Valentina no dijo más, solo me miró conmocionada. Me levanté sin pensarlo, ignorando la punzada en la pierna mientras caminaba. La seguí por el pasillo del ala médica. Sentía una gran opresión en el pecho.
—Está grave, pero estable —murmuró el secretario—. Por ahora está inconsciente. La doctora dijo que sufrió una pérdida de sangre importante, además del golpe que recibió en la cabeza y una posible contusión.
Inconsciente.
—¿Cuánto tiempo lleva así? —pregunté sin atreverme a mirar a nadie.
—Desde que la subieron. Tuvo momentos breves de conciencia, pero no responde. No del todo —explicó Valentina, con su voz más suave de lo usual.
Esas palabras me cayeron como un balde de agua helada.
Me detuve un momento, asimilando la noticia y Simón y Valentina se volvieron a verme. Fue la chica de quien sentí una mirada de sincera comprensión.
No dijo nada, pero sus ojos decían “te entiendo”.
Cuando entré a la habitación, Stefan ya estaba allí, sentado junto a ella. Su rostro reflejaba un cansancio que no se podía ocultar.
—Aún no despierta —me dijo sin volverse.
Stella parecía tan frágil entre las sábanas blancas que me costó reconocerla. Un vendaje envolvía parte de su cabeza, y su respiración era apenas perceptible.
Me acerqué lentamente, temiendo romper algo. Le tomé la mano, un poco fría al tacto, pero al menos estaba viva.
—¿Estará bien? —pregunte preocupado.
—La doctora dijo… que, si resiste esta noche, estará fuera de peligro —explicó y su voz quebrada me estremeció—. Podría tomarle horas o días despertar.
El alma se me cayó al suelo.
Sin querer le apreté un poco más la mano a Stella, como si con eso ella despertará pronto. O quizá eso quería, eso necesitaba. Yo la necesitaba.
—Lo siento, debemos tener paciencia —añadió Vale con tranquilidad.
—Suena muy fácil de decir —murmuré devastado.
No era mi intensión, pero Valentina no dijo nada. Contrario a todo, nos miró a Stefan y a mí con tranquilidad y… esperanza.
Ella tenía razón, debía aferrarme a eso.
Al poco tiempo, la chica se llevó a Stefan. Este se negaba, pero tanto ella como Simón lo convencieron de volver al castillo para tomar un baño y descansar un poco en el trayecto. De todos modos, yo me quedaría aquí con ella.
Se mantuvo un poco más tranquilo recordando que estaba ahí.
Y accedió. Me quedé en la silla contigua, a solas con ella. Viéndola respirar lentamente y eso dolía.
—Hola… —susurré—. Estoy aquí. Lo logramos. Solo falta que tú regreses también.
No hubo respuesta. Mi parte lógica sabía que su cuerpo necesitaba descanso. Pero mi corazón necio, solo podía pensar en escuchar su voz otra vez. Aunque fuera un susurro. Aunque solo dijera mi nombre.
—No tardes mucho —añadí como una petición—. Por favor. No me dejes. Ya te perdí tres años, no quiero perderte toda una vida.
Y entonces me desplomé. Abrace su mano más fuerte que antes y lágrimas salieron. Toda la tensión acumulada desde el incendio, desde la pelea, desde verla desfallecer salió en ese momento, con el corazón desesperado y aterrado por ella.
—Quédate conmigo, por favor —pedí entre sollozos.
Esa noche me quedé ahí. Esperando. Como si mi voz pudiera alcanzarla. Como si nuestra presencia fuera un hilo que la mantuviera atada al mundo.
***
Esa fue una de las noches más abrumadoras de mi vida.
Había dejado de contar las horas. Me quedé ahí, aferrado a su mano, con la frente apoyada en el borde de la cama. En algún punto, las lágrimas se secaron, pero el miedo no se fue. A ratos, le hablaba. A veces le contaba recuerdos. A veces solo susurraba su nombre.
Pero no había nada.
—¿Te acuerdas cuando colocaste goma de mascar en mi asiento? —pregunté con una sonrisa triste, sabía que no iba a responderme— Me vengué de ti arrojando a tu cabello polvos de colores de la sala de arte.
No hubo respuesta.
—Bueno, todo empezó porque me ignoraste en tu primer día de clases —recordé y me reí—. Nadie había hecho eso antes. Siempre querían mi atención porque era un príncipe. Menos tú. Admito que hirió mi orgullo. Aunque también me sorprendiste cuando me cediste tu primera pintura para hacerla pasar por mía y regalársela a mi padre. Creo que nunca te agradecí por eso —dije—. Espero que no sea muy tarde para decírtelo, pero gracias.
Sabía que no iba a responderme, todavía no, pero igual le apreté la mano.
—Y luego, cuando estábamos en la escuela media, Victoria y tú, disfrutaban de molestarme. Confieso que era divertido… tener tu atención.
Hice una pausa. Haciendo un recuento de cuanto habíamos pasado, no podía creer que estuviéramos en este punto y seguir descubriendo cuánto la amaba.
—Rescatar a los gatitos, me sirvió para darme cuenta que me gustabas —confesé—. No importaba si tu no sentías lo mismo, a mi me gustabas y luego… te fuiste. Cuando volviste me di cuenta que durante esos cuatro años me sentía vacío y que realmente era feliz a tu lado. Y con los años que pasamos juntos, supe que no iba a enamorarme de nadie más en mi vida. Por eso me dolió, como no te imaginas, aceptar que terminamos. Fueron los peores tres años que he pasado. —Un sollozo escapó de mí—. Llevo una vida conociéndote y casi la mitad de esos años me bastaron para saber que no iba a soportar alejarme de ti otra vez. —Suspire un poco, su mano ahora era cálida, el calor de la mía le había cobijado, pero no conforme, entrelace mis dedos con los suyos—. Exigí la verdad porque en el fondo sabía que no podías haberme mentido, porque tus ojos no podían haberme engañado. Porque te amo —dije con el corazón—. Porque te amo Stella, y me haría muy feliz que despertaras y me dijeras que sientes exactamente lo mismo que yo.
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Editado: 12.08.2025