La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

219. Stefan

Simón ya se había aburrido de solo ver a los hermanos De Vires sentados en las escaleras que daban frente a la entrada principal. Ninguno de los dos se había movido desde hace horas esperando a que llegara Valentina con el príncipe Dorian.

De vez en cuando platicaban, pero eran más los minutos en silencio observando la gran puerta de madera frente a ellos.

—Ya se tardaron —volvió a repetir Stefan por cuarta vez y Simón rodó los ojos.

—¿Y si les pasó algo? —preguntó la princesa por tercera ocasión.

—Es de Valentina de quien estamos hablando —les recordó Simón sentado dos escalones arriba—. ¿Por qué no nos vamos a dormir?

Ambos hermanos se giraron a verlo y el joven secretario se estremeció con su increíble parecido, no porque sean hermanos, sino por la mirada profunda que lanzaban cuando estaban enojados.

—O, pueden quedarse a esperar toda la noche.

—¿Por qué no te has ido a dormir? —cuestionó Stefan y Simón suspiró.

—Ah, porque siento feo dejarlos a solas con su ansiedad.

—Yo no estoy ansiosa —replicó la princesa.

—Yo tampoco —combinó su hermano—. Solo estoy esperando a que vuelvan para saber que están bien.

—Exacto. Lo mismo.

—Eso es sentirse ansioso… —murmuró Simón, pero los hermanos no lo escucharon.

El cachorro aún dormía en brazos de Stefan. Era tan pequeño que se cobijaba bien entre la ropa del príncipe. Los tres llevaban mantas encima para soportar el frío de la entrada, pero eso no impedía que de vez en cuando temblarán nerviosos.

—Creo que…

—Deja de decir que ya se tardaron. Lo acabas de mencionar hace un momento —interrumpió Simón a su amigo y este solo lo miró ceñudo.

—Iba a decir que creo que quiero un dulce. Stella, ¿puedes pasarme uno? Vale los esconde en ese jarrón. —señaló el que reposaba en el pedestal a un costado de las escaleras.

La princesa se estiró y metió la mano, era verdad ahí había algunos dulces.

—Tiene escondidos por todo el palacio —explicó Simón.

Sacó uno para cada uno, los que quedaban dentro del jarrón y los tres comieron.

—No puedo creer que le daré la razón a Valentina, pero sí alivian la ansiedad —mencionó el príncipe con el dulce en la boca.

—Se los dije —combinó Simón.

—¿Qué nombre le pondrán? —preguntó la princesa mirando al cachorro.

—Ni idea. Es de Valentina —contestó el príncipe, pero Simón meneó la cabeza desde arriba y la princesa lo vio.

—No será solo de ella —aseguró.

Otra media hora pasó y Stella al fin se recargó sobre el hombro de su hermano. Simón, desde atrás sabía que esté también caería dentro de poco. Así que se acercó a ellos para levantarlos y pedirles que esperarán en los sofás del despacho.

Stella con los ojos adormilados obedeció poco y Stefan un poco más consciente le ayudó a ponerse de pie. Ambos estaban por subir los escalones cuando al fin las puertas principales se abrieron.

De inmediato se giraron y por la gran entrada las figuras de Vale y Dorian aparecieron.

Stella dejó caer su manta y corrió a los brazos de Dorian. Este le abrazó y la levantó con una vuelta en el aire. Ahora podía respirar tranquila. Estaba ahí, con ella, sano y salvo. Él le buscó el rostro entre el cabello que le invadía y le dio un largo beso.

—Te dije que te alcanzaría —susurró en su labios y ella sonrió.

Vale se acercó a las escaleras, dejando a los enamorados en su mundo.

—Gracias —susurró Stefan cuando la tuvo cerca y aunque ella no lo escuchó, reconoció el movimiento de sus labios.

—Es mi deber —respondió de la misma manera, luego continuó su camino.

Simón le vio, con ojos cansados y preguntó:

—¿Todo bien? —La chica levantó el pulgar.

—No me digan que dudaron de mí.

—Yo no, él sí. —Y Simón señaló al príncipe.

Este se giró indignado hacia el secretario.

—Eso no es cierto. ¿Por qué me acusas?

—Tengo sueño Stefan, la paz no es una opción para mí en estos momentos.

—Que grosero de tu parte dudar de mí —espetó ella antes de volverse a Simón—. Ve a dormir, mañana nos espera otro gran día. Pero antes, necesito un dulce, ¿alguien quiere un dulce? —preguntó a todos y se acercó al jarrón, la princesa dio un respingo, pero cuando se dio la vuelta para explicar ya era demasiado tarde, el rostro de Valentina se transformó en uno de confusión y luego de decepción— Oigan, ¿y mis dulces?

—Pobrecito perrito —Stefan desvió el tema.

—¿Dónde están mis dulces? —volvió a preguntar la guardia.

—Va a necesitar comida —continuó el príncipe dándose la vuelta.

—Yo había dejado dulces aquí. Stefan, ¿dónde están mis dulces?

—Y también una cama.




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