La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

235. Stefan

Apenas había podido verse al espejo, Stefan trató de limpiarse la cara. Algunas manchas de la sangre de Stella se le habían embarrado debajo del cuello y sus manos estaban rojas.

No había vuelto a tener una noche tan tormentosa y acelerada desde la muerte de su padre. Haber presenciado de pronto en Stella casi la misma escena que con el difunto rey le trajo pavor. Se aterró. Se paralizó. El trauma a quedar solo volvió a él y casi se pierde en sus pesadillas de no ser porque Vale lo trajo en sí.

Esta vez era diferente. Esta vez sería diferente. Esta vez estaba viva.

Cerró el grifo. Sus manos aún temblaban, pronto se sentiría agotado, pero se negaba a dormir. No podría hacerlo sabiendo que Stella seguía siendo tratada.

Se recargó un poco más en el lavabo.

—Va a vivir —se dijo a sí mismo—. Mi hermana va a vivir.

Dicho esto, y tratando de convencerse, salió del baño.

A Valentina también le estaban tratando los moretones en los brazos, la cortada en la mejilla y una más arriba del ojo. Esa no la tenía cuando llegó a él a mitad de carretera.

La observó desde la ventana fuera de la habitación en el hospital. Ella le agradeció a la enfermera y luego se quedó ahí sentada mirando sus dedos, pensando en todo o en nada, pero extrañamente tranquila. Algo inusual en ella.

Stefan se hizo a un lado para que la enfermera saliera y él entrará. Se acercó a Vale y por un momento creyó que está no lo había visto porque no hacía amago de moverse, pero apenas se sentó a su lado, ella le habló:

—¿Sabes? Cuando llegué aquí lo hice sin expectativas —comenzó y Stefan que había abierto ligeramente los labios para hablar volvió a cerrarlos para escucharla—. Comparado con lo que hacía en mi país, esto sería pan comido. Solo debía mantenerte con vida y ni siquiera era necesario que habláramos. Hasta pensé que sería aburrido, porque tú sabes que yo hablo demasiado.

Soltó con una risa corta que contagio a Stefan.

—Pensé que sería sencillo —continuó—. Mientras pudieran pagarme, yo me sentiría satisfecha. No tendría que involucrar sentimientos, ni emociones… pero luego la situación cambio y poco a poco nos fuimos conociendo y cada vez que te veía dudar de ti mismo… me recordabas a mí. No podía permitir que desconfiaras de tus habilidades como pasaba conmigo. Yo… no quería que desperdiciaras tu potencial.

Stefan le observaba atento, aunque Vale no levantará siquiera la mirada. Ella seguía jugando con el tirante de su chaqueta.

—Esa noche en Saltori, pude haberme quedado callada, pero no quería que te hicieran sentir una pieza más de ese juego. Pude haberte dejado morir cuando ya no habría quien me pagará. Nadie me lo habría reprochado, pero me di cuenta, que la niña heroína que peleaba con todo el mundo en contra de las injusticias seguía dentro de mí y que ahora mismo había alguien que necesitaba de mi ayuda. Y ese alguien, evidentemente eras tú. —Hizo una pausa— Y no me arrepiento, porque durante mucho tiempo, yo me perdí, pero… entre más tiempo pasaba contigo, entre más iba conociendo a la princesa y más grande se hacía nuestro vinculo, volví a sentirme más humana y menos un arma...

Una segunda pausa se presentó y dio espacio para que la chica suspirara. Stefan sintió casi como si lo que venía fuera lo más difícil de confesar:

—Yo dejé de ser el ejemplo a seguir para ensuciarme las manos —confesó—. Todos los días desaparecían a alguien, todos los días mataban a alguien y yo solo podía pensar, que quizá si arrancaba el problema de raíz, la gente viviría más tranquila. No quería que mis hermanos lo hicieran, para eso me tenían a mí, después de todo yo… yo era… Yo era el arma perfecta —contó bajando la voz, desvió un poco la vista y continuó—. O eso me había dicho mi maestra. Mi tía. “Eres más rápida que tus hermanos. Eres más fuerte que tus hermanos. Eres más hábil que tus hermanos. Imagina lo que podrás hacer cuando estés en tus veintes. Solo tienes que limitar tus sentimientos y serás invencible. Nadie podrá igualarte” Y le creí. No me temblaba la mano para matar. De día era el Colibrí Azul; la heroína que inspiraba a los niños y niñas, pero noche era el Colibrí Negro; la sicaria de sicarios. Una heroína hipócrita.

—Vale…

—Déjame terminar —pidió con un nudo en la garganta—. Cuando mis hermanos me descubrieron, me dieron la espalda. Se enojaron conmigo y me abandonaron. Nunca voy a poder olvidar la cara pusieron al verme… ellos me tenían miedo. Mis increíbles habilidades no tenían que arrebatar vidas, tenían que salvarlas, pero… si no lo hacía yo, ¿quién? Quise convencerme que era un precio que tenía que pagar. Y casi enseguida, pudieron conmigo. No pensé que eso algún día sucedería, porque se supone que era invencible. Hice todo lo que mis tías siempre me pidieron. Deje mis sentimientos de lado. Deje mis dudas atrás y seguía sin comprender como es que me vencieron…

Guardó silencio un momento. Sus manos temblaban. Los recuerdos aun le torturaban.

—Pero pasó —dijo finalmente—. Me secuestraron, me lastimaron y amenazaron a mi familia. Yo no tuve padres, mi núcleo se conformaba por mis seis hermanos y mis dos tías. Comprenderás que estaba aterrada por ellos. A pesar de saber que estaban enojados conmigo, yo no podía abandonarlos… no podía e hice una locura. Después terminé huyendo y cuando creí todo perdido, Simón apareció. Buscaba a alguien para proteger al príncipe heredero… y tomé esa oportunidad para escapar y empezar de cero. Prometí no volver a matar a no ser que fuera necesario y tampoco en público. No quería que volvieran a verme con ese gesto… no quería que vieras todo eso —confesó temerosa sin mirar a Stefan—. No quería que tuvieras que presenciar lo mismo que mis hermanos y que pusieras la misma cara que ellos —pronunció Vale antes de llevarse una mano a la boca—. Perdón por lo que tuviste que ver esta noche, realmente consideré que la situación era la excepción y no podía permitir que los lastimarán…




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