La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

216. Dorian

—Si partían ahora mismo llegarían a tiempo al límite sin ser descubiertos. Nuestro secretario y soldados de confianza los esperarán ahí. Ya me he encargado de todo —explicó la guardia de Stella—. Y en cuanto a usted —se dirigió a mí— acepte quedarme porque es probable que necesite de su ayuda. ¿Podría ayudarme cooperando para terminar mi misión antes de tiempo?

—Supongo que me mantendrá con vida, es lo menos que podría hacer —contesté.

—Supone bien.

Regresamos al interior del castillo. Noté demasiado movimiento. Los sirvientes iban y venían de un lado a otro y si fue extraño para mí. Íbamos camino al despacho. Según lo que me dijo, ni mi padre ni mi hermano estaban ahí porque vio cuando ambos salieron de la propiedad.

—¿Cómo esta tan segura?

—Porque, le juró que no fue mi intensión, pero provoqué un incendio en el ala oeste —confesó y detuve mi paso—. En mi defensa, debía distraer al personal para que nadie se percatará del escape de la princesa, pero me di cuenta demasiado tarde del corto circuito que provoque.

—¡Mi madre!

—Está a salvo —añadió tranquila—. Este plan lo desarrollamos el príncipe Stefan, la reina y yo. Ella ya debió haber salido por su cuenta sin ser vista.

—¿Cómo puede estar tan segura?

La chica me observó.

—Contraté a alguien de confianza para que la protegiera y llevará a Fairspren.

Le miré un poco más y decidí creerle. Desde hace años sabía que Stella confiaba ciegamente en esta chica y debía ser por una buena razón. Volvimos a caminar.

Conforme nos íbamos acercando al vestíbulo principal, la chica detuvo su paso de golpe. Miré a donde ella y las dos figuras de enfrente también nos observaron.

Mi madre corrió hacia nosotros y la tome en brazos cuando estuvo a unos pasos de mí. Sentía que estaba por caerse de la impresión.

—¿Por qué sigues aquí? —reclamó— Debiste haberte ido con la princesa.

—No puedo dejarte. También eres mi responsabilidad —explique—. Tampoco puedo dejar a Sophie y Vero en peligro.

—Vero se ha ido con su familia. Me encargue de que dejará el palacio hace horas y Sophie se ira conmigo. Alondra ya debe estar con ella en el auto que nos llevará a Fairspren.

—¿Planeaste todo esto…?

—No de esta manera, pero las cosas sucedieron diferente —contó y luego miró a la guardia de Stella—. Fue la solución que encontramos para protegerlos.

También me volví hacia la chica, pero esta no nos miraba. Tenía la vista fija en la persona frente a ella y por primera vez la noté cohibida y con las manos nerviosas frente a su estómago. El chico, que debía ser el guardia contratado, -por el traje que usaba- tenía la cara de completa sorpresa, como si hubiera visto un fantasma y apenas podía formar una palabra.

—¿Vals? —preguntó atónito.

La guardia bajo un poco la cabeza y respondió con vergüenza:

—Hola Noa. Pensé que ya se habían ido.

—¿Cómo…?

—Yo te contraté.

—Iba a preguntar que como has estado, pero eso también sirve. —Entonces la guardia alzó la mirada y se relajó. Los dos se rieron y el joven se acercó a ella para darle un breve abrazo— Ven aquí. No estoy enojado contigo, pero después de terminar nuestras misiones me tienes que contar en que problemas te metiste ahora.

La guardia le dio un pequeño golpe en el hombro. Bien podía molestarse el chico, pero solo tenía una sonrisa el rostro. Lo mismo ella.

—¿Por qué siempre piensan que estoy metida en problemas? Me he vuelto más responsable, ¿sabes? —replicó, aunque se veía contenta. Luego nos miraron a nosotros y noté el parecido— Es mi hermano —explicó la chica y el guardia me reverencio.

—Noa, a su servicio.

—Su majestad, —llamó Valentina, terminando con el momento. Se acercó a la reina y me dirigió una breve mirada— yo me encargaré de cuidarlo.

Mi madre asintió y buscó las manos de la guardia.

—Lo sé. Confío totalmente en ti. Estoy en deuda contigo, nuevamente. —Pero la guardia negó con la cabeza.

—No. Ese es mi deber. Salvar a todo aquel que merezca ser salvado.

—Eso es lo que hacemos —combinó su hermano detrás—. Vals, ¿han venido a buscar los documentos de evidencia?

—Sí.

—Creemos que están en el cuadro —contó y luego miró a la reina—. También veníamos a buscarlo, pero ustedes llegaron antes de que entráramos.

Vale asintió y luego miró a la reina. Ahora tenía el rostro serio y confiado.

—Tienen que irse. De ahora en adelante, yo me hare cargo.

—¿Podrían llamarme cuando estén a salvo? —pidió mi madre.

—Así será —contestó la chica con firmeza y luego miró a su hermano—. Cuídalas. Ya sabes que hacer.

—¿Tienes tu llave maestra?

—No. La perdí tiempo atrás cuando caí en un río.

—Toma. —El chico le cedió un pequeño dispositivo del tamaño de una USB—. Te será de ayuda.




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