Corrimos por los caminos que yo conocía y que no eran tan concurridos. Prácticamente yo era el guía. Tan pronto llegamos al ala sur, donde se encontraba la gran bodega de autos aparcados, la chica eligió al azar y abrió la puerta de uno con solo un seguro.
—Stella aprendió a hacer eso con solo leerte —le conté a la guardia y esta soltó una carcajada.
—Es diferente hacerlo con una puerta normal y la de un coche —contó—, pero eso solo me dice lo buena maestra que soy aún sin dar clases.
Esperé a que terminará de tantear el interior. No había rastros de dispositivos que nos vigilarán, ni siquiera llaves, pero eso fue lo que menos le preocupó, debí imaginarme que tenía sus trucos para encender el auto sin llaves.
—¿En donde aprendió todo esto? —le pregunté.
—¿Abrir puertas con un seguro? En la calle —soltó y me miró por un segundo, antes de volver al cruce de cables—. No tiene ni idea de dónde vengo, pero le aseguró que no fui a ninguna academia. ¿Alguna vez ha leído algún comic de “Batman y Robin”? —negué con la cabeza— Bueno, si en un futuro le interesa yo fui algo parecido al segundo Robin; Jason Todd. Aprendí a defenderme o sino, la jungla de cemento me comería viva. Sobre cómo me reclutaron y me convertí en lo que soy ahora, eso es otra historia.
Se agacho un poco más y las luces delanteras se encendieron, luego se escuchó el motor. Lo había logrado.
—Puede subir —me indicó y rodeé el auto, la chica quitó el seguro desde dentro y apenas subí, noté su gesto en alerta—. Escóndase y no levanté la cabeza hasta que yo le diga.
Iba a preguntar, pero ella se enderezó en la puerta y pronto escuché las pisadas y voces de algunos guardias. No podía saber con exactitud cuántos eran, pero por la tensión en la silueta de Valentina, debían ser más de dos.
—Manos arriba —ordenó uno de los guardias.
—Están arriba —respondió con pereza.
—¿Eres la guardia, la del príncipe Stefan de Rosnia?
—Depende quien le busca. ¿Le debe dinero?
Hubo una breve pausa donde imagine la reacción dudosa de los soldados.
—No…
—Igual no soy ella.
—¿Y ese traje?
—Está cool, ¿no? Tiene muchos bolsitos en el cinturón y en los pantalones.
Vale bajó las manos para enseñar “los bolsitos” pero de nuevo le ordenaron que se detuviera.
—¡Alce las manos!
—De acuerdo, no es necesario usar la violencia.
—Esta no es un área permitida, ¿qué hace aquí?
—Estaba por irme. De pronto todos se fueron y se olvidaron de mí.
—¿Dónde están el príncipe Stefan y la princesa Stella?
Valentina se encogió de hombros antes de responder.
—Le acabo de decir que todos se fueron y se olvidaron de mí. No sé dónde estuvieron ustedes las últimas dos horas, pero por si no se enteraron, hubo un incendio y evacuaron a todos. ¡Duh!
Hubo otro silencio. Me alcé ligeramente para ver y uno de los guardias pareció dudar.
—Enséñanos tu identificación.
—Claro, pero está en uno de los bolsitos —dijo ella, muy tranquila y preguntó con una sonrisa casi inocente—. ¿Puedo bajarlas?
Los soldados se miraron entre sí, y uno asintió.
—Despac…
No terminó de decirlo.
En cuanto los brazos de Valentina descendieron, se escucharon los pasos apresurados de alguien más. Otro guardia acababa de llegar y de inmediato reconoció a la chica.
—¡Es ella! —gritó—. Debe saber dónde están los príncipes. No la dejen escapar.
Rápidamente, Valentina sacó un pequeño boomerang y lo lanzó. Entonces escuché los quejidos del guardia y golpes sordos.
Lo siguiente que alcance a ver, fue a ella cuando se agachó de golpe y giró sobre una pierna, pateando a uno de los soldados detrás de las rodillas. Cayó con un quejido seco. En el mismo movimiento, le arrebató el arma y Valentina se incorporó, girando con fuerza el codo hacia la garganta del siguiente guardia.
—¡Alto! —gritó un tercero, pero fue tarde.
En un solo y preciso movimiento, ella se deslizó hasta él y le quitó el arma, después lo empujó de una patada contra la pared.
—No tengo tiempo para ustedes —murmuró y envió otro boomerang al cuarto guardia que ni siquiera le dio tiempo de apuntar, luego me busco en el auto— ¿Sabe manejar? —asentí y vi sus intenciones de que tomara el volante.
Mientras el último guardia vacilaba, quizá dudando si debía disparar o no, yo ya me había deslizado al asiento del conductor, listo para abrir la puerta desde dentro.
Escuché un disparo y me asusté. Cuando alce la vista, Valentina acababa de desarmar al guardia dudoso y dejado en el suelo. Ella ya venía corriendo al lado del copiloto, abrió con fuerza la puerta y se metió.
—¡Conduce! —gritó.
Pisé el acelerador y salimos del ala sur como un bólido.
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Editado: 12.08.2025