Cuando Stella me soltó y se dio la vuelta fue demasiado tarde. Valentina ya estaba discutiendo con el príncipe Stefan por sus dulces y la escena era demasiado graciosa.
—Ya van a comenzar —susurró Stella para mí y entendí porque siempre le gustó el ambiente en este castillo.
El ambiente en el palacio de Rosnia era mucho más cálido, libre y amigable de lo que era Saltori.
—Hay una habitación preparada para ti —me indicó Stefan después de su pelea con la guardia y prácticamente corrió a alcanzarla.
—Se llevan muy bien —le dije a Stella mientras subíamos las escaleras tomados de las manos. Extrañaba mucho el tacto de sus dedos encajando con los míos.
—Sí, son buenos amigos —respondió—. ¿Todo salió bien?
Asentí con la cabeza y le conté de nuestra pequeña persecución. También los papeles que encontramos y lo que antes había hablado con mi madre.
Stella coincidió en varias cosas que mi madre me contó, otras simplemente las desconocía. Al fin estábamos poniéndonos al corriente, con calma y con confianza, hasta que llegamos a la puerta de la que sería mi habitación esa noche.
Stella abrió un ala y dejó que yo entrará.
—Me parece que también te prepararon ropa —mencionó y, me volví a verla en la orilla del umbral, sin embargo, seguíamos sin soltarnos de la mano—. Debes estar muy cansado.
La observé bien, sus ojos brillaban y había un poco de rubor en sus mejillas. Se me hacía la chica más hermosa del mundo. Al menos para mí lo era.
Ella siempre lo había sido todo para mí.
Por instinto le apreté más fuerte la mano, como si no quisiera dejarla ir y solo podíamos vernos a los ojos con el ambiente esperando algo más.
—Sí un poco —alcance a decir en voz baja y Stella parpadeo—. ¿Tú, estás cansada?
—También un poco.
De pronto todo se sintió familiar. Estando uno frente al otro, en el umbral de la puerta, mirándonos y esperando que alguno de los dos tuviera algo que decir o algo que hacer.
Y, sí, sabíamos que era ese algo.
Y de pronto, ambos cedimos, porque apenas di un paso atrás, Stella dio uno al frente y de un jalón la tome de la cintura para pegarla a mí mientras que ella colocaba sus brazos alrededor de mi cuello y todo pasó.
Cerramos la puerta a nuestro paso y acorrale a Stella entre la madera y yo, apoderándome de sus labios. Nuestras caricias eran un tanto desesperadas y nuestros jadeos resonaban en la habitación.
No tardé mucho en buscar su piel por debajo de su falda y ella en comenzar a desabotonar mi camisa.
Poco a poco me abrí paso en un camino de besos húmedos bajando por su cuello hasta llegar a la entrada de su pecho. Cada vez que enredaba sus dedos en mi cabello me volvía loco.
La tomé de los muslos e hice que enredara sus piernas en mi cintura. La cargué y la llevé a la cama, donde la deposité suave encima de la colcha. Nos vimos de nuevo a los ojos y sus hermosos jades estaban nublados y sus labios hinchados.
Recordé nuestra primera vez, se sentía parecido, pero más especial.
—¿De qué te ríes? —me preguntó en un hilo de voz.
—Eres hermosa. Te extrañé mucho —confesé.
Stella me devolvió la sonrisa antes de volver a besarme. Y no hubo vuelta atrás. La pegue a mí. Jadeo en mi boca apenas me sintió y yo no pude controlarme. En mí también crecieron las ganas de tenerla y mis manos bajaron por instinto hasta sus muslos, levante su vestido y el tacto con su piel me volvía loco, pero no era el único, Stella también me buscó desesperada acariciando con sus manos mi pecho hasta llegar a mi pantalón.
Más pronto que tarde, ya estaba encima de ella con el vestido deslizándolo por encima de su cabeza y la vista me detuvo un instante.
Un par de moretones suyos amenazaban con acabar con el momento dentro del enojo que de nuevo se estaba formando, pero Stella me tomó del cuello y me pidió que la viera a los ojos, estos me suplicaban.
—Por favor, no. No te distraigas con eso. No sabes cuanto te he extrañado.
Sus palabras removieron todo en mi interior. Me aferré a su mirada, a su voz, a la calidez que aún conservaba para mí.
Y, haciéndole caso, volví a besarla. Yo tampoco quería desaprovechar la oportunidad de tenerla conmigo de nuevo.
Esa noche nos dejamos llevar. Esa noche no hicimos el amor para olvidar el dolor, sino para recordar cuanto nos amábamos... Para confirmar que yo siempre fui de ella y ella de mí.
***
—Me espanté mucho cuando vi todas esas imágenes —contó Stella recostada frente a mí en la misma cama—. Honestamente, no estaba segura de poder cambiar el futuro.
—Pero lo hiciste —respondí mientras le pasaba un mechón por detrás de la oreja.
—A un alto precio —susurró arrepentida.
—Eso se acabó. Ahora estoy contigo, ¿no?
—Perdón por todas las mentiras que te dije —pidió en un hilo de voz.
Yo solo me acerque a darle un beso en la frente.
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Editado: 12.08.2025