pronto, todo fue más claro.

—Fue conmigo —dije lentamente—. Te amenazó conmigo y no hubieras aceptado sino es porque... Stella, ¿pudiste leerme? —pregunté en un hilo de voz— ¿Es eso lo que no entiendo?

Ella me miró con su gesto abrumado y lentamente comenzó a asentir con la cabeza.

—Sí, te leí. Pude hacerlo y me dolió tu futuro. ¡No quiero perderte como perdí a Eddy! —respondió con los ojos brillosos de lágrimas—. Y tampoco espero que me entiendas. Que comprendas como es tener que dar tu vida por alguien que ni siquiera te ama.

—¡Pero sí te amo! —solté, al fin lo dije después de tantos años. Hubo un momento de silencio, ella me miro sorprendida y yo me sentí tan libre que mi rostro se relajó— Claro que te amo Stella, siempre te he amado, desde que éramos niños, te sigo amando y estoy seguro que te seguiré amando el resto de mi vida.

Me miró unos segundos y luego se dejó llevar. Me abrazó y me tomó por sorpresa, pero instintivamente le correspondí. Se sentía tan bien tenerla entre mis brazos de nuevo.

—Tu eres quien no entiende, como se siente verte con otro que no te ama ni la mitad de lo que yo —susurré.

La separé un poco y me incline para besarla. Ella me correspondió, débil y nerviosa, como la primera vez. La había extrañado tanto y se notaba en la forma en que la trataba, como si en cualquier momento pudiera escaparse de mí. Yo abrace su rostro con mis manos y ella aferro las suyas en mi chaleco. Su gesto lo decía todo, siempre había sido yo.

Entonces el beso evoluciono. Poco a poco fue más intenso, más apasionado. Quería volver a tenerla como hace tres años y ella buscaba en mi lo mismo con sus manos apretando sobre mi ropa.

—Te amo —susurró cuando nos separamos, el corazón me volvió a latir de felicidad—. Nunca has sido la segunda opción.

Me abalance y le di un último beso, uno más fuerte, uno que le dijera que la seguía amando de la misma manera. La había extrañado tanto que mi corazón latía con fuerza, la vida volvió a mí al tenerla conmigo. ¡Sí! Yo seguía amando a Stella como la primera vez… pero solo en ese momento, comprendí muchas cosas y aunque me dolía, supe que era lo mejor para ella. Para los dos.




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