La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

234. Dorian

—Tenemos que llevarla al castillo.

—Tengo mucho sueño —dijo Stella.

Los nervios se me dispararon, entonces la guardia me puso una mano en el hombro y me pidió que bajara a Stella. Sacó unas vendas de su cinturón y nos dio indicaciones tanto al príncipe como a mí para colocar a Stella, a modo de hacer presión donde la herida. Mientras colocaban las vendas noté la herida, las manos de Stefan tenían su sangre, sobre la oscuridad lo noté pálido y nervioso. Yo también lo estaba.

Debíamos moverla un poco, pero Stefan se paralizó. No dejaba de ver sus palmas y me di cuenta que le costaba respirar.

Valentina también se dio cuenta porque enseguida le chasqueó los dedos frente a los ojos, sacándolo de su trance.

—¡Aquí, aquí! —le dijo con fuerza—. Tu hermana y yo te necesitamos aquí. Concéntrate, ella está viva. Todavía puedes salvarla —mencionó y hasta ese momento comprendí que estaba reviviendo lo sucedido con su padre.

—Sí —tartamudeó Stefan volviendo en sí—. Sí. Ella va a vivir.

Vale asintió y le acarició el brazo, luego volvió a envolver a Stella.

—Pase lo que pase, no dejen que se duerma, hay que llevarla al castillo, ¿puedes cargarla? —preguntó Valentina a Stefan, el príncipe asintió.

—Yo puedo llevarla —agregué.

—No, necesito que no se esfuerce con la herida en la pierna —ni siquiera lo recordaba, pero tenía razón—. En lugar de eso, mantente atento a ella y pídele que te hable. No deje que se duerma, reacciona a su voz —ordenó la guardia, después se dirigió a ella— ¿Princesa, me escuchas?

—Sí —contestó débil.

—¿Recuerdas mi nombre?

—Valentina.

—Así es, por favor, no te duermas. ¿Quieres que te cuente una de mis tantas divertidas y alocadas anécdotas?

Pero a Stella le costó responder y eso nos asustó.

La guardia se levantó y me dirigió una mirada, era mi señal para seguirle hablando, Stella reaccionaba débil, pero no le permitíamos dormir. El príncipe también le hablaba en momentos para que se mantuviera despierta, aunque contestara con monosílabos.

Valentina nos seguía el paso, atenta a cualquier otro posible ataque. Pronto nos encontramos con los guardias reales y estos se movilizaron para colocar a Stella en una camilla improvisada, Stefan le siguió hablando el resto del trayecto, a mi tuvieron que llevarme a revisar la herida en la pierna y Valentina le dio indicaciones a su subordinado. No solo urgían médicos, también más guardias para proteger el área por el resto de la noche. Debía admitir que la chica mantuvo la compostura y la calma ante la situación.

Resignado a separarme de ella, esperé a que la atendieran primero llegando al hospital.

Esa fue la noche más larga de mi vida, no solo por el hecho de la incómoda curación de la pierna, también porque no sabía nada de Stella, no sabía cómo se encontraba, si la sangre había cesado, si no había sido más que un susto.

Las enfermeras me pidieron descansar, pero yo no podía. Ni siquiera el príncipe o Valentina habían acudido a verme. Cansado de esperar y con la ansiedad al tope, opté por hacer el esfuerzo, levantarme e ir yo mismo a buscarla.

Sin embargo, no fue necesario, porque pronto Valentina, el secretario y un par de enfermeras entraron a mi habitación.

—Su excelencia —reverenciaron estas últimas.

—¿Cómo está Stella? —pregunté sin rodeos.

El secretario le dirigió una mirada a Valentina y esta asintió a las enfermeras.

—Justo veníamos por ti para que nos acompañarás a verla.




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