La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

237. Stella

La recuperación fue un poco lenta, pero ya no había preocupaciones de por medio. Dorian me acompañaba gran parte del tiempo, Stefan también y cuando ambos tenían que irse, lo hacían refunfuñando, pero nunca desobedecían. Valentina era demasiado imponente como para que se negaran a sus órdenes.

Me divertía pasar momentos con ella en la habitación del hospital. Siempre tenía un juego, una película o una buena conversación que compartir conmigo.

Lo mismo Simón, claro, siempre y cuando no estuviera haciéndose cargo de los otros dos.

Luego volvían a verme y Stefan se iba durante las noches, mientras que Dorian se quedaba a mi lado. A veces se sentaba a orilla de cama y dejaba que me recargara en él, con sus besos sobre mi cabeza y acariciando mi cabello dorado.

Él también estaba siendo curado de su pierna, sin embargo, a estas alturas ya era un corte menor y a los pocos días pudo moverse como nuevo.

Mi recuperación tomaría más tiempo, pero con mucho cuidado y dos buenos enfermeros podría continuar en la comodidad del palacio. Así fue como me dieron el alta a la semana.

En el castillo nos recibió la madre de Dorian, quien ni siquiera él sabía que vendría, pero estaba contento de verla… y luego avergonzado porque no le llamó para contarle lo sucedido y la exreina se enteró por mi guardia.

No lo confrontó frente a nosotros, pero imaginaba el tipo de plática que tuvieron en privado porque mi novio volvió a mí como niño regañado.

Pocos días más tarde Vicky, Conner y Franky también fueron a visitarnos. Nos organizaron una agradable comida en el jardín y nos atendieron aliviados por nosotros.

Fueron unos días agradables después de la tormenta.

Valentina también se había quedado con una ligera cicatriz en la mejilla. Cuando le preguntaba cómo se lo hizo, solo sonreía y decía: “son gajes del oficio”.

Más tarde, leyéndola, supe cuánto había dado de sí misma para llegar a tiempo.

Stefan tampoco se quedaba atrás. Estaba más atento de lo normal, con ella y conmigo.

Las cosas mejoraron con el tiempo.

El ex rey de Saltori recibió su castigo tras las acusaciones. En cuanto a lo que quedó del ex príncipe Donovan, aprendido y lastimado por Valentina, no volvería a caminar y siendo que cargaba con múltiples acusaciones pasaría el resto de su vida encerrado en la prisión de máxima seguridad hasta que se determinará si continuaba con esa sentencia o aumentaba a una sentencia de muerte.

Valentina no quiso asesinarlo frente a Dorian, pero si lo dejó muy mal herido. También se disculpó conmigo y con mi novio por actuar más “peligrosa” que, de costumbre frente a nosotros, pero no había nada que perdonar. Sin ella no habríamos sobrevivido. Sus heridas, más emocionales que físicas, también estaban sanando.

Ya que la mansión en Dessen se había visto afectada en gran medida, una vez más viviríamos en el Castillo y eso implicaba que éramos frecuentemente invitados a las tardes de juego de Valentina y Simón (y también de Stefan, aunque esté lo negara).

La parte más divertida era ver pelear a mi hermano y a mi guardia por las propiedades en Monopoly y cuando Vale le daba la vuelta en el Uno.

Al final, Simón se iba a dormir y Dorian y yo hacíamos lo mismo mientras los dejábamos discutiendo dos horas más.

Las primeras noches eran tranquilas. Dorian todavía temía lastimarme si compartíamos la cama, pero yo no lo dejaba ir, no pasaría nada si cada uno se quedaba en su lado… pero siempre amanecíamos abrazados.

Los meses pasaron y el invierno llegó.

Los días fríos nos abrazaron y con el pretexto de entrar en calor, cada vez más era el tiempo en que Dorian y yo no salíamos de la cama.

Al principio era lento, tranquilo, con mucho cariño, aun temeroso de mí, pero cuando él percibió que yo me sentía bien, comencé a pedirle más y entonces se volvió más apasionado, más intenso, más atrevido.

Comenzaba con un beso más largo que otros para después buscar el espacio entre mi cuello y mi hombro y dejar pequeños mordiscos en mi piel mientras sus manos alzaban el borde de mis vestidos y subían desde mis muslos hasta llegar a mi entrada y luego jugaba un poco conmigo con sus dedos.

—Dorian —gemía su nombre y veía una apasionada diversión en sus ojos antes de bajar y divertirse con mis pechos.

Bajaba los tirantes y primero lamía uno y luego el otro. Y yo enredaba mis dedos entre su cabello, pero también me gustaba dejarlo indefenso, así que hacía lo mío con mis manos traviesas desabrochando su cinturón y buscando debajo de su ropa.

Su gesto tenso y ronco me fascinaba, lo tenía a mis pies y disfrutaba de verlo pedir más pero también de intentar contenerse porque aún no había entrado en mí.

Y cuando él creía suficiente me cargaba y me llevaba a la cama donde lo esperaba, a veces paciente y divertida, a veces igual de desesperada que él y lo mejor era verle la cara y escucharlo decir:

—¡Dios, Stella! Vas a acabar conmigo —cuando ya estaba dentro de mí.

Y luego yo me movía para ponerlo más mal de lo que ya estaba o él lo hacía para hacerme disfrutar.




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